Por Jorge Rivera
«Ya no siento nada… ¿será que me alejé?» Es una pregunta que me he hecho, y sé que tú también, especialmente en tiempos de sequedad espiritual. A veces caminamos con el ánimo apagado, con el corazón árido, y nos preguntamos si Dios se ha ocultado o nos ha abandonado.
Sin embargo, la Biblia ofrece una perspectiva distinta: “porque por fe andamos, no por vista” (2 Co 5:7).
Como explica Leo Meyer, esta frase significa que los cristianos vivimos con una perspectiva eterna y confiamos en las promesas futuras de Dios, incluso cuando no las percibimos con los sentidos. En otras palabras, nuestra vida cristiana no se basa en lo que sentimos o vemos en el momento, sino en la seguridad de lo que Dios ha prometido en el evangelio.
Andamos por fe, no por sentimientos
Caminar “por fe y no por vista” significa avanzar confiando en Dios cuando nuestros ojos y emociones no ven nada que confirme ese avance. Es como viajar de noche sin ver el camino, pero confiando en el GPS que nos guía; o como un hijo que ya no siente la mano de su madre, pero sabe que ella sigue allí, velando su sueño.
Harold Senkbeil lo expresa con claridad:
«La fe no es una emoción… la fe es la mano que capta las promesas de Dios. La fe es confianza: la fe es confiar en Dios y en su Palabra».
La fe no se funda en los altibajos de nuestros sentimientos; es una actitud firme que se agarra a la Palabra de Dios. Cuando nos invade la sequedad, el antídoto no es tratar de “sentir algo” a cualquier costo, sino reorientar nuestra mirada hacia Cristo y sus promesas.
Vivo en una ciudad muy seca, y es común —no solo en invierno— ver árboles que parecen muertos, sin flores ni frutos, como un tronco agrietado. Pero sus raíces siguen vivas bajo tierra, esperando la temporada para dar fruto.
Así también nosotros: puede parecer que nuestra vida espiritual está estéril, pero si nuestras raíces están en Cristo, la savia sigue circulando. Lo que necesitamos es confiar en que, cuando llegue el tiempo oportuno, el Señor hará brotar nueva vida en nuestro corazón (Salmo 65:11).
La Biblia misma subraya este principio. Pablo anima a los creyentes a fijar la vista no en lo que se ve —las pruebas, la fatiga espiritual o la ausencia de “sensaciones”—, sino en lo que aún no vemos: “lo eterno” (2 Co 4:18).
Cristo, nuestra esperanza en la aridez
En teoría sabemos que en Cristo hay plenitud de gracia para las almas más hastiadas. Pero, ¿qué sucede cuando nuestro “suelo” interior está reseco?
John Owen, maestro puritano del siglo XVII, describe esta desolación: nuestro corazón puede parecer «suelo seco y agrietado», una “habitación de dragones” llena de deseos pecaminosos sin fruto. La única salida es volver a contemplar la suficiencia de Cristo y su plenitud para darnos fuerza y liberación:
«Contiene suficiente provisión para mi socorro y ayuda; Él puede tomar mi alma decaída y moribunda y hacerme más que vencedor».
Jesús es el «agua viva» (Juan 4:14), capaz de convertir el terreno árido en un estanque y las grietas de nuestro corazón en fuentes de aguas (Isaías 35:7). Aun si no vemos resultados inmediatos, podemos esperar nuevos brotes en la medida que esperamos en Él (Isaías 40:31).
El apóstol Pablo nos anima a mantenernos firmes incluso en la prueba más dura (2 Co 4:16–18). No es un optimismo vacío, sino una esperanza fundamentada en la gloria venidera. Aunque no conquistemos hoy nuestras luchas, permanecer en la fe evita la desesperación.
El evangelio en la aridez
A ti que lees esto: la vida cristiana es un regalo soberano de Dios (Efesios 2:8–9). Y no es en vano que caminemos por fe, porque Dios mismo es quien imparte la fe y la esperanza (Colosenses 1:23).
Cuando nos falta alegría, es Él quien puede darnos un nuevo avivamiento. Nuestro deber es acudir a Él mediante la oración y la Palabra. Todo verdadero ministerio se sostiene por la fe en las promesas del nuevo pacto (2 Co 3:4–6).
No se trata de anular los sentimientos, sino de aprender de ellos. El dolor nos recuerda que sin Cristo nada podemos (Juan 15:5). Y eso no es debilidad; es verdad.
Jesús mismo supo lo que es el abandono y la tristeza (Mateo 27:46; Marcos 15:34), pero nunca dejó de confiar en la voluntad del Padre. Su ejemplo nos enseña que creer en medio de la oscuridad es posible, porque Dios no abandona.
El evangelio proclama que hemos recibido al Espíritu Santo como Consolador interno (Juan 14:16). No garantiza experiencias intensas todo el tiempo, pero sí garantiza Su presencia constante, capaz de reavivar nuestra fe.
Ya somos reconciliados con Dios en Cristo; la mayor evidencia de esto no es un sentimiento, sino la resurrección de Cristo y la transformación de nuestro ser.
Conclusión: consuelo del evangelio en la aridez
Si estás enfrentando —o enfrentarás— un valle seco en el alma, no estás solo ni olvidado. Jesús mismo invita al cansado:
«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11:28).
Quizás hoy no sientas paz ni gozo. Tal vez no experimentes emoción alguna al orar. Pero el evangelio te asegura que Dios ha escuchado tu clamor, está trabajando aun en el silencio, y te sostiene por su Espíritu.
Como en la noche oscura del desierto, hay estrellas invisibles. Así también, la fe permite ver la gloria de Cristo, aunque ahora la vista esté nublada.
Porque hasta en la sequedad más profunda, la gracia de Jesús es suficiente.
Preguntas para meditar
¿Qué tanto estás dependiendo de tus sentimientos para evaluar tu relación con Dios, y cómo podrías comenzar a caminar más por fe que por vista esta semana?
¿Qué promesa específica de Dios podrías predicarte a ti mismo durante momentos de sequedad espiritual para sostenerte en esperanza?
¿Cómo podrías reorientar tus hábitos devocionales (oración, lectura bíblica, comunidad) para buscar a Cristo con perseverancia, incluso cuando no “sientas” nada?
