“Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.” —Lucas 6.36
La clave es la misericordia. Esa es la propuesta de Jesús para los miembros de las iglesias.
De manera particular, hoy no quiero referirme a los “pastores” de mega-iglesias y casas de diez millones de dólares, no quiero hablar de los ministerios consolidados, latinoamericanos que reciben apoyo económico de ministerios extranjeros. Hoy quiero hablar con especial cariño de los pastores de las pequeñas iglesias; de ellos, quienes llamados por Dios sirven desde los pueblos pobres, ciudades caóticas y con recursos escasos, características del común denominador de las iglesias cristianas en América latina.
Por eso les quiero contar…
Hace poco me buscó un pastor de una iglesia pequeña, quien buscaba construir una comunidad centrada en Cristo y Su palabra, que amara a Dios, y que siguiera el ejemplo de Jesús con la dirección del Espíritu Santo.
Este pastor, todas las semanas pasaba horas orando y estudiando la Biblia, no solo para dar un buen sermón sino también para encontrar el mensaje de parte de Dios para su Iglesia; además, este pastor estaba pendiente de todos los que asistían a su iglesia, es decir de todas las ovejas. Clamaba a Dios por cada una de ellas y soportaba todo tipo de quejas, enfrentaba problemas cada semana y ayudaba con lo que Dios le proveía a los que lo necesitaban.
Sin embargo, dado que los aportes económicos de dicha congregación no eran suficientes, este pastor pasaba las semanas enteras y no conocía un salario, su trabajo no era remunerado y muchas veces, mientras escuchaba las quejas de muchos con paciencia, oraba y resonaba en su cabeza el pasaje del salmo 37 “no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan”.
¿Acaso podría haber personas en las iglesias pensando que el ayuno para el pastor es una actividad obligatoria debido a sus necesidades económicas, en vez de una disciplina espiritual de los creyentes?
Como a cualquier otro en circunstancias similares, este pastor amigo comenzó a decaer, comenzó a sentirse agotado, como remando sólo, en contra de la corriente y pensó que dejaría de lado el ministerio, pues se chocó de frente contra una realidad dolorosa dentro de muchas iglesias: “No hay justicia, ni respeto frente al trabajo pastoral”.
Ojo, mucho cuidado aquí. Hay una verdad y es que Dios no nos desampara, Dios sostiene su obra y sostiene a sus hijos y siervos. Sin embargo, aunque en realidad Dios no necesita de nuestro dinero, si nos manda a ser generosos y mucho más con su obra.
“Hay quienes reparten, y les es añadido más; Y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza” —Proverbios 11:24
Ahora te pregunto a ti mí querido lector, seguidor de Cristo y amante de Su palabra, ¿te atreverías a juzgar a mi amigo pastor por su desánimo y ganas de salir a correr del ministerio? Acaso, ¿te podrías sentir similar o hasta emocionalmente más alterado, si de repente te escogen para una ardua tarea que ocupa la mayor parte de tu tiempo, en la que ocupas todos tus esfuerzos mientras tus hijos lloran porque no tienen un plato de comida? ¿No sería el desánimo lo que marcaría tus tareas, si no encuentras los recursos necesarios para ejercerlas? ¿Habrían podido los Levitas hacer lo que Dios les encomendó si el pueblo no hubiese sido justo y honesto con aquellos que no tenían tierra por heredad para cultivarla, trabajarla y alimentarse de ella?
No olvidemos que nuestros pastores tienen familia e hijos, como tú o yo, o cualquiera que asistimos a una congregación, y con esto me refiero a la misericordia.
Viendo la situación de mi amigo pastor, cuestionándome como creyente, ministro llamado por Dios y siervo de su obra; me di cuenta que muchos miembros de iglesias, no tienen misericordia para con sus pastores, con esos que les llevan el mensaje de Dios, con esos que oran por ellos, que los aconsejan y hasta acompañan en los momentos de soledad, angustia o desasosiego, sin restricción de horario.
Siento de gran importancia poner la misericordia en el centro de nuestro quehacer como seguidores de Cristo, pues la misericordia haría a la Iglesia mucho más creíble en su proceder.
Por lo cual, considero que hemos tenido la mirada muy aguda para condenar el pecado de pastores, pero somos demasiado ciegos para descubrir nuestros propios pecados. Antes de ir a sentarnos en la iglesia a criticar debemos tener una postura de fidelidad mayor al Evangelio. Es muy fácil condenar a los pastores, pero entre las congregaciones encontramos bastante mediocridad, aunque esto último te suene fuerte.
Así que, prestemos importante atención, que el mayor peligro para la iglesia no viene de afuera sino viene de los que estamos adentro, pues los miembros de las iglesias con sus inasistencias, falta de compromiso y poca generosidad han matado muchos ministerios y sacado corriendo a muchos pastores.
Necesitamos del pastorado, necesitamos de la predicación, consejo y acompañamiento de los pastores, Dios da pastores a las congregaciones como regalo, como ángeles que guían al pueblo que le invoca su palabra. No seamos desagradecidos, ni mezquinos, honremos tan ardua labor, seamos misericordiosos con quien por misericordia de Dios nos orientan en el aprendizaje de la palabra e intercede todos los días por su congregación.
Si el pastor recibiera la acogida cálida de las personas, si fuera entendido con sus miedos y sus sufrimientos, y si le ofrecieran su apoyo y compromiso, veríamos más iglesias preocupadas por la gente, empezando por los de su propia casa. “Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.” —1Timoteo 5,8.
Jesús el hijo de Dios, él verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros, él Señor de la creación, también es un profeta y el profeta vive con indignación profética, por lo que sin duda si se sentara en una iglesia sin misericordia y honra por su pastor, estaría indignado. Jesús pide una revolución de quienes se llaman seguidores de su ejemplo. No obstante, pareciera que, el fenómeno de los pastores que dejan el ministerio desanimados, parece un signo de estos tiempos, donde la sociedad aletargada por el devenir ególatra y egoísta de los días los envuelve.
Por estos días, he escuchado a muchos que indignados ven las fotografías de las casas de los “pastores millonarios”, sin embargo, podría estar casi seguro que muchos lloraríamos al ver las casas que habitan muchos de los pastores de iglesias que no conocemos y hoy están en vía de extinción.