Por Juan Paulo Martínez Menchaca
Originariamente, el gnosticismo del primer siglo no era una herejía. Era sencillamente una de las maneras que crearon los hombres para realizar su espiritualidad utilizando la Filosofía. Inventaron un culto en el que ciertos conocimientos considerados como secretos y elevados constituían el poder de unos cuantos iniciados.
No era originariamente una herejía porque el gnosticismo no nació dentro de la iglesia. Se convirtió en una herejía solo hasta que los gnósticos voltearon a ver a la fe cristiana y la consideraron como otro elemento más de su construcción doctrinal.
Un gnóstico en el siglo I era un individuo que hacía de una mezcla de filosofías su clave para entender el universo. Leyendo a los idealistas griegos, a los místicos budistas y a los autores zoroástricos persas especulaban acerca del mal como emanaciones dualistas contraponiendo el mundo espiritual al mundo material. Buscaba la restauración del orden cósmico y la libertad.
Entonces cuando supieron del cristianismo y la vida eterna se les ocurrió que Jesús que venía en espíritu traía el conocimiento liberador o “salvador”. Conceptos gnósticos como “demiurgo” (primero, agente de maldad, después asociado por algunos con “el Dios” del Antiguo Testamento en oposición a Jesús) y “pleroma” (el resultado de las emanaciones intradivinas que concluyen en la plenitud de la deidad) son parte de la dogmática del gnosticismo que se mezcló con la revelación bíblica.
¿Existen gnósticos el día de hoy? Sí. En general, el Movimiento de la Nueva Era no es sino la prolongación del sincretismo pagano. Por ejemplo, para este, Jesús es un “Maestro ascendido” que recibe todos los honores de un iniciado e iniciador de otros. Toda clase de teorías sobre la vida Cristo se pueden hallar entre los fanáticos de la Nueva Era, tales como que Jesús murió en la India, se inició en Heliópolis y que había sido dejado en la tierra por una nave extraterrestre, entre otras extravagancias.
Pero quisiera decir algo más allá de la materia de las herejías que el gnosticismo erigido sobre la revelación cristiana. Quiero hablar un poco acerca de la actitud gnóstica que muchos tenemos hoy dentro de la Iglesia.
El gnóstico creía salvarse a sí mismo mediante cierto conocimiento adquirido. ¿No es este el pie de guerra de varios de nosotros: la posesión de saberes teológicos especializados? Creemos que conociendo algunas fórmulas de teología conocemos al Señor. Nuestra mejor prueba de fe entonces no es “el fruto del Espíritu” (Gál.5:22–23) sino nuestra perfecta sincronía doctrinal.
Yo sé que Dios es Trino y que él redime y santifica. Sé fechas, lugares y contextos. Me doy cuenta de los errores de mi prójimo que no lee la Biblia tan informado como yo. Tengo así la oportunidad para sentirme un cristiano de primera clase por sobre la ignorancia que mi hermano no ha podido vencer. “Este conocimiento es muy alto para ti”, pienso, y quiero lucirme tiránicamente en lugar de tratar de instruir con humildad y amor.
Lo más irrisorio de esto es que en nuestras torres teológicas no esté Cristo, sino que este ande en el valle dando la mano a los peregrinos que nosotros vemos despectivamente desde nuestras alturas. Somos los gnósticos del siglo XXI cuando nuestro conocimiento teológico y bíblico nos ha fosilizado espiritualmente, en lugar de avivarnos con la llama del amor por los demás.
Aprender datos y memorizar teorías y doctrinas lo puede hacer cualquiera que, en promedio, tenga un mínimo de afecto por la ciencia y disciplina personal. Pero “amarse los unos a los otros” (Jn.13.34) con el amor de Jesús solo se puede cuando nuestra vida ha sido transformada sobrenaturalmente por el Espíritu Santo.
Queda claro que no se puede ser discípulo de Jesús sin abrazar toda la enseñanza de la Palabra de Dios comprendiéndola, básicamente al menos, en su estructura fundamental. La doctrina no salva, pero Jesús no salva sin doctrina. Pero también es igualmente claro que estar con Cristo y en su santísima doctrina se debe reflejar en nuestro carácter y en nuestros actos cotidianos de amor, paciencia, benignidad, mansedumbre, fe, templanza, gozo, bondad y paz. De otro modo mentimos contra la verdad (Stg.3.14).
Las doctrinas gnósticas son enemigas del evangelio. Pero también lo es, y mucho, la actitud del gnóstico de parte del creyente que confía en que su pedantería secreta o pública tiene algún valor delante de Dios.