Por Emmanuel Alfonzo
Una de las bendiciones que Dios me ha concedido en éste último tiempo es gozar de la amistad de un judío ortodoxo. Lo que comenzó como una simple relación comercial, terminó siendo una preciosa amistad en la que hemos podido compartir tiempo y algunas experiencias no sólo entre nosotros, sino que también nuestras familias; hemos compartido la mesa, un par de viajes y una comunicación constante que me han llevado a valorar inmensamente ésta amistad y a considerarla como un regalo de Dios.
Sin duda para mí ha sido un tiempo de gran aprendizaje en muchos aspectos. Como creyente, he sido desafiado a valorar cada vez más la belleza, la importancia y la relevancia del Antiguo Testamento y de la observancia de la Ley.
Está claro que discrepamos en muchos aspectos, algunos de ellos negociables, pero, evidentemente hay una pregunta que marca el límite definitivo: Quién es Jesús y cuál es la naturaleza de la obra que Él vino a hacer.
Aunque ambos estamos en total desacuerdo con la respuesta el uno del otro, en una cosa estamos completamente de acuerdo: Porque somos incapaces de cumplir completa y perfectamente la Ley de Dios; ambos dependemos totalmente de Su gracia y Su misericordia para el perdón de nuestros pecados, para nuestra salvación.
Y hablando del perdón de nuestros pecados, el pasado Martes 8 de Octubre, hasta la tarde del Miércoles 9 de Octubre de 2019, los judíos de todo el mundo celebraron Yom Kipur, El Día del Perdón o de la Expiación.
¿Qué es la expiación y por qué es importante para mí?
La expiación, es un término que no termina de comprenderse completamente entre muchos creyentes, causando que nuestra perspectiva del Evangelio sea limitada y no cause el impacto y el asombro debidos ante tal Gloriosa Noticia.
Yom Kipur y el Evangelio de Jesucristo.
El Día de la Expiación, o Yom Kipur, es el día más sagrado y solemne del calendario judío. Es el único día en que el sumo sacerdote podía entrar al Lugar Santísimo, el lugar más sagrado dentro del Tabernáculo y los templos antiguos. Era el único día en que el sumo sacerdote podía reconciliar a Israel con Dios y simbólicamente traerlos de vuelta a la presencia del Señor. Ningún otro día y ningún otro ritual antiguo se acerca tanto al significado completo y el propósito de la expiación hecha por Jesucristo a nuestro favor.
La temporada de otoño de festivales comienza con Rosh Hashana, el comienzo del Año Nuevo judío. Rosh Hashana marca el comienzo de un período de diez días de arrepentimiento y preparación para el Día de la Expiación. Durante estos diez días, los israelitas buscarían acercarse a Dios en preparación para estos rituales sagrados. En el Día de la Expiación, todo Israel sería perdonado por sus pecados del año anterior, lo que les permitiría ser limpiados y preparados para la Fiesta de los Tabernáculos o Sucot celebrada cinco días después. La Fiesta de los Tabernáculos era la última y más alegre de las tres principales fiestas judías de la Pascua, Pentecostés y Tabernáculos.
El Día de la Expiación seguía un ritual complejo, pero hermoso, que simboliza que todo Israel ahora había sido perdonado y podía volver a entrar en la presencia del Señor a través del sumo sacerdote (ver Levítico 16).
El ritual comenzaba con el sumo sacerdote, vestido con sus coloridas y valiosas prendas doradas usuales y sus hornamentos, ofreciendo el ritual matutino diario de sacrificios y la quema de incienso en el altar del incienso. Luego se lavaba y se vestía con simples túnicas blancas, adecuadas para éste día de humillación. El acto de lavarse y cambiarse de ropa en realidad ocurriría cinco veces a lo largo del ritual.
El uso de sólo las túnicas blancas bien podría entenderse como una pre figuración del Salvador que se humilló, dejando su trono celestial; “dejó de lado toda Su gloria … y se puso sobre sí la túnica simple de la humanidad … volviéndose como uno de nosotros”. El color blanco es también un poderoso símbolo de pureza, que representa la pureza absoluta del verdadero Gran Sumo Sacerdote, quien es Jesucristo.
Luego, el sumo sacerdote traía dos cabras machos al Tabernáculo o al templo y echaba suertes para cada una de ellas. Una suerte por Azazel, o el chivo expiatorio, y la otra era por el Señor (Levítico 16: 7-10). Se ataba una cinta roja alrededor de los cuernos del chivo expiatorio para distinguirlo del otro.
El sumo sacerdote tomaba un becerro, o toro joven, y colocaba sus manos sobre su cabeza, “transfiriendo” simbólicamente sus propios pecados y los pecados de sus compañeros sacerdotes al toro. Luego cortaba la garganta del toro y atrapaba la sangre en un plato para guardarlo para los servicios posteriores. (Levítico 16:11)
Luego traía un carbón encendido del altar del sacrificio e incienso al Lugar Santísimo a través del velo por primera vez. Éste velo, como comenta John Macarthur, “separaba a todos de la santa y consumidora presencia de Dios. Fue éste velo en el templo de Herodes que se partió en dos de arriba abajo cuando Cristo murió, lo que significaba el acceso a la presencia de Dios por medio de Jesucristo.” (Ver. Mateo 27:51)
Vestido todo de blanco, el sumo sacerdote quemaba el incienso ante el Señor. La habitación se llenaba de humo, la nube de humo a menudo era un símbolo de la presencia de Dios. (Levítico 16: 12-13).
El sumo sacerdote salía del Lugar Santísimo, se volvía a lavar, tomaba la sangre del toro y volvía a entrar en el Lugar Santísimo por segunda vez. Luego rociaba siete veces la sangre del toro sobre el Arca del Pacto. (Levítico 16:14). El derramamiento de la sangre del toro joven representaba que el sumo sacerdote era perdonado y reconciliado para poder entrar en la presencia del Señor.
El sumo sacerdote entonces mataba a la cabra que había sido elegida para el Señor, nuevamente acopiando la sangre en un plato. Luego entraba en el Lugar Santísimo con esta sangre por tercera y última vez. Como lo hizo antes, rociaría la sangre de la cabra siete veces sobre el arca. (Levítico 16: 15-16). Como la cabra era la ofrenda por el pueblo, este acto de llevar su sangre al Lugar Santísimo representaba que todo Israel podía entrar simbólicamente en la presencia del Señor, a través del sumo sacerdote y por el derramamiento de la sangre del sacrificio. Así como el sumo sacerdote solo podía entrar por la sangre, así también es solo por la sangre derramada de Jesucristo que podemos nosotros tener acceso a la presencia de Dios.
Cuando el sumo sacerdote salía del Lugar Santísimo, rociaba la sangre combinada del toro y la cabra ante el velo del Tabernáculo. También usaba la sangre para cubrir los cuatro cuernos del altar del incienso. La sangre restante se derramaba en la base del altar del sacrificio en el patio exterior. (Levítico 16: 18-20).
El sumo sacerdote luego volvía al chivo expiatorio y colocaba sus manos sobre su cabeza “transfiriendo” simbólicamente los pecados de todas las personas a éste. Luego pronunciaba el sagrado nombre del Señor, que nunca se diría excepto en este día santo y diría algo como esto: “¡Oh, Jehová! ¡Te ruego! Tu pueblo, la Casa de Israel, ha cometido iniquidad, ha pecado y se ha revelado delante de Ti. Entonces, ¡Oh, Jehová! ¡Cubre, te ruego, sus iniquidades, sus transgresiones y sus pecados!”. La cabra entonces era sacada del Tabernáculo y llevada al desierto. (Levítico 16: 20-21). La cabra sin culpa, que depende de su dueño para su cuidado y protección, se perdería y moriría en el desierto. Quizás ningún símbolo del Salvador sea más poderoso que el chivo expiatorio. Inocente de cualquier maldad, al igual que esta cabra, el Salvador ha cargado sobre si los pecados del mundo entero. Como dijo Isaías tan bellamente: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” (Isaías 53: 6).
Al leer pasajes como Levítico 16, los creyentes modernos, a menudo pasan por alto la importancia del Día de la Expiación como simplemente un ritual anticuado y arcaico de muerte y derramamiento de sangre. Sin embargo, cuando uno comprende mejor cada uno de los aspectos, nos enseña un poderoso mensaje acerca de la expiación de Jesucristo.
La palabra expiación, o kaphar en hebreo, en realidad significa cubrir. Por lo tanto, cuando el sumo sacerdote literalmente cubre con sangre el arca, el velo y los altares del Tabernáculo, muestra simbólicamente que se ha hecho la expiación, y que el camino ahora está abierto para poder accesar a través del Tabernáculo debido al derramamiento de sangre.
Cuán bellamente el simbolismo del Día de la Expiación nos enseña que es solo a través de la sangre derramada del Cordero de Dios, es decir, Jesucristo, que podemos entrar nuevamente en la presencia del Señor. Es solo porque Él cargó sobre Sí nuestros pecados e iniquidades, que podemos ser perdonados y nuestras cargas hechas ligeras. Es sólo gracias a Él que nuestros pecados pueden ser cubiertos, borrados o expiados.
La carta a los Hebreos enseña:
“11 Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación,
12 y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.
13 Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne,
14 ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?
15 Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto,[a] para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.” (Hebreos 9:11-15) .
¡Qué maravilloso es que, a diferencia del antiguo Israel, a quien solo se le puede perdonar una vez al año, diariamente podemos acudir al Señor, poner nuestros pecados y culpa sobre Él, y ser continuamente perdonados y limpiados debido a Su gloriosa expiación!