Por Juan Paulo Martínez
Somos polemistas por naturaleza. Nos desagrada que nos contradigan porque queremos tener la razón casi todo el tiempo. Yo desconfío de aquellos que dicen que en su caso es de otra manera. “Supercristianos” que se muestran supuestamente impávidos ante la oposición son en realidad un mito. Si quieres ser honesto debes reconocer que aún cuando no respondes a una provocación atraviesas regularmente por un soliloquio de imprecaciones de una intensidad que nadie conoce excepto tú.
Esta actitud contenciosa puede llegar a ser perversa. Por eso, ser honesto sobre el tema es el primer paso para comenzar a controlar nuestro espíritu cismático. Somos muy parecidos a Satanás cuando nuestro orgullo nos arrastra entre las virulencias de nuestro lenguaje a comportamientos ausentes del amor de Jesús. Se supone que deberíamos parecernos al Maestro. Pero hay algo muy interesante que revisar antes de proseguir.
La Palabra de Dios dice que debemos contender por la fe y también dice que no debemos ser contenciosos. ¡Qué clase de situación es esta! En Judas 3 la Escritura dice:
Ἀγαπητοί, πᾶσαν σπουδὴν ποιούμενος γράφειν ὑμῖν περὶ τῆς κοινῆς ⸀ἡμῶν σωτηρίας ἀνάγκην ἔσχον γράψαι ὑμῖν παρακαλῶν ἐπαγωνίζεσθαι τῇ ἅπαξ παραδοθείσῃ τοῖς ἁγίοις πίστει.
Y en 2 Ti.2.24 leemos:
δοῦλον δὲ κυρίου οὐ δεῖ μάχεσθαι, ἀλλὰ ἤπιον εἶναι πρὸς πάντας, διδακτικόν, ἀνεξίκακον,
No he usado el griego para hacerme el interesante. Puedes, amable lector, ir a las citas y contrastar lo que estoy por explicar. Ambos textos están dentro de un contexto apologético. La defensa de la fe es el tema tanto en Judas como en 2 Timoteo, en estos versículos.
Judas usa la palabra ἐπαγωνίζεσθαι que significa pelear o contender vigorosa y deliberadamente seguido por la preposición τῇ, es decir, no es un combate insulso sin objetivo ni razón de ser. Esta lucha intencional tiene su materia: “por (τῇ) la fe encomendada una vez por todas a los santos”. Así se empieza a aclarar el asunto. En primer lugar, no es posible vivir un cristianismo si contender. Hay cristianos que parecen budistas. No están dispuestos a discutir de ningún modo por la fe cristiana porque rechazan que la vida en Cristo sea una guerra. Hay que hacer el amor y no dividirnos en opiniones, ideas y debates de cualquier naturaleza. Creo que ni los hobbits vivían así en la Comarca.
Dios ordena entonces que contendamos ardientemente por la fe. ¿Pero cómo vamos a contender (RV60) por la fe sin ser contenciosos? En 2 Ti.2.24 el apóstol Pablo dice οὐ δεῖ μάχεσθαι, “no deben andar peleando” o “ir a la guerra”. El verbo, curiosamente, es transliterado como machomai. Así se puede decir jocosamente que el apóstol prohíbe “andar de macho” riñendo con el asunto de la fe. La palabra se aplica tanto a disputas verbales como a enfrentamientos cuerpo a cuerpo. ¿Debemos ir a la guerra por la verdad o no?
La realidad es que Judas y Pablo pensaban lo mismo. El apóstol era en realidad un experto en la guerra por la verdad. Derribaba fortalezas y argumentos contra el Evangelio donde quiera que iba (2 Co.10.5). ¿Engañabas a la Iglesia? ¿Torcías el Evangelio? Nada de que “paz, paz, paz” o “amor, amor, amor”; Pablo era el indicado para pronunciar una maldición sobre ti (cfr. Gál. 1.8; 2 Ti.4.14) y castigar cualquier acto de desobediencia (2 Co. 10.6).
Judas enseña sobre el principio cristiano de combate por la verdad. Pablo se refiere a la forma en que este principio debe cumplirse. El “no peleen” de Pablo se refiere a evitar una actitud inadecuada, rencillosa. A reñir como lo hacían aquellos dos hermanos hebreos a quienes Moisés reconvino en Egipto (Éx. 2:13-14). En Hch. 7.26 Esteban narra este episodio y allí la palabra “pelear” es la misma que en 2 Ti.2.24. Se trata de no agarrase a golpes ni a dimes y diretes groseros y pendencieros, sin la gloria de Dios en mente.
Es fácil ahora comprender. Tenemos la orden de contender por la verdad, de derribar fortalezas que se levantan contra el conocimiento de Jesús, de corregir y no comprometer el Evangelio consintiendo desviaciones doctrinales y prácticas. Y al mismo tiempo esta guerra por la verdad debe darse, por lo que toca a cada uno de nosotros, de forma amable (2 Ti.2.24). Los que así proceden deben ser “capaces de enseñar y no propensos a irritarse”. La corrección además debe ser con humildad y con la esperanza de que los otros se arrepientan de su error (vv.25-26).
Pero aquí enfrentamos otro desafío. Por un lado, están los que perciben cualquier cuestionamiento como un ataque ilícito, no cristiano. No importa qué tan suaves o formales sean las palabras que uno use. Son como jarritos de Tonalá que se rompen con facilidad. No soportan la discusión. Se quejan de falta de amor a las primeras. Y por otro lado están los que contienden y estiran su rango de “amabilidad” más allá de las fronteras del buen decir, de la prudencia y del amor. Es cuando uno se considera “amable y no iracundo” a la vez que estrella la Biblia en el rostro del prójimo.
En este artículo no puedo extenderme más sobre el tema. Queda aquí, amable lector, la importante tarea de encontrar la forma de obrar sabiamente en esta lucha por la fe cristiana. ¿Cómo podemos librar la batalla correctamente? ¿De qué forma puedo estar seguro de que mis palabras y mis actos no provienen en realidad de mi pecado? Cualquier soldado que asoma la cabeza desde su trinchera sin el casco y en medio del fuego y los disparos probablemente será impactado de muerte por su imprudencia. Lo mismo en la contienda por la fe verdadera: no dejemos que nuestra imprudencia ponga en peligro nuestra vida y la vida de los demás. Pero tampoco hagamos como el que se queda escondido en el cuartel porque tiene miedo de morir o ser lastimado. Este tipo de cobardes no debieron jamás haberse enlistado en el ejército. Si no estás dispuesto a sangrar en la guerra por la verdad entonces tus días están contados en la Iglesia de Jesús.