Cuando iniciamos un nuevo año un tema recurrente es el de los famosos “propósitos de año nuevo”. Cada año se nos incentiva a través de distintas técnicas y maneras a plantearnos para el nuevo ciclo que inicia metas, desafíos y retos con los que podamos con satisfacción al final cada año sentir que nuestra vida tuvo algún grado de sentido.
Como cristianos, no somos ajenos a esos mismos propósitos. Además de los tradicionales propósitos que compartimos con todo el mundo (bajar de peso, hacer ejercicio, comer más sano, ahorrar, aprender algo nuevo, etc…), tenemos los propios propósitos cristianos (leer más la Biblia, orar más, ir a la iglesia, ir al grupo, etc.). Por si fuera poco, nos bombardean con visiones, proclamas, declaraciones y demás variaciones que buscan enmarcar el año dentro de un tema que parecería –según quienes creen en esto- reflejar el corazón de Dios para alguien o para todos.
No es malo tener metas y propósitos para año nuevo. Es importante que aspiremos a crecer y mejorar siempre en cada aspecto de nuestras vidas. El tema principal no es tanto “qué hacer” sino más bien “cómo y por qué hacerlo”. ¿Qué nos motiva a plantearnos metas? ¿Cómo las alcanzaremos? ¿Por qué vale la pena hacerlo?
Como cristianos, somos llamados a una misión muy especial. Esta misión es la misma para todos –aunque vivida y aplicada de manera distinta en cada uno, según su llamado en la vida- y tiene un objetivo muy claro: establecer el Reino de Dios en la Tierra. Con la venida de Jesús, el Reino se acercó (Marcos 1:15) y es tarea ahora nuestra buscarlo como objetivo principal en la vida (Mateo 6:33), y vivir sus principios en nuestro ámbito particular de vida.
Es en esta última parte es dónde quiero enfocarme, en vivir los principios del Reino. El Apóstol Pablo, escribiendo a los Romanos acerca de lo que significa vivir de acuerdo al Reino, en el contexto de una discusión sobre ¿Qué es lícito y qué no es lícito comer? define claramente lo que el Reino de Dios es:
“Si otro creyente se angustia por lo que tú comes, entonces no actúas con amor si lo comes. No permitas que lo que tú comes destruya a alguien por quien Cristo murió. Entonces no serás criticado por hacer algo que tú crees que es bueno. Pues el reino de Dios no se trata de lo que comemos o bebemos, sino de llevar una vida de bondad, paz y alegría en el Espíritu Santo. 18Si tú sirves a Cristo con esa actitud, agradarás a Dios y también tendrás la aprobación de los demás.” (Romanos 14:15-17, NTV – énfasis mío)
Bondad, paz y alegría en el Espíritu, tres palabras que amplían el objetivo final del Evangelio: Shalom. Esta palabra que del hebreo la traducimos al español como “paz” va mucho más allá de la simple ausencia de conflicto. La palabra implica bienestar integral, tranquilidad, armonía y muchas otras ideas asociadas a una paz total y verdadera. Esta es la paz que Jesús vino a dejarnos (Juan 14:27) y la paz que Él vino a ser para nosotros (Efesios 2:14-17), Él pagó el precio por nuestra paz (Isaías 53:5) y Él ES el Príncipe de Paz (Isaías 9:6).
Jesús trajo algo al mundo que estaba en enemistad con el Padre (Romanos 5:10), la RECONCILIACION.
“Pues a Dios, en toda su plenitud, le agradó vivir en Cristo, y por medio de él, Dios reconcilió consigo todas las cosas. Hizo la paz con todo lo que existe en el cielo y en la tierra, por medio de la sangre de Cristo en la cruz. Eso los incluye a ustedes, que antes estaban lejos de Dios. Eran sus enemigos, estaban separados de él por sus malos pensamientos y acciones; pero ahora él los reconcilió consigo mediante la muerte de Cristo en su cuerpo físico. Como resultado, los ha trasladado a su propia presencia, y ahora ustedes son santos, libres de culpa y pueden presentarse delante de él sin ninguna falta.” (Colosenses 1:19-22, NTV)
Esta es la base para plantearnos un verdadero y gran propósito para este 2015, que impacta positivamente cada área de nuestra vida y que a su vez, glorifica al Padre porque a través de Él, imitamos a Jesús: vivir como agentes de RECONCILIACION en todo lo que hacemos.
Este no es un llamado nuevo o alguna nueva moda. Esto es lo que se nos ha llamado a ser y vivir por siglos:
“Él murió por todos para que los que reciben la nueva vida de Cristo ya no vivan más para sí mismos. Más bien, vivirán para Cristo, quien murió y resucitó por ellos. Así que hemos dejado de evaluar a otros desde el punto de vista humano. En un tiempo, pensábamos de Cristo solo desde un punto de vista humano. ¡Qué tan diferente lo conocemos ahora! Esto significa que todo el que pertenece a Cristo se ha convertido en una persona nueva. La vida antigua ha pasado, ¡una nueva vida ha comenzado! Y todo esto es un regalo de Dios, quien nos trajo de vuelta a sí mismo por medio de Cristo. Y Dios nos ha dado la tarea de reconciliar a la gente con él. Pues Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando más en cuenta el pecado de la gente. Y nos dio a nosotros este maravilloso mensaje de reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo; Dios hace su llamado por medio de nosotros. Hablamos en nombre de Cristo cuando les rogamos: «¡Vuelvan a Dios!». Pues Dios hizo que Cristo, quien nunca pecó, fuera la ofrenda por nuestro pecado, para que nosotros pudiéramos estar en una relación correcta con Dios por medio de Cristo”. (2 Corintios 5:15-21, NTV – énfasis mío)
Es nuestra tarea, nuestro supremo llamado el llevar verdadera paz –shalom– a cada lugar y circunstancia de nuestra vida. Nuestras relaciones necesitan paz, nuestros empleos y la relación con nuestros compañeros de trabajo, clientes, proveedores y acreedores necesitan paz, nuestras familias necesitan paz y ser centros de paz para el necesitado, nuestras iglesias necesitan paz. Esa paz no llega por arte de magia. Esa paz llegar por una convicción clara del Evangelio que entiende que con Dios ya tenemos paz y que ahora, nuestra tarea es llamar a otros a estar en paz con Dios y extender, a través de la verdad, la gracia y el amor, la paz hacia los demás. No es casualidad que el Apóstol Pablo siempre saludara y se despidiera de sus iglesias con las mismas palabras: gracia y paz.
Enfoquémonos en esto cada día este año. Clamemos por paz en nuestra relación con Dios y pidamos la gracia para extenderla a otros.
¡Feliz año 2015!
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