Por Salime Wheaterford
Parecernos a Cristo es un llamado para todas nosotras. No es una sugerencia. Es una orden que viene de nuestro Padre Celestial. Una y otra vez somos llamadas a seguirlo y a imitarlo. Lee los siguientes versículos: 1 Juan 2:6, 1 Cor. 11:1, Efesios 5:1-2, Juan 13:13-17, Gálatas 3:27, Lucas 6:46, Mateo 5:48, entre otros. El problema es que muy pocas veces nos sentamos a meditar qué significa esto.
Para algunas de nosotras, las que nos gustan las reglas, el ser como Cristo es algo como llenarnos de celo y mostrar intensidad en todo momento. Es someternos a un estándar moral imposible y someter a los demás a este mismo estándar. No hagas esto, no comas lo otro, no tomes aquello, no te juntes con ellos. Es ponernos un filtro moralista ajeno a lo que La Biblia nos dice.
Para otras, el ser como Cristo es hacer y probar de todo, pues al fin y al cabo ya fuimos perdonadas. Es cambiar la libertad por libertinaje y dar lugar a una experimentación ilimitada teniendo un entendimiento erróneo de la gracia De Dios.
Finalmente, otras creen que ser como Cristo es ser buenas y hacer el bien a todos sin confrontar el pecado, sin ofrecer la transformación radical interna que Cristo ofrece. Es un Evangelio de justicia social que nos hace sentir bien pero que no ofrece cambios espirituales y se enfoca solo a cambios circunstanciales.
Gálatas 4:19b dice “…hasta que Cristo sea formado en vosotros”. Esto implica que el ser como Cristo es un proceso. Este proceso se llama “santificación” y comienza desde que por gracia pones tu fe en la muerte de Cristo en la Cruz como pago por tus pecados y termina en tu glorificación cuando mueres. Este proceso está lleno de una gracia constante que nos ayuda a perseverar en ese crecimiento de parecernos a Jesús más y más.
Este proceso es uno en donde nuestros deseos, esperanzas, hábitos y comportamiento se conforman más a lo que ha sido revelado por Dios en Su Palabra, La Biblia. Es llevar una vida en comunidad para que a medida que otros más maduros en la fe, nos guíen, nosotras a su vez podamos guiar a otros menos maduros en la fe. Es tener una confianza tan forjada, que en nuestros altos y bajos, nuestra esperanza se mantiene constante porque conocemos al que nos da esperanza. Es entender que podemos obedecer radicalmente a nuestro Buen Padre, pero que cuando fallamos, hay gracia redentora en nuestro arrepentimiento. Obedecemos radicalmente no porque nuestras obras nos salvan sino porque tenemos un deseo renovado en Cristo de parecernos a Él. Y es obtener Su gracia cuando fallamos sin llegar a un libertinaje que hace de la asombrosa gracia de Dios algo barato. Es hacer uso de los medios de gracia que nos ha sido dados para que, como los atletas, al entender la mejor forma de entrenar, salgamos a la pista y ejercitemos esos músculos espirituales una y otra vez hasta que nuestra vida sea un reflejo automático conformada a la imagen de Cristo. Finalmente, es tener un corazón de humilde servicio en donde vemos la imagen De Dios en todo ser humano y por tanto entendemos su profunda necesidad de salvación en Cristo y servimos, y nos entregamos con todo sin pensarlo con el fin de que, al poner su fe en Cristo, Dios sea glorificado en nuestra vida, en su vida y que nosotras encontremos paz, amor y esperanza duradera.
Hermana, el ser como Cristo es un gran llamado pues nos llena de todo eso que nuestra alma tanto anhela. Es un gran llamado que lleva a una transformación radical en nuestro mundo, individuo por individuo. Finalmente es un privilegio que nos ha sido dado en la misericordia de Dios; en donde conforme Su gloria y Su reino se esparce nuestro mundo, es trastornado de tal manera que se convierte en un mundo mejor.
Para terminar, el día de hoy quiero preguntarte, ¿has caído en alguno de los extremos no bíblicos en tu vida? ¿Cómo te libera el entender que el llamado de ser como Cristo es uno de gozo contagioso que te da la posibilidad de vivir tu vida al máximo y que esparce esperanza alrededor del mundo? Compártelo en nuestro feed @evangelioverdadero.
Termino con una oración para nosotras:
Bendito Padre, danos una confianza radical en ti para que podamos dejarnos caer en tus buenas manos y seamos conformadas a la imagen de tu Hijo quien dio la vida por nosotras. Danos perseverancia a fin de que tengamos la convicción necesaria para ser transformadas en Tu Verdad. Llénanos de tu gracia para que cuando caigamos regresemos en arrepentimiento a tu trono de gracia. Finalmente, muéstranos tu camino de gracia para que conforme esparcimos tu evangelio verdadero, otros a nuestro alrededor encuentren esperanza, gozo y paz. Te pedimos esto en el nombre de tu Hijo Jesús. ¡Amén!
Fotografía por Unsplash.