Por Sergio Cano
Como hijo de pastor, crecí en un hogar evangélico. Reconozco el amor que mi padre tenía por evangelizar, y mi madre por servir; lastimosamente me enseñaron que ser cristiano significaba hacer las “cosas buenas que los impíos no hacen”: leer tu biblia, orar, portarse bien, perdonar, no decir mentiras y obedecer a tus padres para que Dios te de lo que pidas (cosas que no son malas en sí mismas). Recibí esta enseñanza como clave para obtener lo que quería, aunque pensé en lo difícil que sería cumplir todos estos requerimientos. El resultado de mis próximos años fue hipocresía, frustración y enojo ante querer ser bueno por mis méritos y aparentar estar bien con todos para ser aceptado. No tuve relaciones significativas profundas, sino superficiales que incluso me enseñaron todo lo opuesto a ser un “buen cristiano”.
Comparto esto porque considero que muchas veces nos muestran el evangelio como reglas para verte bien externamente incluyendo dentro de nuestras relaciones. El perdón era base, pero nunca supe cómo ejercitarlo porque tampoco comprendía el perdón de Dios hacia mí por medio de Cristo. La enseñanza basada en obras sutilmente hace que te olvides de la realidad que somos pecadores, por tanto la reconciliación con Él solo sirvió cuando hiciste tu oración.
Por la gracia del Señor, hace unos pocos años; ya casado y con una familia, Él me mostró la verdad de su obra en la cruz por mí. Me rompió internamente. Me he podido dar cuenta de lo importante que es para nuestra vida reconocer la condición de pecador para abrazar la reconciliación que nos ha sido dada en Él. Una reconciliación, que también ha sido un aprendizaje ponerlo en práctica con mis hermanos y hermanas. Es fácil quedarnos en el primer mandamiento: amarás a Dios con todo. Pero, ¿Qué del amor al prójimo?
La dificultad de la reconciliación con otros
Por gracia en su adopción por fe en Cristo, somos injertados en la familia de Dios. Iniciamos relaciones que están supuestas a durar eternamente. Pero este es el mejor escenario que expone lo que tenemos dentro del corazón.
Es evidente que teniendo un corazón engañoso, el orgullo nos ciega a examinarnos para darnos cuenta de cómo estamos reaccionando a las diferentes pruebas que el Señor manda a nuestras vidas, usando a otros.
Yo hablo mucho de la soberanía de Dios, pero siendo honesto, cuando te toca recibir lo que no deseabas aún haciendo cosas buenas, no nos gusta. Cuando la voluntad de Dios es evidente y lo que pensamos que pasaría no sucede, tendemos a ser rápidos en enojarnos y cuestionar. Buscamos culpables donde sea: familia, hermanos y hermanas, tratamos de demostrar que nosotros no lo somos. Así como de niño, “hice todo lo que me pidieron” sin entender, porque sinceramente, no lo entiendes.
El pecado es el problema del hombre, en su relación con Dios y con otros. Podemos justificarnos murmurando, alejándonos, fingiendo un perdón, orgullosamente decir que todo está bien cuando no es cierto; y tener erguido un juez constante que te desarma por dentro.
La base de la reconciliación con otros
“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido la reconciliación”. Ro 5:10-11
Cristo es el fundamento y la fuente por la que estamos llamados a una reconciliación, no en nuestra razón u obras.
Este año fue muy difícil para mí y mi familia. Sin embargo, hoy comprendo que las pruebas eran necesarias para formar mi carácter humilde y de servicio genuino. Dios usó a mi pastor para hacerme ver la necesidad de reconciliación que estaba empañada por el pecado.
Su amor es tan grande en salvarme para tener una relación verdadera con Él, que fluya para otros. Orar al Padre reconociendo mis pecados, para hablar con otros y reconocer nuestras ofensas.
La reconciliación en acción
“Y todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación, a saber, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación”, 2 Co 5:18-19.
Su amor es tan grande y perfecto en medio de las pruebas para crecer en Él y decir gloria a Dios. Cristo nos buscó. Si Él me buscó para reconciliarme con Dios, yo también debo, necesito reconciliarme con otros.
Él nos redarguye por su Espíritu Santo que mora en nosotros, nos confronta para reconocer primeramente nuestro pecado, nuestras acciones, palabras y pensamientos errados y prejuiciosos. Nos llama a humillarnos y reconocer Su voluntad. Su amor y gracia nos recuerda que fuimos justificados y reconciliados con Dios para buscar la reconciliación con otros. El Justo se colocó en mi lugar para reconciliarme con Dios, cómo no habré de hacer lo mismo con mis hermanos de la fe.
No debemos perdonar superficialmente sin tener una verdadera reconciliación (que implica hablarnos y decirnos lo que nos ha lastimado, cómo recibimos la ofensa y cómo otros recibieron nuestra ofensa). La reconciliación nos hace sensibles a la reconciliación con Dios por medio de Cristo para compadecernos de otros en su debilidad que no es diferente a la mía. Experimentar la paz que solo fluye de Cristo, el amor que hemos recibido inmerecidamente y el perdón que hemos recibido aún siendo los responsables de nuestros actos.
La vida cristiana no es fácil, las relaciones son complicadas, pero si Él es el centro de nuestra unidad, su Espíritu guiándonos en su Palabra nos enseña a amarnos y perdonarnos unos a otros. No todas las relaciones se podrán restaurar como quisiéramos y cuando queremos, pero en cuanto dependa de nosotros, busquemos estar en paz con todos, Ro 12:18. La reconciliación es parte de la respuesta como hijos de Dios, que somos parte del cuerpo de Cristo.
Así que hermano o hermana te exhorto en el amor de Cristo, que por medio de Él, de su amor y obra redentora busques reconciliarte con quienes te han lastimado o has lastimado. Imagina quiénes somos nosotros para no buscar la reconciliación en la familia de Dios que fue, igual que tú, comprada por la misma sangre bendita. Oremos que su Espíritu nos guíe y nos de la humildad de reconocer cuándo nos equivocamos.
Busquemos siempre la paz y la reconciliación en Cristo Jesús con otros, y pide que Él obre en nuestros corazones al identificarnos con Él cuando somos rechazados o humillados por causa de su evangelio. El fruto que se produce en nosotros dará gloria al que nos ha amado inimaginablemente.
Doy gracias a Dios por mi familia, la iglesia local, por mis hermanos y hermanas que este año han guiado en amor a este imperfecto, a correr a los brazos de mi Padre. La reconciliación trae paz y gozo, dones que sólo Él provee para que otros también corran a Dios.