Por Jorge Rivera
Cómo santifica el Espíritu Santo
En lugar de sentirte abrumado o condenado de alguna manera en la lucha que estás enfrentando con el pecado que aún mora en ti (Romanos 7.7-25), recuerda que por tu propia fuerza no tienes la capacidad de hacer de ti un santo adorador de Dios. Así que, si comienzas a sentir que desmayas, recuerda que Dios ha prometido cambiarte (Filipenses 1.6). Por tanto, quiero mostrarte la manera en la que el Señor nos ha dejado un medio con el cual vamos siendo santificados día a día en esta etapa en la cual nos preparamos para disfrutar de Él eternamente y es por medio de Su Espíritu Santo (quien como su nombre lo dice es Santo) cuya obra en nosotros siempre producirá santidad para aquellos a quienes Dios ha llamado a ser sus hijos por su gracia. Deseo que veamos como la obra del Espíritu Santo dado por Dios es única en todo el mundo.
Quizás hay muchos programas de autoayuda para aprender a ser un vendedor, motivador, un gran jugador de tenis, un mejor orador. Pero solo existe un agente provisto por Dios para hacer que una persona quiera ser santa; ése es el Espíritu Santo. Es Su poder dinámico trabajando en nuestras vidas lo que vamos a examinar en este artículo.
¿Cómo nos santifica el Espíritu Santo?
Enseñándonos las glorias de Cristo.
En su última tarde con sus discípulos, Jesús les enseñó extensamente sobre la obra del Espíritu Santo. Parte de esta enseñanza fue que el Espíritu Santo trabaja para glorificar a Cristo. “El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber”. (Jn 16.14). El Espíritu Santo nos enseña sobre nuestro maravilloso Salvador. Al igual que un maestro, el Espíritu pinta un exquisito retrato de las perfecciones de Cristo sobre el lienzo de nuestras almas: Ilustrando su amor, misericordia, sabiduría, bondad, humildad, santidad, aflicciones y dulce amabilidad.
El Espíritu Santo nos hace adoradores de Dios, enseñándonos la sensatez de amar al Ser mas hermoso de todo el universo. El pecado que te seduce perderá su atractivo a la luz de Su belleza.
Mostrándonos la Cruz.
El Espíritu Santo fue enviado para convencer al mundo de tres cosas: pecado, justicia y juicio (Juan 16.8-11). Veamos brevemente cada una de ellas.
Convicción de pecado: El Espíritu Santo convence al mundo de su pecado e incredulidad. Esta convicción la sienten incluso los cristianos que ya creen que Jesús es Dios. Cuando dejamos de creer en la verdad de quien Jesús es y perdemos el impacto de Su obra asombrosa de sufrir y morir por nuestros pecados, resulta imposible resistir a la seducción de nuestro pecado cuando nos susurra placeres que promete. La obra del Espíritu es hacer que corras hacia la belleza de la cruz.
Convicción sobre justicia: El Espíritu Santo también nos convence de la justicia de Cristo y su disponibilidad. Es sumamente importante que contemplemos la naturaleza perfecta de Cristo porque nuestro deseo de pecar siempre es un ataque contra el carácter de Dios. Cada vez que nuestros corazones se vuelven hacia nuestro pecado estamos diciendo: Dios realmente no es bueno. Él no es justo. No es amoroso ni santo. Tengo que encontrar otra manera de satisfacerme porque Jesús no puede o no quiere. ¿Como se vería nuestro pecado si estuviéramos mirando fijamente como lo hizo esteban hacia el cielo? (Hechos 7.55-56).
Convicción sobre juicio: El Señor juzgó al “gobernante de este mundo”, Satanás, rehusando sucumbir ante sus tentaciones, viviendo una vida perfecta y arrancando a los hijos de su Padre de la mano de Satanás por medio de su muerte. Cuando estés tentado a pensar que la batalla está perdida y que bien podrías rendirte y servir a tu pecado, suplícale a Dios, para que te ayude a recordar que tu enemigo es un criminal condenado a muerte, que está esperando la ejecución de su sentencia (Apocalipsis 20.10).
Escribiendo Su Palabra en nuestros corazones.
Nuestro Dios no solo quiere que sepamos de Él- Él quiere que lo conozcamos y entendamos. En nuestra naturaleza finita nos es imposible comprender totalmente Su persona, pero el Espíritu Santo nos concede una conciencia cada vez mayor a medida que maduramos. A medida que crezcamos en Su conocimiento, disminuirá nuestra inclinación a buscar agua en cisternas rotas (Jeremías 2.13). Así es como Pablo pudo decir que todo lo demás palidecía en comparación con el tesoro de conocerlo, comprenderlo y entenderlo.
“Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo”. (Flp 3.8).
Inclinando nuestros corazones a adorarlo a Él.
Sin la obra del Espíritu Santo de Dios vamos a rendirle culto a todo, a cualquier cosa, pero no a Dios. Él debe obrar, entonces, para inclinar nuestros corazones para que lo adoremos. En la dedicación del templo, Salomón oró:
“Que el SEÑOR nuestro Dios esté con nosotros… para que incline nuestro corazón hacia Él, para que andemos en todos sus caminos y para que guardemos sus mandamientos, sus estatutos y sus preceptos que ordenó a nuestros padres”. (1 Re 8.57–58).
Salomón entendió que el Espíritu Santo necesitaba inclinar los corazones de las personas hacia Dios. Esta es la razón por la cual, al nacer, estamos inclinados de manera natural a rendir culto a la creación en vez de al creador.
Dios obra por medio de Su Espíritu para enseñarnos que lo que una vez nos parecía absoluta tontería (el deseo por ser santos) se vuelva nuestra pasión principal. (Salmo 110.3; Filipenses 2.13; Salmo 119.36-37; 51.10; Jeremías 32.39; 2 Tesalonicenses 3.5; Hebreos 13.20-21). Regocíjate en que el Espíritu Santo nos transforma en amantes de Dios o en palabras de Richard Baxter: “Si Dios no me hubiera dado un corazón para amarlo, nunca había tenido corazón”. Dios está dispuesto y es capaz de darles a Sus hijos corazones que lo amen.
El Espíritu nos convence de que somos hijos de Dios.
Pablo escribe sobre la obra del Espíritu en nuestra adopción lo siguiente:
“Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor a, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”. (Ro 8.15–16).
Para aquellos que son sensibles a sus pecados, es fácil dudar de nuestra adopción. Cuando comenzamos a dudar, el siguiente paso es apartarnos de nuestro Padre e irnos a satisfacer nuestro pecado. Captar la verdad de que somos Suyos es importante porque nos motivará a adorarlo y por consecuencia centrará nuestros corazones a Él.
El Espíritu nos enseña a orar.
Al luchar contra nuestra pecaminosa naturaleza, con frecuencia nos encontramos orando pidiendo sabiduría, fuerza, un verdadero odio por el pecado y amor por la justicia. Necesitamos la guía del Espíritu incluso en nuestras oraciones.
“Y de la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; porque no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles; y aquel que escudriña los corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque El intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios”. (Ro 8.26–27).
¡Que preciosa reflexión! el Espíritu ayuda a nuestras oraciones. En vez de apartarse de nosotros o rehusarse a escucharnos, Dios envía Su Espíritu para ayudarnos. Cuando luchemos contra el pecado, sabemos que el Espíritu Santo está expresando perfectamente nuestras oraciones pidiendo ayuda. ¡Que consuelo del Espíritu!
Reflexión final.
Dios ha prometido que la obra santificadora que Él ha comenzado aquí en la tierra será terminada por Él en el cielo. Confía en la capacidad soberana de Dios para cambiarte.
“Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que El sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos también justificó; y a los que justificó, a ésos también glorificó”. (Ro 8.29–30).
¿Has sido llamado por Dios? Entonces has sido justificado por Él. ¿Has sido justificado por Él? Entonces también serás glorificado por Su poder y serás cambiado a la imagen de Su Hijo. ¿No es eso extraordinario? Debido a que el Espíritu Santo es fiel para completar toda Su obra, podemos estar seguros de que Dios de alguna manera, por Su gran poder e influencia, hará que reflejemos Su carácter. Él ha comenzado ahora esta obra en este mundo y Él la terminará en el siguiente.
¿No es preciosa la influencia del Espíritu? ¿Su compromiso de obedecer a Su Padre consolándote, cambiándote, alumbrándote y enseñándote, hace que desees cooperar con Él y depender de Él? ¡Así es como debe ser! Recuerda: El Señor no te ha dejado huérfano. Él ha enviado a Su Espíritu para que esté contigo y en ti a lo largo de este viaje.
Fotografía por Unsplash







