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La Iglesia es apostólica
Por Juan Paulo Martínez Menchaca
La mayoría de los cristianos queremos pertenecer a una congregación local que sea fiel a lo que los primeros hermanos practicaron bajo la guía del Espíritu Santo y la autoridad de los santos apóstoles de Cristo.
Empero, también existen hoy quienes dicen que Jesús no fundó ninguna iglesia. Están también los que hablan de que Jesús no constituyó ningún orden eclesiástico; Barth Erhman, por ejemplo, enseña que no existía en la iglesia primitiva un solo entendimiento de la ortodoxia sino que había varios nichos doctrinales por región, hasta que finalmente imperó uno de ellos por razones de poder económico y político. Este vencedor acabó anatemizando a los demás “entendimientos” de la fe.
En esta línea están los que tratan a la iglesia como una sencilla reunión de personas sin mayor organización que la invocación de un mensaje, su discusión y una comida juntos, y poco o nada quieren saber de historia de la iglesia, de sus controversias y soluciones conciliares, confesiones y catecismos ecuménicos (en el sentido fundamental de la palabra), métodos disciplinarios ni rendición de cuentas.
Además de aquellas observaciones sobre el tópico, los estudios distinguen entre la iglesia sirio-fenicia y la iglesia helenística; también entre la iglesia oriental o griega (Ignacio, Irineo, Orígenes) y la occidental (Cipriano) hasta el período medieval. ¿Cómo es que entonces podemos hallar el modelo bíblico para nuestras congregaciones? ¿Será posible?
Origen
Sobre el inicio de la iglesia algunos dicen que surgió en Pentecostés. Otros que antes de eso, cuando Jesús dijo a María respecto a su discípulo amado: “He aquí a tu hijo” (Jn. 19:26-27), o cuando el Señor resucitó de entre los muertos. Martin Lutero y Juan Calvino enseñaban que la Iglesia había nacido en el acto mismo de la creación. Wallace M. (1934) escribió en su The Church lo siguiente:
Juan Calvino pensó que la Iglesia era un organismo vivo que se desarrolló a la largo de los siglos. Calvino vio en Adán y Eva el embrión de la iglesia, que como un feto se desarrollo entre los patriarcas, que nació en el Éxodo y tuvo a Abraham como su padre.
El Catecismo de Heidelberg (1563), La Confesión Belga (1561) y la Confesión Escocesa (1560) siguen esta línea reformada para explicar el origen de la iglesia. Berkhof (2009) refiere tres dispensaciones de esta: a) en el período patriarcal (las familias de los creyentes constituían las congregaciones religiosas); b) en el período mosaico (la iglesia tenía una existencia institucional en la vida nacional de Israel); y c) en el período del Nuevo Testamento (la iglesia se separa de la vida nacional y tiene una vida independiente: adquiere su catolicidad).
Así, la iglesia apostólica o comienzo de la “Iglesia del Nuevo Pacto” surgió cuando los creyentes, con su fe en Jesús, vinieron al encuentro de Dios reconciliados con él a través del sacrificio expiatorio en la cruz. Hay eruditos que dicen que esta iglesia nació durante la Última Cena (cfr. Sproul). Ridderbos (1962) define entonces a la iglesia como “la comunidad de aquellos que como verdadero pueblo de Dios, reciben los dones del reino de los cielos el día de hoy y provisionalmente desde que el Mesías llegó, y un día en estado de perfección con la segunda venida del Hijo del Hombre”. La iglesia existe como un acto soberano de Dios y por ello su estabilidad a través de todas las generaciones está asegurada “desde el principio de todas las cosas” (Confesión Belga, cfr. Mt. 16.18). Desde que el mundo estaba inhabitado Dios determinó tener comunión con sus criaturas, comenzando con Adán y Eva y resolviendo después enviar a su Hijo Unigénito para lograr definitivamente este cometido estropeado por el pecado del hombre.
Principios
La Iglesia apostólica, por otro lado, funcionaba con algunos principios fundamentales: Los apóstoles gobernaban la Iglesia con la ley de Cristo. Un apóstol era aquella persona que había sido discípulo de Jesús, había sido testigo de su resurrección y había sido comisionado directamente por él para la tarea. Por razones obvias –no existe ningún apóstol de Cristo vivo en esta tierra en la actualidad- la única autoridad apostólica de nuestros días está en la Biblia.
Otro principio de la Iglesia apostólica radica en la comunión de la iglesia. En la era de los apóstoles se lee que:
Los que recibieron su mensaje fueron bautizados, y aquel día se unieron a la iglesia unas tres mil personas. Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración. Todos estaban asombrados por los muchos prodigios y señales que realizan los apóstoles. Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común: vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno. No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos (Hch. 2:41-47, NVI).
De este pasaje se desglosa 1) la práctica sacramental del Bautismo y de la Eucaristía o Cena del Señor; 2) la suscripción fiel de los creyentes a la doctrina de los apóstoles; 3) la unidad interpersonal; 4) la caridad y ayuda entre unos y otros; 5) la asistencia diaria al orden de culto divino (los cristianos palestinos no dejaron de hacer las oraciones prescritas de la religión judía, sino que aprovechaban la oportunidad para dar testimonio del evangelio); 6) la alegría y generosidad de las personas; 7) su buena fama entre el pueblo judío; y 8) su crecimiento numérico continuo. El versículo 43 dice que había “muchos prodigios y señales que realizaban los apóstoles”. La llegada del Reino de los Cielos estaba acompañada de sanidades, exorcismos y otras manifestaciones del poder de Dios para confirmar su mensaje de redención y juicio, y para generar en los testigos de estos la necesidad (crisis) de tomar una decisión a favor o en contra del testimonio apostólico que predicaba al verdadero Mesías: Jesús de Nazaret.
La iglesia apostólica fue inicialmente una comunidad palestina. Esto no significa, sin embargo, que cuando crecieron las comunidades griegas, llenas de convertidos paganos, filósofos y místicos, aquellos principios dejaron de aplicarse. Se ha querido decir a lo largo de los últimos años de desintegración liberal que la doctrina, por ejemplo, no era importante para los primeros cristianos, sino que fue hasta que imperó el cristianismo alejandrino que las abstracciones teológicas tomaron su lugar destronando la fe sencilla de los discípulos de “el carpintero” (como le dicen al Señor algunos posmodernos que quieren relajar su señorío, como si su oficio terrenal apuntara en dirección distinta a su poder divino). Desde luego, cambios tomaron lugar, pero esencialmente la predicación de la Palabra, los sacramentos, la disciplina eclesiástica y la comunión entre los creyentes siguió emergiendo en cada período histórico, aún en los más oscuros y difíciles.
Perseguida
Esta iglesia apostólica además fue una iglesia perseguida: El Sanedrín persiguió a Jesús y después a sus discípulos. La predicación apostólica hacia los judíos fariseos helenistas ocasionó la lapidación de Esteban y la subsiguiente dispersión parcial de la iglesia de Jerusalén (Hch. 7-8). Para el año 44 Herodes Agripa I instigó otra persecución. En este período Pedro fue encarcelado y el apóstol Santiago decapitado. En Roma, bajo la autoridad de Claudio, los tumultos judíos se intensificaron debido a la predicación cristiana de misioneros “enloquecidos” por el evangelio (cfr. 1 Co. 1.18).
Históricamente, el fin de esta era concluyó con la muerte de los apóstoles. Algunos atribuyen a Nerón el martirio del apóstol Pedro. Aquel cruel emperador culpó a los cristianos de un incendio en Roma en el 64. La barbarie contra la iglesia llegó a extremos inusitados, como el de usar a los hermanos en la fe como antorchas humanas para alumbrar las calles de la ciudad. Domiciano, para el 95, ya también se había encargado de perseguir y dar muerte a muchos cristianos en Roma y Asia Menor. Pero Jesús dijo que sus testigos lo serían “hasta los confines de la tierra” (Hch.2.8) y el testimonio apostólico vibra y perdura con incandescente vitalidad en las páginas de las Sagradas Escrituras hasta el día de hoy.
Conclusión
Sin importar el período histórico en que nos encontremos ni las presiones que soporten nuestras congregaciones locales, la iglesia apostólica siempre debe ser un referente al que asistamos con frecuencia en búsqueda de la energía y el amor de Dios, de su consuelo y su guía, y de su perpetua compasión por el Cuerpo de Cristo.
Manténte atento o atenta a la serie. Esperamos que la disfrutes y la compartas con tus hermanos de la iglesia, tus familiares, tus amigos y tus conocidos.
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