Por Walter Jolon
La oración: un privilegio que conocemos, pero no siempre practicamos
Si somos hombres y mujeres de fe, sabemos muy bien que la oración es uno de los mayores privilegios que puede disfrutar nuestra alma, por todo lo que implica y representa. Ningún creyente negaría nunca que la oración es fundamental y necesaria en nuestra relación con Dios y, en consecuencia, es profundamente beneficiosa para nuestro caminar cristiano.
Es a través de la oración que podemos ir delante de Dios a presentar nuestras peticiones, nuestra gratitud, nuestras luchas, nuestras necesidades y nuestra adoración. Yo sé muy bien todo esto; sin embargo, he fallado estrepitosamente en la práctica de esta disciplina espiritual. Han sido muchas las veces en las que he sentido que la oración es una lucha, en lugar de un deleite; un arduo trabajo, en lugar de un medio de gracia. Y entiendo que esta percepción forma parte de mi lucha interna entre los deseos de la carne y los del Espíritu. Aun sabiendo que la oración es una fuente de vida, no siempre ha sido una práctica constante o fluida para mí.
Una realidad que no muchos se atreven a admitir
Si somos honestos, aunque muchos cristianos oran, la oración profunda, constante y sincera se ha vuelto cada vez más escasa. Es como uno de esos tesoros perdidos del cristianismo moderno: presente en la teoría, pero ausente en la práctica. Nos cuesta orar. Nos cuesta concentrarnos. Nos cuesta perseverar. Y esa lucha silenciosa muchas veces se esconde detrás de frases como “oraré por ti”, que no siempre se convierten en verdad.
La Biblia reconoce nuestra debilidad para orar
Romanos 8:26, NBLA: “De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”
Causas comunes que apagan nuestra vida de oración
- El sufrimiento, que nubla la mente y golpea los ánimos, haciendo difícil acudir a Dios en primer lugar.
- El pecado y la vergüenza, que nos hacen sentir indignos y nos alejan del trono de la gracia.
- El desánimo o la apatía espiritual, que apagan el deseo genuino de buscar comunión.
- La rutina y la distracción del día a día, que nos empujan a vivir en automático y olvidarnos de lo eterno.
- El cansancio emocional, que nos deja sin fuerzas para levantar siquiera un suspiro al cielo.
Una disciplina que se ha vuelto una alternativa
Con esta declaración, el apóstol Pablo no solo nos delata como débiles, sino que nos consuela al mismo tiempo: no estamos solos en esta lucha. El Espíritu Santo nos asiste en nuestra flaqueza, intercede por nosotros y nos acompaña incluso cuando nuestras palabras fallan.
Sí, orar es un deber. Pero no es una carga impuesta por un Dios distante, sino una invitación sostenida por la gracia de un Dios cercano. Orar es un imperativo para nosotros, pero lo hemos convertido en una alternativa, una práctica opcional, si se me permite generalizar. Aunque, si hablo por mí mismo, yo me he visto en muchas ocasiones en estas circunstancias, olvidando que la oración es un deber y no una alternativa.
Nuestro consuelo: no estamos solos ni condenados
A pesar de todas estas luchas, tenemos un consuelo doble: en primer lugar, Dios no nos reprende por nuestra debilidad. No hay condenación ni juicio en su mirada hacia el creyente que lucha. Y en segundo lugar, el Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Él ora por nosotros, cuando nosotros no sabemos cómo.
¿Qué hacer cuando se ha perdido el hábito de orar?
Sabemos que un gran primer paso ante este pecado de no orar es reconocer y aceptar que tenemos un problema, y que este es serio. Un segundo gran paso es acudir al Señor en arrepentimiento. Y un tercer gran paso es tomar acción: si el hábito de la oración se ha perdido, debemos trabajar en reconstruir dicho hábito; si nunca ha sido un hábito, nuestro enfoque debe ser establecerlo como una disciplina constante.
Acciones prácticas para reavivar tu vida de oración
- Por las mañanas, antes de tomar el celular, tomemos de 1 a 5 minutos para orar.
- Mientras vamos hacia nuestro destino, podemos meditar y orar con los ojos abiertos, dirigiendo nuestros pensamientos hacia la comunión con el Señor.
- En el trabajo, si es posible, busquemos a algún hermano en la fe para orar juntos durante algún período adecuado y permitido.
- Por las noches, antes de acostarnos, también podemos tomar algunos minutos para orar.
- Podemos orar con la Biblia abierta y usar uno de los Salmos como guía.
- Si las palabras no fluyen, podemos escribir nuestra oración, pues escribir también ayuda a desbloquear el alma.
No oramos en nuestras fuerzas, sino en Su gracia
Recordemos que orar requiere disposición y el reconocimiento de nuestra debilidad, y que no oramos en nuestras fuerzas, sino por la fuerza que nos otorga el Espíritu Santo. La oración no es un acto de superhéroes espirituales; es el clamor de gente necesitada de comunión con su Padre celestial.
No oramos para ser aceptados por Dios. Oramos al Padre porque ya fuimos aceptados en el Amado, por nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Jesús mismo es nuestro intercesor delante del Padre, para que seamos escuchados con compasión.
—
¿Y para ti qué lugar real ocupa la oración en tu día a día? ¿Qué cosas están interfiriendo con tu tiempo de comunión con Dios? ¿Qué paso concreto puedes dar hoy para reactivar tu vida de oración?








