Por R.C. Sproul
Aprendiendo de los Jueces
Ciertos periodos de la historia destacan para mí como particularmente instructivos para el curso de toda la historia. Es decir, a veces podemos centrarnos en un periodo de tiempo en el pasado, observar cómo el lapso completo de la historia humana recapitula ese periodo en particular y luego aprender de ese periodo lo que debemos hacer hoy. Uno de estos periodos instructivos es el periodo de los jueces de Israel. Este periodo, narrado para nosotros en los libros de Jueces y Ruth, y en los capítulos iniciales de 1 de Samuel, abarca un periodo de aproximadamente trescientos cincuenta años. Si usted desea tener una idea de cuán amplia es la extensión de tiempo que esto representa, piense en los mediados del siglo XVII en América. Piense en toda la historia que ha transcurrido en América desde un periodo de ciento veinticinco años antes de la Guerra Revolucionaria hasta nuestros días. Ese es el mismo lapso de tiempo que cubre el periodo de los jueces.
Durante este periodo de aproximadamente tres siglos y medio, no hubo un rey en Israel, ni un solo líder de la nación. Israel vivía en la tierra de Canaán como una federación tribal, liderada por una sucesión de individuos a quienes Dios levantó en tiempos de crisis y con poder para realizar tareas particulares. Bajo el poder del Espíritu Santo, Samson ejerció una gran fortaleza física contra los filisteos. Débora y Barak fueron ungidos para derrotar al malvado Rey Jabin. Y así sucesivamente.
Ahora, la razón por la que considero que el periodo de los jueces es instructivo para el flujo de toda la historia, es por el otro que vemos durante esos trescientos años. Repetidamente durante esta era, el libro de los Jueces nos dice que los israelitas se encontraban en un ciclo que comenzó de esta manera: “El pueblo de Israel hizo lo malo a los ojos del Señor”. Y cada vez que leemos esa frase en el libro de los Jueces, vemos que Dios levanta enemigos de Israel: los madianitas, los filisteos, los moabitas y otros, como instrumentos de castigo contra Su pueblo. Esas naciones paganas oprimían a los israelitas, quienes luego clamaban por alivio y se arrepentían de sus pecados. Entonces, Dios levantó a uno de los jueces que, bajo el poder del Espíritu Santo, venció a los enemigos de Israel y llevó la liberación. Un erudito lo llama un ciclo de recaída, retribución, arrepentimiento y rescate. Después de cada recaída en el pecado grave registrado en el libro de Jueces, está la justicia retributiva de Dios, las personas son llevadas al arrepentimiento y lamentan su situación y esperan su rescate por Dios, quien las redime.
La triste historia del pecado de Israel en el periodo de los jueces va en contra de lo que la gente prometió. Cuando Josué reunió al pueblo para renovar su alianza con el Señor justo antes de su muerte, los israelitas prometieron dos cosas: una positiva y una negativa. Positivamente, prometieron obedecer a Dios. Negativamente, prometieron no abandonarlo por ídolos.
Y esto es significativo a la luz de la promesa que Dios nos hizo una y otra vez a los patriarcas. Cuando se entregó a Jacob, por ejemplo, dijo: “No te dejaré” (Génesis 28:15). Está promesa del pacto de Dios a aquellos que están en una relación con Él es un tema clave de las Escrituras. El libro de Jueces atestigua que, aunque Dios castigó a su pueblo, estaba castigando a sus hijos a quienes amaba. Y aunque se sentían abandonados por un tiempo, Dios no los abandonó completamente
Sin embargo, el registro es que la gente no lo abandonó. Esa es la gran diferencia entre el Dios de Israel, el Dios del pacto y su pueblo. Dios no nos abandona, pero somos propensos a abandonarlo. Lo que provocó el abandono de Dios durante el periodo de los jueces fue el gran deseo de los israelitas de ser como sus vecinos. Dios los había llamado a no conformarse. Dios los había llamado a ser una nación santa. Dios los había llamado a ser piadosos y huir de la idolatría, pero eso no era popular en aquellos días. A menudo ha sido impopular en la historia de la iglesia. Y sin duda, hoy tampoco es popular.
El pueblo de Dios revivió el ciclo de recaída, retribución, arrepentimiento y rescate una y otra vez a lo largo de la historia Bíblica. Y, me atrevo a decir, la iglesia ha visto un ciclo similar en los últimos dos mil años también. Pero tenemos una tendencia a pensar que tales cosas no pueden suceder en la vida de la iglesia de hoy. Rehusamos tomar nota de ese patrón recurrente de las acciones de Dios, creyendo que Dios no traerá calamidades sobre un pueblo que lo abandona. Pero el Dios de Israel es un Dios que promete bendición y maldición, tanto prosperidad como calamidad. No debería sorprendernos ver problemas para la iglesia cuando ha sido mundana, porque las fuerzas de la oscuridad responden con hostilidad contra el avance de la transformación del evangelio. En otros momentos, sin embargo, la iglesia sufre debido a la infidelidad generalizada y persistente. Esos sucedió durante la era de los jueces y puede suceder hoy también.
Sin embargo, leemos en el libro de los Jueves que cuando los israelitas se arrepintieron, Dios los liberó. No importa cuan mal la gente del Pacto de Dios falle, nuestro Señor rápidamente rescataba Su iglesia cuando ella se arrepiente. Su pueblo lo abandona, pero Él nunca los abandona. El juicio comienza en la casa de Dios (1 Pedro 4:17), pero es un juicio que es disciplinario, no destructivo. Está diseñado para movernos al arrepentimiento y la fidelidad. Y la era de los jueces nos muestra que el Señor no dejará de rescatar y perseverar a Su iglesia cuando Su iglesia se arrepiente y clama a Él.
Usado con permiso de tabletalk magazine. Puedes encontrar el artículo original en inglés aquí. Traducido por Acacia Arreola.
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