Por Rafael Zúñiga
“¡Pueblo terco! Ustedes son paganos de corazón y sordos a la verdad. ¿Resistirán para siempre al Espíritu Santo? Eso es lo que hicieron sus antepasados, ¡y ustedes también!” – Hechos 7:51 (NTV)
Cuando era más joven y atravesaba mi etapa como universitario, había dos preguntas que me hacía constantemente: ¿Soy verdaderamente salvo? y ¿He blasfemado contra el Espíritu Santo?
Recuerdo muy bien que, por muchas noches, estás dos incógnitas daban vueltas en mi cabeza. La primera pregunta se resolvió más rápido que la segunda, después de entender que es por medio de la fe y por gracia que mi vida se colocaba en una posición correcta delante de Dios. Pero la segunda pregunta me seguía causando muchas dudas, por la razón de que observaba actitudes mías y me hacían pensar que en algo estaba ofendiendo al Espíritu Santo.
Ahora, cuando leo estas palabras de Esteban, el primer mártir, no puedo evitar pensar lo triste y desilusionado que se sentía por el rechazo de los fariseos hacia el mensaje del Evangelio. El describe a los fariseos como “pueblo terco”, o para los más clásicos, “duros de cerviz”. Es la misma expresión que se usa cuando el pueblo de Israel se quejaba y era incrédulo para con Dios en el desierto, después de salir de Egipto.
Entonces, habiendo dicho esto de forma muy general: ¿Es posible resistirse al Espíritu Santo? La respuesta: Si y no.
¿Cómo resistimos al Espíritu Santo?
Antes que todo, debemos entender que el Espíritu Santo es una persona. No es una fuerza o energía. Es una persona que forma parte de la Trinidad. Es uno con el Padre y con el Hijo. El Espíritu Santo estuvo en el principio de la creación (Gn. 1), y está con la Iglesia hasta el final de los tiempos esperando el regreso glorioso de Jesús (Ap. 22:17). Así que, podemos decir que el Espíritu Santo siempre ha estado trabajando aquí en la tierra. En otras palabras, el trabajo principal del Espíritu Santo es traer vida al alma humana, por medio del mensaje del Evangelio, haciéndonos claro lo majestuoso que es Cristo Jesús.
Pero, si el Espíritu Santo es incomparablemente fuerte, ¿cómo es qué puede ser resistido? ¿Qué es lo que puede colocar una barrera entre Él y yo? La respuesta a esto es clara y objetiva: la incredulidad del hombre. Si recuerdas, los fariseos le dijeron a Jesús que Él hacía milagros por medio de fuerzas demoniacas (Mt. 12). Es decir, le atribuyeron el poder del Espíritu Santo a los demonios. ¡Qué ligereza para hablar!
Un capítulo más adelante (Mt. 13), dice que Jesús no pudo hacer muchos milagros en Nazaret por causa de la incredulidad de la gente. El ministerio de Jesús se vio opacado por la falta de fe de las personas. La acción del Espíritu Santo para hacer algo sobrenatural se vio interrumpida porque la gente que no quería creer.
La incredulidad al mensaje del Evangelio es un rechazo directo a la obra del Espíritu Santo, ya que Él es el encargado principal de iluminar nuestros corazones y nuestras mentes de la verdad de Cristo Jesús. Cuando alguien decide voluntariamente decir “No quiero este mensaje…no creo en Jesús”, estas oponiéndose directamente a lo que el Espíritu quiere hacer en esa persona.
Pero, esto no es solo una advertencia para los no creyentes. También es algo en lo que podemos caer, los que ahora somos salvos. El apóstol Pablo comento varias cosas acerca de esto:
“No entristezcan al Espíritu Santo de Dios con la forma en que viven.” – Efesios 4:30 (NTV)
“No apaguen al Espíritu Santo.” – 1 Tesalonicenses 5:19 (NTV)
Es posible apagar la presencia del Espíritu Santo en nosotros con nuestras actitudes hacia Él. Es posible dejar de escuchar la dirección del Espíritu cuando nos aferramos a hacer nuestra voluntad, y no lo que Él sabe que es mejor para nuestras vidas.
Te quiero preguntar: ¿Qué te ha estado pidiendo Dios que entregues a Él? ¿Hay alguna área de tu vida que necesita cambios y te estás negando?
Viviendo sin resistencia
La única manera en que podemos empezar a vivir plenamente en el Espíritu es cuando rendimos todo lo que somos en humildad y fe. Esto significa que hacemos a un lado toda incredulidad, y aún si hubiera algo de esto en nuestro corazón, podemos decir como aquel hombre en busca de ayuda para su hijo: “¡Sí, creo, pero ayúdame a superar mi incredulidad!” (Mr. 9:24, NTV).
No hay incredulidad que el Espíritu de Dios no pueda vencer, aún así debemos venir a Él con la actitud y disposición correcta. Vivamos sin resistir su presencia y poder, y comencemos a experimentar todo lo que Él desea hacer en nosotros y por medio de nosotros.