Por Gina Zanuncini
Vivimos en una cultura que ama lo instantáneo. Yo soy de la generación que se frustra cuando el internet no carga rápido, que puede compartir cualquier cosa de su vida en segundos con miles de personas, y que se desespera cuando tenemos que esperar por “mucho tiempo”. Esta forma de crecer con todo nuestro alcance sin la necesidad de esperar para que las cosas sucedan, nos ha impactado en más formas de las que creíamos. Tanto, que a la mayoría nos cuesta ponerle una pausa a nuestra vida, tener un momento de calma y solo enfocarnos en meditar y reflexionar. Y esto es un problema.
Tenemos que darnos cuenta de que no podemos vivir con una rutina que no incluya un tiempo diario e intencional con Dios, en el que oremos y leamos Su palabra, por más que a veces nos engañamos y pensamos que no es indispensable. Sí lo es. En ese espacio de intimidad, esa pausa intencional, es donde podemos dar un gran paso para acercarnos a Dios: examinar nuestro corazón. Esto es fundamental para lograr esa relación que deseamos tener con Dios, o incluso para tener con Él mucho más de lo que imaginamos posible. Jesús dijo que los limpios de corazón verán a Dios, y en estos momentos con Dios es donde permitimos que Él nos limpie.
El salmista David le pidió a Dios (varias veces): Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno. (Salmo 139: 23-24)
Necesitamos que Dios examine nuestro corazón porque nuestro corazón es engañoso, y no podemos confiar en él. Rápidamente se aferra a cosas creadas para sentirse bien, y sin dudarlo pone su esperanza e identidad en cosas pasajeras de este mundo. Nuestro corazón nos lleva a creer que estar en una relación es la solución a nuestra soledad, que comprar cosas nos dará felicidad, que ser popular y tener muchos amigos con quienes salir y celebrar nos da identidad. Nuestro corazón nos lleva a quitar la mirada de Jesús y ponerla en el mundo, en otros…y en nosotros. Nos dice que estamos bien porque no pecamos tanto como nuestros amigos, que servir a Dios hace que Él nos ame más y que con intentar ser mejores todo se solucionará. Nos lleva a tomar el control de nuestras vidas y pecar. Nuestro corazón no sabe que él es la fuente de todo lo que está mal.
Y necesita constante limpieza.
Pedirle al Espíritu que examine nuestro corazón significa pedirle que vea profundamente en qué áreas hemos pecado. La Biblia dice que Él conoce más nuestro corazón que nosotros, así que muchas veces esto nos puede sorprender con pecados que no habíamos identificado en nuestra vida, o que habíamos tomado como algo “no tan malo”. En este proceso, el Espíritu nos muestra claramente cómo nuestra vida no está honrando a Dios y si nos hemos desviado. Es una oración difícil, porque examinar significa exponer. Y vamos a querer mantener algunas cosas en lo secreto y en lo oculto, donde nadie lo vea. Orgullo, lujuria, enojo, odio…todo tiene que salir a la luz. Yo sé que no nos gusta que otros conozcan <ese> pecado con el que tanto luchamos, ni que piensen que no podemos perdonar, o que hemos sido peores de lo que imaginan. Pero es ahí donde el Evangelio nos dice: Sí, eres pecador, pero también profundamente amado. Y por amor, no voy a dejarte en la suciedad en la que te encuentras.
¿Quién puede limpiarnos? Solamente Dios mismo. 1 Juan 1:9 nos dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad.” Sólo Él puede llegar al rincón más sucio y oscuro y brillar Su luz en él. Pero nosotros debemos de pedirle: “Examíname, oh Dios, y guíame en el camino eterno”. ¿Qué pasa cuando Dios nos muestra nuestro pecado? Nos da la convicción de arrepentimiento. Nos mueve a confesarlo, y dejarlo atrás, quitando todo poder que el pecado pueda tener sobre nosotros y tomando para nuestras vidas la libertad que Él ya compró con Su sangre.
Si queremos estar cerca de Dios, debemos estar listos para pasar por procesos de limpieza profunda, una y otra vez, donde Él nos muestre la suciedad que tenemos dentro y nos abra los ojos a la realidad que nos ha mantenido alejados.
Y este es un proceso difícil y doloroso. Lo he pasado yo misma, y he acompañado a otros en sus procesos y puedo decirte que va en contra de mucho de lo que nos enseña nuestra sociedad. No, no es cómodo. No se “siente” bonito. Ni te va a hacer sonreír. Incluso sé que a veces nos da miedo. Debemos saber que cuando Dios quebranta lo hace desde lo más profundo, porque a Él no le interesan los remedios superficiales, a Él le interesa siempre limpiar desde raíz. Porque nos ama demasiado como para permitirnos seguir en pecado. La clave está en no perder la esperanza al ver la suciedad. Aunque duele y entristece, qué alegría que el Padre nos muestre dónde nos quiere sanar. Es como recibir la respuesta del doctor y entristecernos porque, sí, de hecho, algo anda mal. Pero también es ese alivio de finalmente tener un diagnóstico que nos permita lidiar con el problema. Pareciera una contradicción, porque es un proceso lleno de belleza, aunque duela. Así es la vida cuando caminamos aferrados al Padre. Jesús puede transformar tu vida y limpiarte profundamente, ¿lo crees?
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
y renueva un espíritu recto dentro de mí.
(Salmo 51:10)
Hoy te invito y oro porque apartes un momento para ponerte a cuentas con Dios, pedirle que examine tu corazón y dejar que exponga toda esa suciedad que necesita ser quitada de tu vida. Eso necesitamos cada uno de nosotros. Confiesa el pecado que Dios te muestre, tráelo a la luz, y arrepiéntete. Reconoce que no hay pecado pequeño o grande, y deja atrás todo aquello que no honra a Dios. Tu recompensa será eterna.
Con amor,
Gina.