En su exhortación a su joven discípulo Timoteo, Pablo le escribe lo siguiente: “Desde la niñez, se te han enseñado las sagradas Escrituras, las cuales te han dado la sabiduría para recibir la salvación que viene por confiar en Cristo Jesús.” (2 Timoteo 3:15, NTV)
Para Pablo, las Escrituras tienen una importancia central en la vida del creyente. Nos ayudan a conocer el carácter y naturaleza de Dios y a apreciar más y mejor el precioso regalo de la salvación que nos ha sido dada en Jesús. Es a partir de este conocimiento que podemos enseñarlas a otros: “Esfuérzate para poder presentarte delante de Dios y recibir su aprobación. Sé un buen obrero, alguien que no tiene de qué avergonzarse y que explica correctamente la palabra de verdad.” (2 Timoteo 2:15, NTV)
Conocer bien las Escrituras nos ayuda a ser obediente a estas exhortaciones que Pablo hizo a Timoteo y que aplican a nosotros hoy en día. Somos herederos de un precioso regalo que no fue diseñado para que lo retengamos, sino que ese regalo –el Evangelio- se hace más grande y más precioso mientras más lo compartimos.
El gran reto que tenemos entonces es: ¿cómo podemos mejorar nuestra lectura de la Biblia para vivir de mejor manera lo que se nos ha encomendado?
Aunque difícilmente podemos tratar el tema de manera exhaustiva en un artículo, quisiera explicar algunos puntos importantes que pueden ayudarnos a la hora de abordar un texto ya sea para lectura devocional y de edificación personal y familiar, o a manera de estudio en la preparación de un mensaje a un grupo o congregación.
El primer problema que debemos atacar es el de que debemos reconocer con mucha humildad que la Biblia no fue escrita para nosotros. ¿Cómo así? Debemos recordar que lo que hoy tenemos en nuestras manos como Biblia tomó cientos de años de escribir y es la recopilación de textos que fueron escritos en lugares muy distantes a donde hoy vivimos, en épocas muy lejanas, por personas que no sabían de la existencia de un continente que luego se llamaría América y que ellos, al escribir, tenían en mente a una audiencia muy puntual y específica.
Entender esto es fundamental porque significa renunciar a esa engañosa idea evangélica moderna que presenta a la Biblia como una “carta de amor del Padre para mí” o en el sentido mecanicista más descarado, la reduce a un mero “manual de vida”. La maravilla del texto bíblico es justamente que a pesar de la distancia geográfica, temporal y cultural, sigue siendo tan relevante, viva y eficaz, como cuando fue originalmente escrita, y eso, en sí mismo, es un milagro. La clave es partir humildemente del contexto original de cada libro y a partir de allí, hacer nuestra tarea de exégesis (encontrar el sentido y significado original de cada libro de la Biblia, tal cual fue escrito por el autor para su audiencia original) y a partir de una buena exégesis, poder ya hacer una buena hermenéutica (interpretación y aplicación del texto) que haga del texto bíblico algo vivo, dinámico y vibrante para nosotros hoy.
El problema principal que tenemos es uno de confundirnos a la hora de hacer exégesis. Normalmente, a la hora de estudiar un texto, olvidamos que siempre traemos al mismo nuestro trasfondo, prejuicios e ideas pre-concebidas al mismo. Leemos el texto con ojos de latinoamericanos del siglo 21 y entonces, en lugar de extraer el significado original del texto (que es de lo que se trata la exégesis), le insertamos nuestro propio significado al mismo y en lugar de hacer exégesis, terminamos haciendo eiségesis.
¿Cómo así? Simple. Supongamos que estamos preparando un mensaje en donde queremos probar, por ejemplo, que algún tipo de ordenamiento económico o político para la sociedad es el “bíblico”. ¿Qué es lo que normalmente hacemos? Normalmente partimos de nuestra conclusión (“El sistema económico X es el “modelo bíblico” que nuestra sociedad debe seguir…”) y buscamos los textos bíblicos que apoyan nuestra conclusión y entonces brincamos de un lado al otro de la Biblia, sacando versículos fuera de contexto (que muchas veces ni siquiera forman oraciones completas) y las usamos para defender nuestro punto. Eso es hacer eiségesis.
Hacer exégesis requiere mucha más humildad. Requiere leer el texto completo, esforzarnos por entender el contexto y a partir de allí, entender el significado original del mismo y dejar que el texto nos hable y, por el Espíritu Santo, nos enseñe lo que debemos aprender –vaya o no en contra de nuestras conclusiones pre-concebidas. Es una tarea más ardua, larga y exigente, pero si vamos a ser fieles al texto, no nos queda otra.
Hoy en día existen muchísimos recursos disponibles que pueden ayudarnos a enriquecer nuestra lectura bíblica con el contexto histórico y cultural de cada libro. Contamos con más y mejores comentarios y acceso a mucha de la tradición exegética y hermeneútica que hemos heredado de 2000 años de historia de la Iglesia. La internet pone mucho de eso en la punta de nuestros dedos y es cuestión de práctica y disciplina aprender a usar todo esto. Pero por sobre todo de eso, tenemos a Dios el Espíritu Santo para guiarnos hacia toda verdad y enseñarnos el camino. Fuimos salvos y estamos siendo sostenidos diariamente por el Logos de Dios, el Logos Encarnado a través de Quién tenemos el mejor acceso al Trono de la Gracia para que podamos conocer Su Palabra, enseñarla, vivirla y aplicarla cada día de nuestras vidas.
Libro recomendado: “La Lectura Eficaz de la Biblia” de Gordon Fee
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