Por Juan Paulo Martínez
En este artículo vamos a meditar sobre la necesidad de sabiduría bíblica para enfrentar la vorágine consumista de nuestro tiempo. Aprenderemos que Dios anhela que estemos contentos con lo que tenemos y que Él se encargará de nosotros. Porque Cristo además de ser el centro de la Escritura debe ser el centro de nuestras vidas, su suficiencia y solaz.
La falta de agradecimiento: una plaga carnal
Es relativamente sencillo saber cuando estamos frente a una persona carnal: la falta de agradecimiento y la molestia continua “por esto y aquello” es la acostumbrada señal de este fenómeno pecaminoso. Es fácil hallar hombres carnales en la iglesia: se quejan del ministerio, de otros hermanos, de la doctrina, de las finanzas, de la alabanza congregacional y de un montón de asuntos sin el ánimo más mínimo de construir y resolver conforme a la piedad, y a menudo sin razones de peso para permanecer airados contra el curso de la congregación.
Hay una insatisfacción crónica en el mundo que se está filtrando en la Iglesia. La locura del consumismo y el despecho del existencialismo paganos comienzan a moldear la mentalidad cristiana de aquellos que duermen y no velan, y consumen ideologías y prácticas que no edifican. Es sabido que una de las estrategias del comercio es crear* la necesidad. Convencerte de que te hace falta eso que el otro te ofrece. Así, todo este bombardeo mundanal está opacando la fe de muchos.
El “evangelio” del dinero es la solución del Diablo y del hombre carnal
Para intentar controlar esta ola de hastío y amor por el consumo, y aprovecharse de ella, algunos han creado un Dragón mortal y gigantesco que es el “evangelio” del dinero o prosperidad. Con esto han logrado eliminar la lucha y resistencia santas contra la codicia y la desesperación, y la han sustituido con un mensaje pseudocristiano que, lleno de mentiras, ha convertido el consumo en una virtud y señal de bendición. Entonces la pobreza es satánica y la riqueza y opulencia son celestiales.
Estas personas carnales están seguras de que la tarea de Dios es satisfacer los deseos del ser humano. Empero, es difícil que estén satisfechos con lo que tienen. Viven con la espectativa de que el Señor les tiene preparada más abundancia a la vuelta de la esquina. Su espera no es por el regreso de Jesús o el establecimiento del Reino de los Cielos, sino por mayor plata y oro.
El ídolo detrás del descontento crónico
En su exquisito y antiguo libro The Consistent Christian el autor William Secker sostiene:
El arrepentimiento es el acto del hombre cristiano mientras que la insatisfacción es el acto del hombre carnal.
No agradece el que no conoce a Dios y cuando lo hace suele proyectarse a las bendiciones materiales por venir, sin santidad ni caridad cristianas. El césped del vecino es para él siempre más verde que el suyo. La Iglesia del otro es más grande y fuerte. El matrimonio ajeno es perfecto. El trabajo del conocido es verdadero trabajo… En este corazón perturbado no cabe la paz pues “la prosperidad exterior no puede crear tranquilidad interior” (Secker). El objeto de dicho descontento es en realidad un ídolo al que se rinde culto cada día, al margen de la obra de Dios en el que se atormenta y se jura disminuido, lo sepa o no el mundo.
Un popular artista moderno decía en el nombre de Dios a la Iglesia: “¡Estos niños son los próximos millonarios y presidentes de la república!”. Yo me pregunto: ¿Qué clase de deseos son esos? Los deseos de aquel que jamás obtiene todo lo que desea. Es el triste caso de Ícaro, cuyo padre le hizo unas alas tejidas con cera y le advirtió que no se acercara tanto al sol ni al mar. Pero Ícaro queriendo volar tan alto como pudo acabó perdiendo sus alas y toda su altura porque el fuego del astro del día derritió la cera a sus espaldas. La ambición de elevarse sin control le costó la vida.
Es Dios, y no el dinero o las cosas, quién cuidará de nosotros
Dice la Sagrada Escritura en Hebreos 13.5:
No amen el dinero; estén contentos con lo que tienen, pues Dios ha dicho:
«Nunca te fallaré.
Jamás te abandonaré».
“¡Oh, no. Yo no amo el dinero!”- replican algunos pero lo buscan como aquellos santos que buscan a Dios en cada momento y lugar. La promesa de Dios es que siempre se ocupará de nosotros. El pastor Stanley acostumbra decir que Dios asume la completa responsabilidad por nuestras necesidades cuando le obedecemos. ¿No es esta la divina revelación en Mateo 6.33? Así entendía las cosas el apóstol Pablo al decir:
Y este mismo Dios quien me cuida suplirá todo lo que necesiten, de las gloriosas riquezas que nos ha dado por medio de Cristo Jesús. ¡Toda la gloria sea a Dios nuestro Padre por siempre y para siempre! Amén. —Filipenses 4:19-20.
Estar contentos, escribía Secker, es como ser un árbol en el otoño que se mantiene firme y sobrevive aún cuando pierde sus hojas. Es la confianza en que nuestro estado actual nos ofrece, en el poder de Dios, justamente lo que precisamos para crecer más y más a la estatura de Cristo, sea a partir de la pobreza o de la riqueza (Cfr. Fil.4:11-12).
Dos objeciones contra el contentamiento cristiano
Se puede objetar que el contentamiento cristiano es estancamiento, resignación cínica y conformismo. La verdad es que el cristiano es todo menos un ser estático. Aquel en quién Cristo vive nunca deja de crecer y avanzar. Lo que pasa es que en la óptica del Reino muchas veces ese avance tiene poco que ver con las riquezas de este mundo. El carácter de Cristo no se perfecciona con dinero sino con las operaciones del Espíritu Santo en los creyentes. Así que los hermanos siempre están avanzando, desarrollando sus dones y anhelando servir mejor a su Señor, cuestión que puede o no ocurrir entre escenarios de riqueza material.
Otra objeción que se puede hacer es que la riqueza material es entonces incompatible con el contentamiento cristiano. Debemos conceder aquí que hay mucha razón para pensar así porque Jesús nos dijo que es muy difícil para un rico entrar en el Reino de los Cielos (Mt.19.23). Sin embargo, lo que es imposible para el hombre es posible para Dios. Dan abundante cuenta de ello aquellos que teniendo grandes fortunas benefician al Evangelio y su propagación con dádivas de igual tamaño. La sinceridad de la fe de estas personas solo Dios la conoce. Pero al menos ante los hombres se puede presumir que esos caudales que provienen de Dios han estado cumpliendo una parte fundamental de su propósito. Si ningún rico se salva lo supiéramos de antemano por la divina revelación. Pero la salvación en Cristo Jesús es para todo aquel que cree (Ro.1.16) y aún a los ricos les es dejada clara instrucción bíblica (1 Ti.6.17-19).
Estar contentos con lo que tenemos es una gracia de Dios
Para Dios es muy importante que sus hijos estén contentos con lo que tienen (1 Ti.6:6-8). Jesús insiste en que el temor de la necesidad debe ser vencido con la promesa de la esperanza en la provisión divina (Mt.6:19-34). «No teman», nos manda. «Busquen el Reino de Dios y su justicia». 1 Tesalonicenses 5.18 dice:
Sean agradecidos en toda circunstancia, pues esta es la voluntad de Dios para ustedes, los que pertenecen a Cristo Jesús.
¿Cómo no agradecer lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo? Además nos da lo necesario para vivir, nos guía y nos acompaña, y en todo momento cuida de nosotros. Así se lee en el Salmo 16.8: «Sé que el Señor siempre está conmigo; no seré sacudido, porque él está aquí a mi lado». Este poder de Dios no puede sostenerse con riquezas en ninguna cantidad. Solo es viable en su infinita gracia redentora.
Desde su raíz la palabra «contentamiento» en la Biblia es incisiva: αρκεσθησομεθα (en 1 Ti.6.8), de la transliteración arkeo que significa «fuerza», una que nace de estar satisfecho con lo que Dios da. El hombre carnal que jamás descansa en su anhelo de objetos y logros, y cuyos deseos siempre encuentran una manera de estirarse Ad Infinitum, es en realidad alguien débil. Porque solo la fuerza que da la suficiencia en el Señor es capaz de vencer los mayores miedos del ser humano como el de morir o necesitar lo que no se tiene. ¿De qué sirve tener toda la abundancia si no sabes a dónde vas ni a dónde irá a parar tu riqueza? (Lc.12.20; Pr.27.24).
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En suma, tener contentamiento es parte del carácter cristiano que surge de los frutos del Espíritu (Gá.5:22-23). Tanto el rico como el pobre precisan estar contentos con lo que tienen. Porque la ambición no es privativa del que tiene dinero. También la padece el que no tiene nada y lo envidia todo. Jesús lo tuvo todo y lo dejó -de algún modo- en su encarnación debido al amor inconmensurable de su ser (Fil.2:5–11). Ese maravilloso ejemplo nos indica la clase de vida que debemos llevar.
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