Por Juan Paulo Martínez
Hay un par de dichos mundanales que dicen: “Lo prohibido sabe mejor” y “La prohibición engendra deseo”. Esta sabiduría popular no es precisamente insustancial. Es una racionalización de nuestras inclinaciones pecaminosas independiente de la búsqueda de la santidad. Cuando se dice que “lo prohibido sabe mejor” parece ser una invitación a hacer lo que está mal bajo la premisa y promesa de que será una experiencia placentera. Y cuando oímos que “la prohibición engendra deseo” muchos entienden que lo más efectivo para evitar sufrimientos y para liberarse de la obsesión por una persona u objeto es dejar de prohibir conductas, pensamientos y acciones: renunciar a la exigencia moral y ética. Esto último obtiene alta simpatía en nuestro mundo que encuentra esto como el pretexto perfecto para pecar.
La Nueva Era y sus gurúes espiritualizan estos dichos. Los proponen como un camino de libertad y profundidad. De comunión con lo trascendente. Enseñan que hace daño al cuerpo y al alma el oponerse a sus deseos. Que el mejor antídoto contra la falta de paz es “dejar fluir nuestra personalidad y sus deseos sin condenarnos”. En esta óptica la religión cristiana aparece como una enemiga del sosiego y la realización personal. El único pecado para estas sectas es hablar de pecado. Osho, por ejemplo, enseñaba que el culpable de la caída en el Edén fue el mismo Dios al prohibir comer del árbol del conocimiento del bien y el mal. Dios puso la tentación. Él es el que empujó al hombre a pecar y no la serpiente.
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La verdad es que el deseo por las personas y los objetos es independiente de su prohibición o autorización. Deseamos tanto lo que está prohibido como lo que está permitido. La intensidad del deseo que tengamos puede ser muy alto en ambos casos. A nadie le está ordinariamente prohibido comer carne y con regularidad los carnívoros son insaciables en su anhelo de probarla. El alcohol es otro ejemplo. Millones de personas en el mundo tienen permitido tomarla y su deseo es potente. Así, los dichos “Lo prohibido sabe mejor” y “La prohibición engendra deseo” parecen no ser tan acertados porque nos encanta con penetrante gusto tanto lo que está permitido como lo que no lo está. Al revisar la primera epístola a los corintios se halla que el apóstol Pablo corrige a la Iglesia que utilizaba una supuesta autorización –no una prohibición- para pecar: “Ustedes dicen: Se me permite cualquier cosa”, pero no todo les conviene” (1 Co. 6.12). Queda explicado entonces que el deseo sexualmente impuro es atractivo aún -¿sobre todo?- cuando uno se lo permite en su cosmovisión personal.
Jesús enseñó que el deseo no nace de las prohibiciones o de la autorización. En cambio, tiene su génesis en nuestro corazón (Mc. 7:20-23). Si tú deseas adquirir una bicicleta lo mismo que una relación sexual ilícita de adulterio o fornicación tienes que reconocer que esto no proviene de fuera. Se afirma ha menudo que la propaganda televisiva o el Internet, por ejemplo, pueden “crear” en ti la necesidad de experimentar con estas cosas. Pero no es que el deseo haya sido construido desde el mundo hacia dentro de nosotros; lo que ha ocurrido es que los factores externos han avivado las pasiones que ya estaban dentro ti, en tu corazón. Está en nuestra naturaleza la inclinación a pecar (Ro.3:9-18) y esta sigue su curso a menos de que un poder sobrenatural nos cambie de raíz y trastorne nuestros afectos cambiándolos por otros contrarios.
Prácticamente todos los seres humanos hemos cometido adulterio. Bajo las aclaraciones de la ley en Cristo la sola pasión sexual hacia otra persona fuera del matrimonio es adulterar (Mt.5:27-28). Miles de jóvenes y adultos solteros cometen adulterio a diario en sus computadoras y en el noviazgo deseando sexualmente estar con sus parejas. También muchos hombres y mujeres casados adulteran al sostener fantasías lascivas con sus compañeros de trabajo, de estudio, vecinos, amigos o desconocidos. La violación al séptimo mandamiento de la ley de Dios (Éx. 20.14) es consuetudinaria para gran parte de la gente en este mundo.
Hasta aquí podemos resumir dos cosas:
- El deseo de sostener relaciones sexuales ilícitas de fornicación y adulterio nace en nuestro corazón debido a nuestra natural inclinación por el pecado, y no a la sazón de prohibiciones o autorización externas.
- Todos hemos cometido pecado de adulterio del corazón porque para Dios el solo deseo sexual constituye la ofensa equivalente a la acción.
Las pasiones sexuales ilícitas son tan potentes como cualquier otro pecado. Empero, aparecen ante nosotros con especial virulencia, agigantadas porque involucran a nuestro cuerpo. La Palabra dice que “Ningún otro pecado afecta tanto el cuerpo como este, porque la inmoralidad sexual es un pecado contra nuestro propio cuerpo” (1 Co.6.18, énfasis añadido). Esta singular afectación corrompe no solo nuestros afectos y nuestra mente, sino también nuestras relaciones interpersonales y nuestra salud física. Las probabilidades de morir de un paro cardiaco aumentan en aquellos individuos que sostienen relaciones extramaritales. Por supuesto, también se colocan dentro del grupo de riesgo de contagio de enfermedades de transmisión sexual y de embarazos no deseados. Arruina a los hijos y desprestigia a la persona a nivel social. Promueve la depresión, la ansiedad y la violencia intramatrimonial, entre muchos otros desastres que incluyen lesiones y homicidios.
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Anteriormente sostuvimos que esta inclinación a pecar que tiene nuestra naturaleza humana solo puede cambiar de dirección mediante un poder sobrenatural (sobre-nuestra-naturaleza). Existe un poder que proviene de Dios y que podemos recibir de lo alto si confiamos en Jesús para nuestra salvación. Dice la Escritura que las Buenas Noticias son “el poder mismo de Dios” (1 Co.1.18). El apóstol Pablo dice que los que han cometido adulterio no heredarán el reino de Dios EXCEPTO aquellos que “fueron limpiados; fueron hechos santos; fueron hechos justos ante Dios al invocar el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:9-11), y que desde entonces se resolvieron a no pecar contra Dios pues “Nosotros hemos muerto al pecado” (Ro.6.1). Esta nueva vida en Cristo Jesús es la que convierte sobrenaturalmente nuestros afectos, nos da un amor por Dios y su santidad ajenos a nuestra vida pasada, y nos hace querer que Dios sea glorificado con nuestra obediencia.
Para los miembros de la Iglesia que han pecado de adulterio y están arrepentidos hay algunos puntos que deben comprender: primero, las relaciones afectadas por el pecado de adulterio tardan en sanar. Porque una cosa es el perdón y otra la reconciliación de pareja. Puedes ser perdonado y requerir tiempo para restaurar un matrimonio. En ocasiones, las consecuencias del pecado son permanentes en el cónyuge afectado (v. gr. por alguna enfermedad contraída o simplemente por una confianza pulverizada) y eso quizá evite una reconciliación indefinidamente; y segundo, tienes que aprender a vivir con lo anterior. Tu vida nunca vuelve a ser la misma delante de la Iglesia y de la sociedad. Tienes que lidiar con mucha gente que no te perdonará jamás. Pero existe un mensaje que deberá acompañarte en tu vida nueva de santidad renovada: “si confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn.1.9).
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Todas las citas bíblicas son tomadas de la NTV.
Es bastante triste ver como muchos hermanos, incluyendo pastores caen a diario en este satánico pecado llamado el adulterio, ahora bien, considero que las iglesias (no todas) son muy permisivas al permitir que sus pastores cometan adulterio y sigan ministrando en la presencia delSanto Señor. Concluyo diciendo que es necesario queser sigan publicando artículos como estos para concienciar más a aquellos que somos casados y servimos a otros en amor.
Gracias J. Alexander por el comentario. Seguiremos publicando artículos que hagan conciencia en nuestros hermanos, incluyendo los que ejercen como pastores o poseen algún liderazgo en la iglesia. Bendiciones.
yo creo que ese es uno de los pecados en que muchas personas caemos a diario, este tratado es muy bueno ya que aprendemos que esta mal andar en adulterio y fornicacion.
Así es @edwardagamez:disqus, esa es la intensión de este artículo, hacer conciencia y no caer en este pecado. Bendiciones.