Por Walter Jolon
Un problema común
Un problema (de muchos) que puede enfrentar un cristiano es la inconstancia emocional y espiritual. La vida cristiana, si pudiéramos medirla con un sismógrafo, generaría un gráfico con todos los puntos altos y bajos que la componen.
Testimonio de inconstancia
En mi caso particular, he experimentado flaquezas en mi fe, como es el caso de muchos creyentes también. Hay ocasiones en las que he sido fluctuante cuando mis circunstancias son adversas.
Los tiempos difíciles son ineludibles; nadie tiene la capacidad de esquivarlos. Esos tiempos vienen a crear tensión en nuestras convicciones, y es en esos momentos cuando la duda ha superado mi fe, trayendo inestabilidad a mi vida. La inestabilidad emocional, sentimental y espiritual es una condición grave en la que un creyente no debería permanecer por mucho tiempo. En mi caso, he sido de los que inician un devocional y no lo continúan; empiezo con un plan de lectura de la Biblia, y en un abrir y cerrar de ojos, lo dejo. Mi oración es pendular, yendo de un lado a otro; por un lado oro, y luego ya no oro, y lo mismo ha pasado con mis decisiones. Todo esto trae serias consecuencias en todas las esferas de mi vida.
Consecuencias de una fe fluctuante
En esta condición no tomo decisiones que busquen estar bajo la voluntad de Dios. Mi alma empieza a entrar en un período de hambruna porque esporádicamente es alimentada con la Palabra de Dios. Y lo peor de esto es que me convierto en un blanco perfecto de las tentaciones y el pecado. Santiago compara a las personas en esta condición con “las olas del mar, que son impulsadas por el viento y echadas de una parte a otra”; para él, esta condición nos convierte en personas de “doble ánimo, inestables en todos los caminos” (Santiago 1:6–8).
El impacto en los demás
Otro problema de ser errático es que las personas se vuelven cambiantes o inestables, y a este problema se refería Santiago. Cuando yo he pasado por períodos de inestabilidad, tanto emocional como espiritual, he afectado también a mi entorno. Qué complicado es cuando alguien toma una decisión o afirma algo un día, y al otro día ya ha cambiado de parecer; esto no solo acarrea consecuencias para la persona inestable, sino que también arrastra consigo a personas a las que pudo hacerles una promesa o acordó algún compromiso. Esto las confunde, las enoja y las hace ya no confiar en la credibilidad del que está siendo inestable.
Recuerdo que en una ocasión, uno de mis hijos tuvo la confianza de decirme con respecto a cierto asunto que “tomara una decisión en serio, porque en cuanto decidía una cosa, al otro día me retractaba, y eso ya lo había fastidiado”. Yo sé que he sido errático, y gracias a Dios, lo acepto. Pero no es suficiente con saberlo y aceptarlo; hay que corregirlo.
Esta lucha no es exclusiva de creyentes comunes. Incluso los hombres más usados por Dios, como el apóstol Pablo, también la enfrentaron.
El apóstol Pablo
Uno de los grandes hombres de la Biblia fue errático también. Su nombre es Saulo, pero todos lo conocemos más como Pablo, el apóstol Pablo, el apóstol de la gracia. Pero es necesario aclarar algo: él no fue errático en su fe, sino que se mantuvo firme en su compromiso con Cristo (2 Timoteo 4:7). Sufrió, luchó y perseveró hasta el final. Tenía una teología sólida, una vida centrada en Cristo, y un claro llamado.
Donde nosotros podemos ver que el apóstol Pablo fue errático es en su lucha contra el pecado, que es lo que le sucede a todo verdadero creyente. Sus emociones, decisiones y acciones no siempre estuvieron perfectamente alineadas con su deseo de agradar a Dios. En Romanos 7:15 él dice: “Porque lo que hago, no lo entiendo. Porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago”; y en el versículo 19 dice: “Pues no hago el bien que deseo, sino el mal que no quiero, eso practico”.
El apóstol confiesa aquí su inestabilidad espiritual, admite que hay momentos en los que su querer y su hacer no coinciden. Sin embargo, después de su confesión, el apóstol exclama el motivo de su esperanza cuando dice: “¡Gracias a Dios por Jesucristo nuestro Señor!” (Romanos 7:25).
Mi esperanza
Y este es el motivo de mi esperanza también, para corregir lo errático, inconstante e inestable que he sido y puedo llegar a ser: ¡Cristo es mi esperanza!
Jesús tiene el poder para transformar mi condición, por más grave que sea. Es a través del poder del evangelio que puedo regresar a ser un hombre con convicciones fuertes, con una fe firme y una constancia marcada que refleje la gracia de Dios aplicada a mi favor, favor que no merezco, pero que Dios ha querido darme como una dádiva enviada del cielo. Pero debo actuar, debo arrepentirme, debo buscarlo en Su Palabra, en la oración, en la comunión con mis hermanos en Cristo.
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¿Y tú? ¿Te sientes inestable en tu caminar con Dios? ¿Has empezado cosas espirituales que no terminas? ¿Dónde necesitas hoy la gracia de Cristo?
