Por Marisa Flores Hernández
En este año 2017 se celebran 500 años de la Reforma Protestante. Damos gracias a Dios por los reformadores; pero es necesario recordar que este movimiento surgió en una época de descontento e incertidumbre, así como de oscurantismo. Martín Lutero, un monje agustino, aparece en escena y lleva a cabo este movimiento llamado “La Reforma Protestante”, y lo que se desprende de ello. Él retornó a los principios, o lo que llámanos lo esencial, que no fue otra cosa que retornar a la enseñanza fundamental de Cristo, la Palabra del Evangelio, y con ello repudió a todo lo que la tradición eclesiástica había añadido a la Escritura, a la Biblia.
Con sus 95 tesis, que pega en las puertas de la catedral de Wittenberg en Alemania, logra atacar la jerarquía de la iglesia, así como el cuerpo legal del Derecho canónico. Estas tesis no fueron solo traducidas al idioma alemán, sino también al holandés, así como al español. Martín Lutero atacó uno de los principios de la edad media: “La iglesia católica es la única que tiene las llaves de la salvación, si el hombre no la sigue, este queda condenado.”
Aporte teológico
El aporte teológico de la Reforma protestante se resume en las 5 solas, Sola fe, Sola gracia, Sola Escritura, Solo Cristo y Solo a Dios la Gloria. Pero hay dos más que son cruciales y casi olvidados: “La libertad cristiana” y “la iglesia reformada siempre reformándose.” La Reforma fue un proceso liberador en todas sus dimensiones. Lutero siguió de cerca a su precursor, el Apóstol Pablo, quien constantemente relaciona la justificación por la fe con la libertad cristiana, (Gálatas 5:4, 2, 11, 1; 1:5, 8). El día de hoy podríamos decir en palabras del apóstol Pablo, ser evangélico es vivir desde la gracia de Dios que nos hace libres. En otras palabras, no se puede ser evangélico y legalista a la vez.
Ahora bien, en la medida que somos realmente bíblicos, en esa medida somos libres para “examinarlo todo” a la luz de la Palabra de Dios. Sólo el evangelio y las Escrituras pueden tener autoridad sobre la conciencia del creyente. Solo Dios es absoluto, sólo su palabra divina puede ostentar autoridad final. Cualquier otro absoluto no es Dios, sino un ídolo.
A 500 años de aquel movimiento, hoy en día se levantan con frecuencia también, “papas protestantes” con su “Santo Oficio” que pretenden imponer sus tradicionalismos y dogmatismos, condenando a todo aquel que no está de acuerdo con sus ideas. Es por ello por lo que nuestra conciencia y pensamiento al estar cautivos a la Palabra de Dios y a su glorioso evangelio, nunca nos permitirá ser cautivos de tradiciones, ni de autoridades humanas que pretendan colocarse a nivel o por encima de las Sagradas Escrituras.
Ahora bien, es interesante notar que los reformadores hayan tenido la humildad para ver su movimiento como inconcluso, y con necesidad de continua revisión. De ahí el postulado “Iglesia Reformada Siempre Reformándose.” La palabra de Dios les había transformado, más no se alababan con que su tarea había terminado. Aun así, esta frase quedó olvidada, por unos cuantos siglos, posterior a este gran movimiento, y es en el siglo XX donde volvió a surgir con gran dinámica.
¡Recordemos y no olvidemos!
¿Qué nos dice lo anterior con respecto a lo fundamental de recordar y no olvidar del movimiento de Reforma? En primera instancia, nos desafía a redescubrir constantemente el significado de las buenas nuevas y la fuerza de la libertad evangélica, que fueron tan costosas para los reformadores. Es un llamado al continuo trabajo de exégesis bíblica, que sea seria, científica, crítica y evangélica. Finalmente, los postulados fundamentales del movimiento de reforma nos llaman a un profundo respeto hacia nuestros hermanos(as), al buscar juntos la voluntad del Señor en obediencia a la Palabra de Dios. No olvidemos las sabias palabras de Agustín de Hipona, “En lo esencial (bíblico y evangélico), unidad; en lo dudoso (opiniones, tradiciones, costumbres), libertad; en todo, misericordia.”
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