Por Ady Terán
Debo confesar que por mucho tiempo viví un cristianismo mezclado con ley; “¡Sí, es cierto! Dios te salva si crees en Cristo, pero además debes hacer esto y aquello y no hacer esto otro…”
La ecuación es: fe + buenas obras (moralidad) = salvación. Puedes pensar: “Oh no Ady, ese es el caso de los católicos, yo soy cristiana.” De acuerdo, puede ser que entiendas que la salvación es sólo por fe. Pero, ¿qué piensas de esta ecuación? Fe + mi obediencia a la Biblia = espiritualidad. O como diría Pablo: “Cuando recibieron el Espíritu de Dios, ¿fue por obedecer la ley, o por aceptar la buena noticia (el evangelio)? ¡Claro que fue por creer el evangelio! Y si esto fue así, ¿por qué no quieren entender? Si para comenzar esta nueva vida necesitaron el Espíritu de Dios, ¿por qué ahora quieren terminarla mediante sus propios esfuerzos?” (Gálatas 3:2-3)
Nunca he sido muy buena en matemáticas, pero por un momento creí que podía entender bien la ecuación de la salvación y viví una lucha agonizante por alcanzar un estándar que me definiera como cristiana. Yo me adapté a ciertas reglas, modifiqué mi conducta para evitar el rechazo, sentirme aceptada por Dios y los demás; y así acallar mi conciencia, que constantemente susurraba a mi oído: “eres pecadora.” Yo no vivía por fe la vida cristiana, yo confiaba en mis propias fuerzas, vivía haciendo negocios con Dios: “Yo hago…tú dame.” Mi motivación era yo misma, mi propio bienestar y reputación.
Es muy triste ver salir de la iglesia a tantos jóvenes adultos que creciendo en la iglesia, ahora rechazan por completo el evangelio. Quizás les ha pasado. Los ves animados, son fieles en la iglesia, involucrados, esforzándose por ser mejores; y ¿dónde están ahora? Corriendo lo más lejos posible de Dios. Del extremo religioso brincaron al extremo inmoral. ¿Por qué? Gálatas 3:10-11 dice: “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito: ‘Maldito sea todo aquel que no se mantenga firme en todas las cosas escritas en el libro de la ley, y las haga.’ Y es evidente que por la ley ninguno se justifica para con Dios, porque ‘El justo por la fe vivirá’”.
Esta es la ironía: Todas las cosas que creemos son “buenas” nos condenan cuando “confiamos” en ellas para ser mejores. Nuestras motivaciones envenenan toda buena acción haciéndola en realidad pecado. Si yo “confío” (dependo) de mis esfuerzos (ley) me amarro la soga al cuello, pues está escrito: “Maldito (condenado) todo aquel que no se mantenga firme en todas las cosas escritas en la ley.” Si creemos que guardar la ley nos salva, y nos hace mejores, entonces estamos obligados a guardar toda la ley, pero la realidad es que: !No podemos! ¿Cuál es el resultado de esta religión? Frustración, enojo, odio, hipocresía; y en el peor de los casos, muerte. ¿Qué pasa cuando no hay cambios? Concluimos: El evangelio no sirve. El cristianismo no funciona, he intentado, me he esforzado, pero nada es suficiente. Esto simplemente no funciona.
Yo necesitaba entender que mi problema NO era lo que yo hacía o no hacía, sino quién era. Yo no necesitaba cambiar mis acciones, yo necesitaba un cambio en mi naturaleza. Yo necesitaba entender que el verdadero evangelio no ofrece simplemente “perdón de pecados” sino una “justicia perfecta”. Yo necesitaba llegar al punto de arrepentirme no solo de todo lo malo que había hecho, sino de todo lo “bueno” que había hecho. ¿Por qué? Porque al confiar en mis buenas obras dejaba de confiar en Cristo como el autor y ejecutor de las mismas. Es una independencia moral que dice: “Yo puedo hacer el bien”. Por eso, pedir perdón por lo malo me hizo “farisea”. Pero pedir perdón por lo “bueno” me hizo cristiana. Muchos se han quedado en el primero, convirtiéndose en fariseos religiosos, pero nunca llegan a ser cristianos de verdad.
¿De qué manera hemos insultado a Dios al exaltarnos a nosotros mismos haciendo trueques con Dios, cambiando nuestra moralidad (espiritualidad) a cambio de Su misericordia? “He pecado (violé tu ley) y como toda ley violada, merezco un castigo. Hay una multa que tiene mi nombre y debo pagar. Sé que la paga del pecado es la muerte, pero… no seamos drásticos, ¿morir? ¿Qué te parece si mejor voy a la iglesia, leo mi Biblia todos los días, me levanto temprano cada mañana para orar, y me abstengo de películas y música que no tengan una buena teología?” ¿Qué esperanza queda cuando se trata de sobornar a Dios con una supuesta virtud moral? ¿Cuál es la respuesta de Dios ante una insolencia como ésta?
“¿Por qué habría yo de aceptar ese pago cuando yo mismo ( Dios Padre) he pagado matando a Mi propio Hijo en la cruz? ¡Cristo pagó con su vida! ¡Murió! Y no sólo eso; dado que eres un pecador que solo produce pecado, mi Hijo vivió una vida intachable, perfecta, guardó la ley a plenitud; y lo hizo, porque tú no puedes. ¡Sí! La justicia que mi Hijo ganó con su obediencia la ganó porque sabe que un pecador, por más que lo intente, jamás podrá obtenerla. Él hizo un intercambio. Tu pecado, a cambio de su justicia.” ¿Qué debo hacer yo entonces? – preguntarás-. La respuesta es: ¡confiar!
“¿Cómo? ¿Creer que Cristo murió por mí simplemente porque soy un pecador?” Sí, así es. Dejar de confiar en tu propia voluntad y tus esfuerzos. “No, esto es demasiado sencillo. Si yo ganara un poquito de justicia, si me esforzara por ser mejor cada día, entonces podría pensar que Cristo murió por mí.” No, eso no sería confiar en Cristo, eso sería confianza en el ‘yo’.
La fe cree en Cristo cuando ve que el pecado es negro, y confía en Él para quitarlo por completo. “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.” (1 Tim 1:15). Cristo no vino al mundo para ayudarnos a que nos salvemos a nosotros mismos. Él vino para salvarnos; no para ayudarnos a ponernos de pie diciéndonos: “Ahora tú échale ganas”. No, sino que Él vino para salvarnos. De principio a fin la salvación es totalmente por gracia y totalmente el regalo de Dios a través de Jesucristo. Cristo no vino al mundo para hacernos salvables, sino para salvarnos; no vino para ponernos en un camino donde de una forma u otra podamos hacer méritos para que Dios nos acepte; sino que vino personalmente para ser el Salvador y para salvar a los pecadores.
El verdadero evangelio salva y santifica.
En Gálatas 2:11 Pablo confronta a Pedro, pero noten cómo Pablo lo hace. No dice, simplemente, “Lo que estas haciendo está mal” (lo cual es verdad), Pablo no está satisfecho con decirlo simplemente de esta manera. En cambio él le dice a Pedro que no está caminando “en línea con el evangelio” (v.14). La palabra griega para “caminar” es “orthopedia” que significa caminar en linea recta. Literalmente le dice: “Tú no estás caminando en línea recta”, “te estás desviando de caminar EN el evangelio.” De acuerdo con Pablo, la verdad del evangelio no es simplemente un conjunto de doctrinas por las cuales somos salvos, sino la manera en que vivimos y actuamos en cada área de la vida. El caminar rectamente de acuerdo al evangelio nos habla de que es posible desviarse, agarrar una que otra curva o buscar ciertos atajos. La imagen nos indica que existe una aproximación única guiada por el evangelio. Una forma de ver, interpretar y vivir la vida a través de los lentes de la fe. Esto es lo que trae verdadero cambio y lo que produce fruto espiritual. El ejemplo de Pablo en Gálatas 2:14 nos muestra que en cada área de la vida no debemos simplemente preguntar, ¿cuál es la manera correcta o moral de actuar? Sino preguntar: ¿Cómo el evangelio aplica a esta situación?
Si el evangelio no es la fuente y motivación detrás de lo que hacemos, entonces actuaremos basados en el temor o el orgullo, y ninguno de estos caminos nace de la fe, ni produce verdadero fruto. Por lo tanto, no basta con que estés “informado” bíblicamente, sino que seas “transformado” genuinamente; por y a través del evangelio. Solo hay un camino, ¿cuál vas a elegir?
Fotografía por Unsplash.