Por Ady Terán
La manera bíblica de cultivar la unidad y vivir en comunidad.
“Mateo invitó a Jesús y a sus discípulos a una cena en su casa, junto con muchos cobradores de impuestos y otros pecadores de mala fama. Cuando los fariseos vieron esto, preguntaron a los discípulos: «¿Por qué su maestro come con semejante escoria?
Cuando Jesús los oyó, les dijo: «La gente sana no necesita médico, los enfermos sí».
Luego añadió: «Ahora vayan y aprendan el significado de la siguiente Escritura: “Quiero que tengan compasión, no que ofrezcan sacrificios”. Pues no he venido a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores” (Mateo 9:10-13).
La Hospitalidad no es solo ofrecer tu casa como un Airbnb cristiano. La verdadera hospitalidad tiene mas que ver con el corazón que con la casa. No es solo abrir nuestras puertas, es mas bien abrir nuestras almas. Es proveer de un lugar seguro donde la otra persona pueda ser honesta con sus luchas, y aun así sentirse amada y aceptada. Es promover un lugar donde se sienta “a salvo” y sepa que en ti encontrará consuelo y la ayuda necesaria para salir del hoyo en el que está. Es cultivar una relación. No es un momento, es un proceso. Cambiar toma tiempo.
Pero, ¿cuál es el problema? ¿Por qué la iglesia no es una comunidad de unidad y compañerismo?
Nos encanta etiquetar. No nos limitamos en poner “etiquetas”, sino que tenemos la osadía de dar sentencia. No damos espacio para el cambio. Nos convertimos, no en portadores de buenas noticias, sino en jueces. Predicamos la gracia, pero no somos capaces de ver el lado redimible de las personas. Es muy fácil criticar. Es muy cómodo señalar, es muy “espiritual” exhortar, pero, ¿dónde está el evangelio? Tenemos miedo a dar “buenas noticias” porque creemos que infundir temor traerá mejores resultados. En lugar de llevar a la persona a agradecer por la misericordia divina, preferimos que teman el juicio de Dios. Nuestra incredulidad nos lleva a vivir un evangelio incompleto. Presentamos al pecador delante de Cristo, sin ser capaces de lanzar la primera piedra.
la falta de evangelio en nuestras iglesia ha creado una atmósfera tóxica donde es imposible crecer como iglesia, y dar fruto como cristianos. Nos sofocamos unos a otros.
Predicamos un evangelio para santos, no para pecadores. ¿En qué lugar podrán sentirse a salvo las personas? Hemos creado un ambiente que promueve la hipocresía porque no damos lugar al pecador de ser lo que es, un pecador. Nos cuesta entender el proceso del cambio porque nosotros mismos evadimos el hecho de que también necesitamos cambiar. Nuestro orgullo nos hace ciegos. No somos promotores de gracia, somos productores de fariseos.
Comunidad, vulnerabilidad y el evangelio.
En esta sociedad en la que SER es PODER es APARENTAR, es DEMOSTRAR, caminamos por la iglesia fingiendo que todo está bien. Pero, ¿cuál es la realidad? La realidad es que somos imperfectos, tenemos miedo, no siempre tenemos o hallamos las soluciones a nuestros conflictos y precisamente ahí es donde radica nuestra belleza. Nuestra imperfección nos recuerda que somos humanos. Ser humanos nos recuerda que somos pecadores y que como pecadores, no estamos solos. Así como la gente que busca ponerse en forma encuentra en el Crossfit una comunidad de apoyo. Así los “pecadores” deberían encontrar en la iglesia, una comunidad de pecadores que les recuerde que no están solos y que hay esperanza.
No durmamos nuestros miedos, nuestras luchas, nuestros fracasos, nuestra ansiedad, con distracción, evadiéndolas o criticando a los demás; mas bien aceptemos nuestra humanidad a la luz del evangelio. Recordando que Cristo vino a salvar a los perdidos, a sanar a los enfermos, a perdonar a los pecadores.
Si todos hiciéramos esto, seríamos mas libres y mas honestos con los demás, nos veríamos como iguales y no como rivales, dignos de envidia o temerosos ante la desaprobación y el rechazo. Nos sentiríamos en comunión los unos con los otros. Quizás este sea uno de los grandes males de la iglesia cristiana hoy en dia, el no aceptar la vulnerabilidad como parte necesaria de nuestra fe. ¿Quién puede realmente presumir de ser mejor o estar en una mejor posición?
Pero ustedes y yo sabemos que abrazar la vulnerabilidad no es la actitud que nos caracteriza a la mayoría. Queremos ser perfectos, sabérnoslas todas, tener la razón, proteger nuestra reputación y vernos muy espirituales. Pero en el fondo, nadie se libra de su necesidad de la gracia. Nadie puede atravesar un solo momento sin exhalar pecado. ¿Con quién compartiremos esta agonía si no es con nuestros iguales? ¿En quién podremos encontrar un lugar seguro? ¿A quién podemos invitar en nuestro proceso de cambio, si no es aquellos que también están en necesidad de cambio? Si no es en la iglesia, ¿a dónde mas podemos ir?
Después de la conversión de Mateo, lo primero que él hizo fue una fiesta. Mateo quería que los amigos de su vida pasada, conocieran al Salvador de su vida nueva. En esta reunión encontramos lo que en nuestro contexto podría ser la fiesta de un nuevo creyente con sus amigos homosexuales, lesbianas, drogadictos, o simplemente amigos liberales que no creen el evangelio. Cuando los fariseos vieron a Jesús comiendo, es decir, conviviendo con los amigos de Mateo, ”preguntaron a los discípulos: «¿Por qué su maestro come con semejante escoria?” (v. 11).
Era ofensivo para los Judíos comer con los gentiles. Ya que su ministerio no era el ayudar, sino el juzgar, no era restaurar, sino condenar. Ellos no querían involucrarse con aquellos que no guardaban la ley como ellos. Está claro que los fariseos tenían una definición diferente de lo que es el pecado. Para ellos el pecado consistía en no cumplir con las reglas, rituales y leyes judías. No era un problema del corazón. No tenía que ver con una relación dañada con Dios, sino una falta en su conducta. No se trataba de una naturaleza corrompida, sino de un comportamiento inapropiado. Jesús, quien dio significado al término “pecado”, y quien lo entendía a la perfección sin ser contaminado por el mismo, no tuvo problema en convivir con estos “pecadores”, al final de cuentas su misión consistía en salvarlos. El médico debe estar cerca del paciente enfermo, conocer el problema, ser un experto en los síntomas y el tratamiento, sin tener que estar enfermo también. Por otro lado, los fariseos estaban enfermos sin saberlo.
Jesús quería que aprendieran: “…lo que significa: «Misericordia quiero y no sacrificio»” Quería que tuvieran misericordia de los pecadores. La misericordia es una actitud ante la necesidad que lleva a tomar acción y buscar satisfacer dicha necesidad. A un corazón compasivo le resulta imposible quedarse neutral cuando ve una necesidad. La idea es mostrar ese interés, ese amor, esa preocupación, buscando ayudar al enfermo, aliviar al cargado, acoger al desamparado, aliviar al miserable, y dar esperanza al perdido. Esto solo es posible cuando el evangelio es el aire que el cristiano inhala en su propia vida, y exhala en compañía de otros. Esta cultura del evangelio se puede fomentar a medida que crezcamos en nuestro entendimiento de la gracia, una gracia que transforma, una gracia activa que lo cambia todo. Respiremos evangelio.
Inhala las buenas noticias de Cristo, en tu cuarto, cuando nadie te ve. Exhala las buenas noticias de Cristo, con tus amigos. Inhala evangelio, tu mejor día. Exhala evangelio, en tu peor momento. No tengamos miedo. Todos estamos en la misma condición y tenemos la misma necesidad. Todos necesitamos respirar.
Fotografía por Unsplash.