Por Albert Rodríguez
Cuando ya no sabemos qué hacer
¿Te has cansado alguna vez de lidiar con un pecado que te persigue todavía? Por mi parte, te diré que sí. Creo todos hemos batallado con alguna área pecaminosa que se resiste a morir. Algunos luchan contra la ira, otros con los celos o la envidia, con el orgullo o la maledicencia. Hay ciertos pecados que siguen anclados mientras permanezcamos en este cuerpo de muerte. Un tiempo estamos bien, todo va viento en popa, pero… caemos en lo mismo. Quisiera uno avanzar y darle vuelta a la página, pero ese pecado surge como lo peor de nuestras pesadillas porque es un obstáculo para nuestra comunión con Dios. Es agotador, frustrante y, en ocasiones, nos deprimimos y nos preguntamos si somos hijos de Dios. Claro, esto no significa que no seas cristiano, si de verdad te preocupa y te lamentas por tu pecado (Romanos 7:25).
Una razón por la que aún batallamos contra un pecado repetido, es porque lo queremos resolver a nuestra manera y dejamos de lado la gracia divina. Lee el siguiente pasaje que escribió el apóstol Juan:
1 Juan 1:9 «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad».
El texto está en tiempo presente; lo que quiere decir que son situaciones que se realizan todavía. Este versículo nos indica una acción nuestra y dos promesas de Dios.
Confesemos nuestros pecados
La palabra «confesar» significa «decir lo mismo que…» (1). Cuando confesamos nuestros pecados a Dios es porque confirmamos lo que Él dice acerca de ellos en Su Palabra (Romanos 3:20). Entonces, confesar es reconocer diariamente nuestra maldad y que necesitamos gracia, hasta que Cristo regrese por segunda vez y nos libere totalmente del dominio del pecado.
La confesión implica varios elementos:
1. Un corazón quebrantado. Dios no menosprecia un corazón contrito y humillado por el pecado, y mira aquél que tiembla ante Su Palabra (Salmo 51:17; Isaías 66:2). Un corazón humilde es condición apremiante para recibir mayor gracia (Santiago 4:6).
2. Un arrepentimiento sincero. Arrepentirse es seguir cambiando tu pensar sobre el pecado y volverte de corazón a Dios (Zacarías 1:3; Joel 2:12-13). El arrepentimiento es un don y necesitamos pedirlo en oración todos los días (Hechos 11:18; 2 Timoteo 2:25).
3. Un deseo de apartarse del pecado. Confesar implicaciones anhelos y acciones concretas de abandonar los pecados y no encubrirlos (Proverbios 28:13). El cristiano ya no ama el pecado como antes y se aleja de él.
Dios es fiel y justos para perdonarnos
Dios nos otorga el perdón no debido a nuestra confesión de pecados; sino que, gracias a Su Hijo amado, dio Su vida como propiciación por nuestros pecados (1 Juan 2:2).
Vamos a esclarecer dos ideas importantes: la Ira de Dios es la respuesta de un Dios santo y justo contra nuestro pecado; mientras que la Propiciación significa que Dios se presenta a sí mismo en Jesucristo para calmar y apartar Su ira contra nuestro pecado (2). Cristo resolvió el problema de la Ira divina contra nosotros ya que transgredimos Su Ley (1 Juan 3:4; Gálatas 3:13). Él tomó nuestro lugar para recibir sobre sí la Ira divina y nos reconcilió en paz con Su Padre (Romanos 5:8-10). Como Su sacrificio perfecto se ofreció una vez y para siempre, es Autor de salvación eterna para los que creen en Él y nos limpia de todo pecado (Efesios 1:7; Hebreos 5:9; 1 Juan 1:7).
Por tanto, Dios es fiel y justo para perdonarnos gracias a Jesucristo el Justo, quien actúa como nuestro Abogado para con Su Padre. Cada vez que pecamos, Él intercede siempre por nosotros (1 Juan 2:1; Romanos 8:1, 33-34; Hebreos 4:14-16, 7:25).
Dios nos limpia de toda maldad
No conforme con lo anterior, Dios nos hace una limpieza santificadora. Esta obra lo opera a través del Espíritu Santo, quien nos confirma que somos hijos de Dios, limpia nuestro corazón de nuestros pecados e ídolos, nos ayuda a hacer morir las obras carnales, fortalece nuestro hombre interior, pone nuestra mente en las cosas espirituales, intercede en nuestras oraciones y nos da capacidad para guardar Sus mandamientos (Ezequiel 36:25-27; Romanos 8:5-8, 13-14, 26-27; 1 Corintios 2:13-14; Efesios 3:16; 1 Pedro 1:2). Y esta obra purificadora continuará hasta el día que Cristo se manifieste (Filipenses 1:6; 1 Juan 3:2-3).
En resumidas cuentas
Dios nos ha concedido recursos y promesas para continuar la vida de piedad y nuestra comunión con Él (Tito 2:11-14; 2 Pedro 1:4). Cada vez que suframos un fracaso estrepitoso por nuestro pecado, confesemos nuestros pecados a Dios, confiemos en Su perdón y limpieza, y descansemos en Su Hijo. ¡Eso es buena noticia porque no estamos desamparados! Por último, no olvides nunca las palabras de Robert Murray McCheyne:
«Por cada mirada a ti mismo, ¡mira diez veces a Cristo!» (3).
Amén. Para Su gloria.
_____________________
Notas:
(1) y (2) Guzik, D. (2025). 1 Juan 1 – Comunión con Dios. En Comentario bíblico Enduring Word. https://es.enduringword.com/comentario-biblico/1-juan-1/
(3) Reinke, T. (7 de agosto de 2012). Cita de Robert Murray McCheyne en El poder purificador del deleite en Cristo. Desiring God. https://www.desiringgod.org/articles/the-purifying-power-of-delight-in-christ
_____________________
Preguntas para reflexionar:
¿Qué lugar ocupa la confesión de pecados en tus tiempos con Dios?
¿Qué pecado está siendo tropiezo para tu comunión con Dios?
¿Cómo la gracia que tenemos en Cristo puede ayudarte hoy?
