Por Carolina Ortiz
¿Alguna vez has pensado sobre qué significa la palabra bendición? Este término formado por dos raíces griegas, que al unirlas se leen como eulogia, significa “hablar bien”. ¿No crees que lo decimos tan frecuentemente, que ante nuestros ojos fácilmente pierde su belleza y valor?
Dios en su benevolencia, nos llena de bendiciones todo el tiempo. Él es la fuente del bien y el único que tiene el poder de “hablar bien”. En los quehaceres de cada día, tendemos a olvidar que Él es el dador de todo lo bueno, honesto, verdadero, justo y puro que experimentamos. Así como en el jardín del Edén, Él nos ha provisto de lo necesario para vivir en la tierra. Su creación está llena de belleza y nos ha dado capacidades y recursos para disfrutarla. Independientemente de si las personas son creyentes o no, en su gracia nos bendice cada día. Con inmensa misericordia y compasión sustenta al mundo que le ha dado la espalda.
Aun cuando lo que vemos y vivimos es real, también es pasajero. Las dádivas divinas no están limitadas a cubrir únicamente nuestras necesidades físicas o materiales, sino que van mucho más allá de lo que nuestros sentidos pueden percibir. También tenemos una necesidad espiritual profunda que no puede ser llenada por nada de lo que ha sido creado; esta puede ser satisfecha únicamente por Dios.
En el primer capítulo de su carta a los Efesios, Pablo nos describe las bendiciones del creyente. En los primeros versículos, se dirige “a los que son fieles en Cristo Jesús”. Esta bendición espiritual está preparada para los que han puesto su confianza en Él, le obedecen, son gobernados por su Espíritu y muestran frutos de justicia. A estos, Dios ha dado este regalo: los ha hecho suyos, los ha apartado para sí. Forman parte de un pueblo que fue escogido, comprado y redimido por Él, así que le pertenece. Contrario a las necesidades que experimentamos en esta tierra y que pueden ser saciadas temporalmente, estas bendiciones espirituales son eternas, verdaderas, completas y se han hecho realidad en una sola persona.
Cristo es, en sí mismo, la bendición más grande que se nos ha dado.
Él es la luz para un mundo en tinieblas, el camino de vuelta al Padre y la puerta para las ovejas perdidas.
Es el perdón y la redención que satisface nuestra verdadera necesidad: la salvación.
Estas bendiciones, fueron planeadas y consumadas en distintas dimensiones:
Una dimensión pasada
Antes de que existiera todo lo que vemos, en una eternidad pasada, ya habíamos sido escogidos por Dios — en Cristo — para ser santos y sin mancha delante de Él. Fuimos predestinados para adopción como hijos suyos. El Dios soberano y Creador, que rige el Universo, nos escogió para ser su pueblo por la fe en Cristo Jesús. No hay en nosotros ningún mérito que nos haga acreedores de esta bendición. Ha sido su voluntad dárnosla; es por gracia solamente.
Piénsalo, no importa la condición de tu concepción o nacimiento: los ojos del Padre eterno ya estaban puestos en ti. Antes de fundar el mundo, ya sabía tu nombre y su palabra de bien estaba sobre tí como pueblo escogido. ¡Que verdad tan maravillosa!
Una dimensión presente
En este mundo, ya no somos huérfanos. Aquel plan que se gestó desde antes de la fundación del mundo, ahora es una realidad en Cristo: somos hijos. Como tales, tenemos una nueva identidad, un nuevo nombre y apellido: redimidos y perdonados abundantemente.
¡Ya no somos ciegos espirituales! Ahora vemos su luz. Como integrantes de su familia, Él nos da sabiduría y discernimiento para que al conocer su voluntad, podamos seguirlo como un pueblo apartado para Él. Su Palabra es el lugar en donde Él nos enseña, nos guía y le conocemos. Como hijos suyos, debemos buscar escuchar la voz de nuestro Padre cada día en las Escrituras.
Una dimensión futura
Mientras Él reúne a toda la familia en su nombre, aquel Novio que compró con su sangre una novia para sí, está preparando una morada celestial. Él volverá y nos llevará a habitar con Él. Mientras su plan va avanzando hacia la redención completa, la iglesia ha sido sellada por el Espíritu Santo de la promesa. Este es un anillo de compromiso, un arra que nos recuerda constantemente que no estamos solos. Él está con nosotros y nos sostendrá hasta que vuelva. Su Espíritu nos ayuda a permanecer en Él y nos da testimonio de que su Palabra es eterna, fiel y verdadera pues sabe que el corazón humano es débil y dudamos fácilmente. La gracia que necesitamos para completar nuestro camino por este mundo, ya está lista y disponible sobreabundantemente.
Hasta entonces, convencidos por la fe, caminamos firmemente sabiendo que todas las bendiciones ya nos fueron dadas completamente en Cristo Jesús.
¡Mira sin miedo al futuro pues Él nos ha llenado de promesas! A la luz de esta verdad, las cosas del mundo palidecen. Sabiendo que nuestra verdadera riqueza es Cristo, dejamos de negociar con Dios para obtener sus bendiciones pues sabemos que si estamos en Cristo ya lo tenemos todo. Aferrémonos a lo que ya nos fue otorgado mientras permanecemos y descansamos en Él.
Fotografía por Unsplash.
Gracias por escribir este artículo, bendices mucho mi vida!