Por Diego Portillo
GRACIA Y PAZ PARA LA VIDA DIARIA
Hoy continuamos con nuestro estudio de la carta de Pablo a los Colosenses, estamos en los primeros dos versículos (Col. 1:1-2), donde Pablo expresa su saludo habitual. Partiendo de aquí, veremos algunas generalidades sobre esta carta, y examinaremos las implicaciones que tiene a nuestra vida la gracia y la paz que Pablo tanto deseaba a quienes escribía.
LA CARTA
Aproximadamente entre el 60 y el 62 d.C., Pablo, un apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, se encontraba preso en Roma, en una casa alquilada donde podía recibir visitantes y compartir el evangelio abiertamente y sin impedimento (Hechos 28:30-31). Allí también se encontraba el hermano Timoteo, quien había servido con Pablo en la predicación del evangelio y la plantación de iglesias, y quien estaba preso juntamente con él.
En ese tiempo, recibieron una visita de un hermano llamado Epafras (Col. 1:7), quien muy probablemente era el pastor y plantador de la iglesia en la ciudad de Colosas, donde se reunían los santos y fieles hermanos en Cristo. Esta ciudad estaba ubicada en la provincia romana de Asia (en lo que hoy conocemos como Turquía). Colosas había tenido gran importancia comercial en el siglo V a.C. debido a su ubicación junto a las más importantes rutas de comercio de aquel tiempo; no obstante, en los días de Pablo, la importancia de la ciudad había declinado notablemente, porque la principal vía de comercio había sido desviada, y la ciudad se encontraba en el aislamiento.
Al parecer, el informe causó mucha alegría al apóstol. Epafras le contó que los colosenses habían venido a la fe en Cristo Jesús, y que el evangelio estaba dando fruto y creciendo en ellos (Col. 1:4, 6; 2:5), por lo que Pablo se llenó de alegría.
Sin embargo, el informe también incluía noticias no muy buenas. Al parecer, había personas en ese lugar que estaban afectando directamente la fe de esta comunidad de creyentes. Muchos en Colosas no entendían completamente la supremacía de Cristo, y algunos incluso se habían llenado de orgullo, creyendo tener un conocimiento superior al de los demás (Col. 2:18-19); esto está en total contraste con lo que se escribe en Col. 2:2-3. Había también personas que pretendían agregar las obras humanas, especialmente algunas enseñanzas traídas del judaísmo, a la obra completa de Cristo en la cruz (Col. 2:9-11, 16-17). Y aun otros negaban la total humanidad y divinidad de Cristo, por lo cual Pablo enseña quién realmente es Cristo (especialmente en Col. 1:15-23).
Ante esta situación tan peligrosa, Pablo escribe esta carta a los colosenses para advertirles de no dejarse llevar por las filosofías y huecas sutilezas (2:8); e inicia, como en sus demás cartas, deseando que ellos tengan la gracia y paz que provienen de Dios.
GRACIA Y PAZ
Gracia es el favor desmerecido que Dios tiene a bien concedernos, sobre la base de la obra redentora de Cristo en la cruz; paz es el estado de reconciliación con Dios como consecuencia de dicha obra.((Comentario Bíblico Matthew Henry, CLIE, p. 1569)) Ahora, lo que Pablo está diciendo en este saludo no debe verse simplemente en términos de la definición de cada palabra. La definición por sí sola es insuficiente.
Personalmente creo que cada vez que Pablo usa este saludo está expresando su deseo genuino de que estos dos regalos de Dios puedan llenar completamente la vida de las personas a las que él se dirige.
Es necesario que realmente podamos vivir la gracia de Dios en nuestra vida. Cada paso que damos, cada decisión que tomamos, cada relación que consolidamos, cada pensamiento, cada palabra que sale de nuestra boca, cada sitio en internet que visitamos, todo en nuestra vida debe brotar de una firme consciencia de la gracia de Dios. Vivir conscientes de que Su gracia nos ha alcanzado debe llevarnos a vivir centrados en él, a buscar su gloria y no nuestro placer. Nuestra consciencia de la gracia de Dios mostrada en la cruz debe servirnos no solo para entrar en la vida nueva, sino para vivir cada día por esa gran verdad. No de balde Pablo dice que cantemos al Señor con gracia en nuestros corazones (Col. 3:16).
Una de las cosas más maravillosas que la cruz hace es que no solamente nos da paz con Dios, sino con los demás. La paz que viene de Dios inunda nuestra vida al punto de capacitarnos para soportarnos unos a otros, y perdonarnos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro (Col. 3:13). No simplemente tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo (Ro. 5:1), sino que Cristo mismo es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades (Ef. 2:14-16). No hay espacio para la enemistad con otros cuando hablamos de la paz que viene de Dios. Menos aun con nuestros hermanos, pues todos tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre por medio de nuestro Señor Jesucristo (Ef. 2:18). Además, la paz de Dios puede guardar nuestros corazones y pensamientos en todo momento y sin importar nuestra situación (Fil. 4:7).
Dios quiera llevarnos a un entendimiento más profundo de su gracia y paz y las implicaciones que éstas tienen en nuestra vida diaria.
¡Dios te bendiga!