Por Jorge Meléndez
Cuando el alma se nubla
Hace cinco años viví los meses más terribles de mi vida —al menos, de los que tengo memoria. He atravesado crisis, he perdido personas muy queridas y he enfrentado situaciones familiares que dejaron una marca profunda en mi alma. Pero en esa ocasión, fue como si todo se viniera abajo al mismo tiempo. Problemas con mis amigos, con mi entonces pareja, con mi familia… y aunque no era algo sumamente grave, cuando volteaba a mi alrededor, lo único que veía era un aparente caos. Había días en los que no sabía qué hacer. Me sentía espiritualmente confundido, emocionalmente aturdido, y ese sentido de la presencia de Dios, ese calor —que antes me era tan familiar— me parecía muy lejano.
Yo me definía como confiado, seguro y valiente, pero ahí descubrí cuán frágil realmente soy. El miedo y la ansiedad me abrazaron por meses. Lloré, creé escenarios en mi mente, vi peligros donde no los había. Cometí pecados que jamás pensé que tocarían mi vida, como un intento de escapar de lo que sentía internamente. Me doy cuenta de que buscaba consuelo calentándome en fogatas que me prometían el calor que antes recibía de Dios, pero que, a mi parecer, había dejado de calentar mi alma.
Dios sigue brillando aunque no lo veas
Y sé que, posiblemente, tú también te has encontrado allí. Aunque podríamos pensar que quienes están firmes en la fe no deberíamos pasar por esto, la realidad es que todos enfrentamos lo que podríamos llamar días nublados en la fe.
¿Por qué los llamo así? Porque hay momentos en los que las circunstancias de la vida parecen nublar la luz de Dios. Como nubes densas que, aunque no apagan al sol, lo ocultan. Sabemos que sigue allí, pero no lo vemos ni sentimos su calor.
Si hoy estás en uno de esos días, quiero que sepas que no estás solo. Yo también he estado ahí, más veces de las que imaginas. Y quiero compartir contigo cómo encontrar consuelo cuando la claridad espiritual desaparece, cuando no sientes el calor ni la luz de nuestro Sol, es decir, de nuestro Dios.
La cruz: claridad en medio del caos
En esos días grises, la soledad se hace más intensa. La sensación de frialdad espiritual puede ser abrumadora. Sabes que Dios está, pero lo sientes lejos. Percibes su silencio como abandono, incluso como indiferencia. Es entonces cuando nos identificamos con el autor del Salmo 42, que describe su alma como desesperada, turbada y ansiosa:
“¿Por qué te desesperas, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?”
— Salmo 42:5a, NBLA
Cuando has pecado y clamas sin recibir respuesta, sientes condenación. Si estás en crisis y Dios guarda silencio, sientes que te ha abandonado. Si estás en necesidad y Él no suple como esperas, piensas que no le importas. Y entonces, comenzamos a medir el amor de Dios según lo que vivimos, según nuestra condición presente. Pero eso no trae esperanza, sino más confusión y desánimo.
Hablarle al alma desde la verdad
Sin embargo, el salmista no se queda en la desesperación. Se predica a sí mismo. Se exhorta. Y afirma:
“Espera en Dios, pues he de alabarlo otra vez, por la salvación de Su presencia.”
— Salmo 42:5b, NBLA
No permitió que su estado emocional nublara lo que sabía del carácter de Dios. Aunque sus sentimientos eran reales, había en él una convicción más profunda: Dios es fiel. Su fe se apoyaba en esa verdad, no en su percepción del momento.
Y ahora te pregunto: ¿dónde encontramos esa misma convicción firme? ¿Dónde vemos con claridad que Dios nos ama, incluso cuando todo parece oscuro? ¿Cuando lo único que vemos a nuestro alrededor es un caos aparente?
Esperanza para el que atraviesa la niebla
Cuando la niebla es más densa, hay una sola verdad que rompe toda nube: la cruz de Cristo. Recuerda las valiosas palabras de Jesús en el Evangelio de Juan:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna.”
— Juan 3:16, NBLA
El amor de Dios no se mide por lo que estás viviendo ahora. No se define por tu pasado, ni se condiciona por tu futuro. Su amor quedó demostrado en el Gólgota, cuando entregó a Su Hijo por ti. La cruz es la prueba definitiva, la que no cambia. Allí resuena el grito del amor de Dios, quien entregó a Su Hijo por pecadores como tú, para cubrir tu mayor necesidad: el perdón de tus pecados.
Por eso, no hay culpa, ni abandono, ni necesidad que no haya sido respondida en la cruz. Su amor sigue brillando. Su gloria sigue calentando el alma, aunque tú no lo sientas. Él no ha cambiado.
Así que, cuando tus días sean grises, cuando tú atravieses momentos en los que la gloria de Dios, Su amor y Su calor no sean visibles, mira la cruz. Allí encontrarás consuelo. Allí tendrás esperanza. No importa cuál sea tu situación actual: Él te ama.
“¿Por qué te desesperas, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarlo otra vez, por la salvación de Su presencia.”
Porque, por medio de Su muerte, Cristo te ha llevado a la presencia del Padre. Te ha reconciliado con Él. Y eso es todo lo que necesitas.
Gracia en medio del caos
Hoy, cuando miro hacia atrás y recuerdo aquellos meses oscuros, doy gracias. No por el dolor, sino porque allí, en medio del aparente caos, Dios me mostró que Su gracia no depende de mis circunstancias. Descubrí que, aun cuando yo no podía sostenerme, Él me sostenía. Y que Su amor, incluso cuando no lo sentía, nunca dejó de brillar. Que, aunque yo percibía caos, es Su amor el que gobierna.
Así que ahora, cuando mi alma está sufriendo, no me detengo en medio de la niebla. Le hablo a mi corazón. Miro a la cruz. Me exhorto a esperar en Dios y a alabarlo. Porque en la cruz, Su amor quedó sellado para siempre. Si estás atravesando uno de esos días nublados, te invito a hacer lo mismo. Y verás cómo Su gloria volverá a calentar tu corazón.
Preguntas para meditar
¿En qué momentos recientes has comenzado a medir el amor de Dios por tus circunstancias, en lugar de mirarlo a la luz de la cruz? ¿Qué verdades del carácter de Dios necesitas recordarle hoy a tu alma para no dejarte llevar por lo que sientes?
