El punto que nos interesa de tu vida espiritual es si verdaderamente oras. Tus puntos de vista doctrinales pueden ser correctos y tu amor por la fe evangélica puede ser firme e inconmovible, pero aún así, todo esto puede no ser más que un mero conocimiento intelectual que se alimenta de un sentimiento partidista. Lo que nos interesa saber es si tú, en verdad, puedes hablar a Dios con la misma manera que puedes hablar de Dios.
Entre los verdaderos cristianos existen grandes diferencias; en el ejército de Dios no todos son iguales. Es cierto que todos se ejercitan en la buena pelea, pero hay. unos que luchan más valientemente que otros. Todos están ocupados en la obra del Señor, pero hay unos que hacen más que los otros. Todos son luz en el Señor, pero hay unos que brillan más que otros. Todos corren la misma carrera, pero hay unos que llegan más lejos que otros. Todos aman al mismo Señor y Salvador, pero unos le aman más que otros. ¿No es esto cierto?
Hay personas que, aunque forman parte del pueblo de Dios, parece que no han hecho progreso alguno desde el día en que se convirtieron. Han nacido de nuevo, pero espiritualmente permanecen bebés durante toda su vida. Asisten a la escuela de Cristo, pero no se mueven del A B C del Evangelio y la santidad. Pertenecen al rebaño de Cristo, pero siempre están en el mismo lugar, no se mueven. Año tras año uno puede observar en ellas las mismas faltas y debilidades. La experiencia espiritual de las tales no ha cambiado desde el día de su conversión. Sólo pueden tolerar la leche del Evangelio, pero no pueden con la comida fuerte. Siempre la misma puerilidad en la fe, las mismas flaquezas, la misma estrechez mental y de corazón, la misma falta de interés en cualquier cosa que rebase su pequeño círculo, todo exactamente lo mismo que años atrás. Aunque resulte triste confesarlo, ¿no es esto cierto?
Sin embargo, hay otros dentro del pueblo de Dios, que progresan contínuamente. Avanzan como Gedeón y los suyos que, aunque cansados, siguen adelante (Jueces 8:4). Siempre están añadiendo gracia a la gracia, fe a la fe, y esfuerzo al esfuerzo. Cada vez que uno los ve, tiene la impresión de que el corazón de los tales se ha engrandecido, y la estatura espiritual de los mismos duplicado. Parece que cada año ven más, saben más, crecen más y viven más profundamente su profesión religiosa. No sólo exhiben buenas obras para probar la realidad de su fe, sino que en las tales se muestran celosos. No sólo hacen bien, sino que no se cansan de hacer bien (Tito 2:14; Gálatas 6:9). Se proponen grandes cosas y las consiguen. Si fracasan, lo intentan de nuevo, y si otra vez caen, de nuevo se levantan. Y en todo esto, y durante todo este tiempo, se consideran a sí mismos como siervos inútiles que no hacen nada de provecho. Estas personas son las que hacen hermosa la religión cristiana a los ojos del mundo, y las que la adornan con sus vidas; arrancan las alabanzas de los inconversos y obtienen la estimación incluso de los egoístas del mundo. Oír, ver y convivir con estas personas resulta de provecho espiritual para el alma; enfrente de las tales, y al igual que sucedía con Moisés, uno se hace la idea de que han venido de delante de la presencia de Dios; Debemos confesar que gente así ́ no abunda mucho.
¿A qué podemos atribuir la diferencia tan grande entre estas dos clases de personas que hemos descrito? ¿Por qué razón algunos cristianos brillan más y son más santos que otros? Yo creo que esto se debe, en la mayoría de los casos, a hábitos distintos de oración privada. Yo creo que los que se distinguen por una vida de santidad pobre, oran poco; mientras que los que se distinguen por una vida de profunda santidad, oran mucho.
Yo creo que la grandeza espiritual, y también la natural, depende, más que nada, del uso diligente de los medios a nuestro alcance. Después de la conversión, la santidad de una persona depende, principalmente, del uso cuidadoso de los medios de gracia que Dios ha dispuesto. Y sin reserva alguna me atrevo a afirmar que el medio principal, y por el cual la mayoría de creyentes han sido grandes en la Iglesia de Cristo, ha sido el hábito diligente de la oración privada.
Hay personas que después de haber hecho una buena profesión de fe, parecen apartarse de los caminos del Señor. Corren bien durante un tiempo, como los gálatas, pero luego caen en las enseñanzas de falsos maestros. Mientras las emociones y sentimientos arden, al igual que Pedro confiesan a Cristo, pero tan pronto viene la hora de la prueba, le niegan. Los creyentes pueden perder el primer amor, como los efesios; sus ánimos y su celo, como Marcos, puede enfriarse. Por un tiempo seguirán algunos, como Demas al Apóstol, pero más tarde volverán al mundo. Muchos de los que profesan la religión cristiana pueden hacer esto.
¿Cuál es la causa principal de todo enfriamiento y apartamiento espiritual? Por regla general creo que la causa principal es el descuido y negligencia de la oración privada. Es cierto que la historia secreta de muchas caídas no se conocerá́ hasta el Día del Juicio. Pero en mi opinión: el motivo principal de todo enfriamiento y apartamiento tiene su origen en el descuido de la oración privada, como lo han demostrado muchas experiencias.
Las Biblias que se leen sin oración, los sermones que se oyen sin oración, los matrimonios que se contraen sin oración, los viajes que se emprenden sin oración, las amistades que se forman sin oración, las lecturas bíblicas y devocionales con oraciones rápidas y que no salen del corazón; todo esto constituye una serie de escalones descendentes por los cuales muchos creyentes bajan a un plano de apatía espiritual, o al borde mismo de una terrible caída.
No dudemos del hecho de que los que caen, primero caen en su vida espiritual privada, y más tarde su caída es pública. Primero caen en su vida de oración, y luego a los ojos del mundo. Al igual que Pedro, primero descuidan la amonestación del Señor de velar y orar, y luego, también como ese Apóstol, pierden las fuerzas y en la hora de la tentación niegan al Señor.
Confío que el lector cristiano de este escrito nunca se apartará de la fe. Pero la mejor manera de asegurarse de que no se apartará de los caminos del Señor, es recordando mi amonestación: no descuides la oración privada.
Fragmento tomado del libro El Secreto de la vida Cristiana, de Juan Carlos Ryle.
Fuente: http://verdaderavida.wordpress.com/2013/10/28/la-oracion-jc-ryle/