Dentro del movimiento reformado moderno, existe un celo particular por la centralidad del Evangelio en todas las cosas, particularmente en la predicación y proclamación de la Palabra desde los púlpitos de nuestras iglesias.
Este celo es bíblico y claramente justificado cuando leemos pasajes como Lucas 24:13-35, Juan 1, Colosenses 1:15-20 y Hebreos 1 que resaltan la supremacía de Cristo y Su Evangelio. También vemos en 1 de Corintios 15:1-8 que Pablo insiste en que el mensaje del Evangelio es central, primordial y lo más importante que él pudo haber transmitido a las iglesias que plantó y a las personas que sirvió.
Al mismo tiempo, escuchamos una frase paralela a ésta de hacer todo “centrado en el Evangelio”. Esta frase, dirigida principalmente a manera de exhortación a los predicadores, es que ellos deben siempre predicar y/o enseñar “todo el consejo de Dios”. ¿Qué significa esto? ¿Hay acaso algo más que el Evangelio? Esta es una pregunta genuina y podría generar tensiones a la hora de prepararse para enseñar y predicar la Palabra. ¿Cómo podemos integrar la afirmación reformada de “Sola Scriptura” a este tema?
¿Qué entendemos entonces por “todo el consejo de Dios”? Definamos esta frase como todo lo que Dios tiene qué decir a través de Su Palabra acerca de la experiencia humana completa. Dios, Creador de todo lo que existe, nos entregó en Su Palabra la revelación de Su propia naturaleza y carácter, Palabra que toma su máxima expresión en la Persona de Jesucristo, el Logos (Palabra) encarnado (Juan 1:1-5, 10-14). Jesús al encarnarse, afirmó ser Él mismo la Verdad (Juan 14:6) y también, en Su oración sacerdotal, le dio a la Palabra de Dios ese mismo estatus de Verdad (Juan 17:17). Entonces, cuando entramos en la Palabra de Dios a través de Jesús y guiados por el Espíritu Santo (Juan 16:13-15) nos encontramos con que podemos, de manera real, conocer la Verdad y eso significa, que es posible conocer la verdad de todas las cosas.
Toda verdad es, en última instancia, una verdad que Dios nos permite conocer y que nos revela algo acerca de Él mismo. Dios es la fuente de toda la Verdad, y por ende, todas las verdades que existen –que son 100% comprobables y ciertas- son parte de esa gran y última Verdad de Dios. Conocer la verdad de algo es algo que debe motivarnos a adorar a Dios porque nos permite conocer algo más acerca de Él.
Cuando exponemos algo acerca de la experiencia humana, podemos confiar en que la Palabra de Dios nos dará lo que necesitamos saber para poder, literalmente, aconsejar a otros, desde lo que Dios dice acerca de Él mismo y acerca de nosotros. Podemos confiar también que, mientras seamos guiados por el Espíritu Santo, la exposición de la Palabra de Dios, sea el tema del que se trate –finanzas, matrimonio, vida civil, temas culturales, etc.-, la Palabra de Dios traerá luz (Salmo 119:130) a las tinieblas y eso expondrá nuestro pecado, nos guiará al arrepentimiento con esperanza (2 Corintios 7:10) que es, en última instancia, un encuentro con Jesús y Su Evangelio.
Además de eso, debemos entender adecuadamente la afirmación de “Sola Scriptura”. Esta frase no significa que leemos la Biblia en un vacío –cultural, espacial y temporal-. Sola Scriptura no significa Scriptura Nuda (la Biblia y nada más). Reconocemos en la Providencia de Dios que Él le ha entregado al ser humano la capacidad de indagar, investigar, experimentar y conocer. Parte de la experiencia humana es la razón y a partir del uso y ejercicio de esta, poder conocer la verdad acerca del mundo que nos rodea. Hay muchos temas en los cuales la Biblia guarda silencio –sea porque simplemente no son relevantes, no eran situaciones que los autores de los textos enfrentaron en sus tiempos o simplemente no entran dentro de lo que Dios decidió revelar de manera explícita a nosotros.
La Biblia no nos dice acerca de qué sistema de gobierno es el mejor, tampoco nos ayuda a resolver física cuántica o a determinar el precio de los bienes y servicios que necesitamos y que adquirimos con nuestro dinero. Dios le dio al ser humano la capacidad de, a través del buen uso de su razón, descubrir todas estas cosas y mucho más. Al ir descubriendo la verdad acerca de estas cosas, conocemos más acerca de Dios y nos damos cuenta como todas estas verdades se alinean, sujetan y someten, en última instancia, a la Verdad de la Palabra de Dios.
Además de esto, como recipientes de la Palabra de Dios en el siglo 21, en mi caso, como un guatemalteco que recibe la Palabra de Dios en estos tiempos, debo reconocer con humildad que la Biblia no fue escrita con la Guatemala del año 2014 en mente. Debo reconocer también que no soy el único que lee e interpreta el texto. A través de los siglos, incontables hombres y mujeres fieles han dejado sangre, sudor y lágrimas por la preservación del mensaje, la Palabra y la doctrina de manera íntegra, relevante y lo más apegada al sentido original que los autores originales tenían para su audiencia original. Aquí edondede entra una palabra que a los evangélicos no nos gusta mucho porque la hemos entendido mal…aquí es dónde entra la tradición. ¿¡Qué!? Sí, la tradición….la tradición entendida como la fiel, constante y consistente interpretación, lectura y enseñanza de las verdades de la Palabra de Dios a través de los siglos a lo largo de distintas épocas, lugares, culturas e idiomas. Dios no ha dejado de hablar y no solamente es en el 2014 con la moda de la teología reformada que nos está hablando. Existe una tradición dentro de la historia de la Iglesia que nos enseña cómo el consejo completo de la Palabra de Dios se ha venido enseñando y no debemos…no podemos ser ajenos a eso si hemos de ser fieles en nuestro apego a la Escritura y a la Iglesia del Señor Jesús.
¿Es posible enseñar “todo el consejo de Dios” y aún así ser “centrado en el Evangelio”? ¡Sí! Apegados a la Palabra –a través de Jesús, guiados por el Espíritu Santo con hambre de conocer al Padre-, usando bien nuestra razón para descubrir más verdades acerca del mundo que Dios creó y valorando la Tradición que gracias al trabajo, esfuerzo, devoción, piedad e incluso vida de los hermanos y hermanas que nos precedieron en la fe y en la vida, podemos conocer hoy y usar para servir bien a la Iglesia hoy y dejar nosotros mismos también un legado que otros en el futuro puedan usar para la gloria de Dios y el gozo de la gente.
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