Por Ady Terán
El dolor es un misterio inevitable. Todos buscamos diferentes formas de evitarlo, nos esforzamos por evadirlo, implementamos mecanismos para sobrellevarlo y muchas veces intentamos entender su significado. El sufrimiento tiene el poder de desnudarnos. Nos quita la vestimenta de la autosuficiencia. Nos despoja de la falsa idea de pensar que tenemos el control de nuestra vida. Desafía nuestras convicciones y confronta nuestras expectativas. Es en medio del dolor que recordamos nuestra humanidad. No somos tan fuertes, ni tan inteligentes, ni tan maduros como pensamos. Pero hay algo aun mas profundo e importante que hace el sufrimiento. Nos obliga a cuestionar nuestra teología. ¿Quién es Dios para ti cuando sufres? Sin importar el contexto del problema o las circunstancias que enfrentas la teología que tengas dictará la manera en que respondes ante el dolor. La Biblia nos da un ejemplo muy claro en el libro de Rut.
Habiéndose mudado a Moab y perdido todo allí, incluyendo a su esposo y sus dos hijos, Noemí decide que es hora de regresar a casa. Debió de haber sido desgarrador para ella comenzar el viaje de regreso sin su esposo y sus hijos. Sin embargo ella tenía a sus dos nueras, Orfa y Rut.
En algún punto del camino, Noemí les suplicó que regresaran a sus hogares con sus familias. Al principio ambas chicas se resistieron, pero finalmente su persistencia persuadió a Orfa, y ella se fue a casa. Pero el libro de Rut nos dice que Rut no se dejó convencer. Su compromiso con su suegra era demasiado fuerte, asi que decidió ir con ella.
Dos viudas no habrían tenido una vida fácil en aquellos días. Ambas habian sufrido mucho. Los sueños de ambas se habían derrumbado por completo. Quizás Rut guardaba la esperanza de tener hijos y disfrutar de su propia familia. Noemí quizás imaginó su hogar lleno de nietos corriendo de un lado a otro, mientras ella y sus nueras preparaban la comida y los hombres de la casa salían a trabajar. Muy seguramente ambas tenia expectativas de lo que para ellas era una vida buena y plena. Al ellas alcanzar dichas metas, podrían verse satisfechas. Pero ¿qué pasa? Sus sueños son arrebatados de sus manos, dejándolas con un sentido profundo de vacío y dolor. Esto penetró tan fuertemente la vida de Noemí que ella dice: “No me llaméis Noemí, llamadme Mara, porque el trato del Todopoderoso me ha llenado de amargura. Llena me fui, pero vacía me ha hecho volver el Señor. ¿Por qué me llamáis Noemí, ya que el Señor ha dado testimonio contra mí y el Todopoderoso me ha afligido?” (Rut 1:19-21).
Noemí en lugar de interpretar las circunstancias a la luz del Dios que ella conocía, ella juzgó a Dios en base a sus circunstancias. Su teología era correcta, pero estaba incompleta. Ella no podía ver la imagen completa.
El análisis teológico de Noemí es acertado, es Dios el motivo de la aflicción, al igual que Job podía decir: “El Omnipotente amargo mi alma” (Job 27:2). No hay peor lectura teológica en nuestras vidas que ver la realidad sincera y olvidar al mismo tiempo las promesas que Dios nos ha dado.
En este viaje Noemí había perdido a su esposo, a sus hijos, y también su identidad: su nombre, ahora refiéranse a sí misma como Mara (que significa amargura), soy una persona diferente a la que conocieron, mi corazón está quebrado, mis manos rotas, abundan las arrugas en mi rostro, mis pies tambalean, porque Dios ha amargado mi vida, me ha vuelto con las manos vacías, me ha afligido y está en contra mía, Mara es mi nueva identidad. Por segunda y tercera vez Noemí se refiere a Dios como el autor de su aflicción, nuevamente una lectura teológica correcta, pero incompleta.
El peligro del sufrimiento no es que dejemos de creer en Dios, sino que pensemos de Él de manera distorsionada, es decir, que deformemos el carácter de Dios en nuestra propia mente, al punto de afectar nuestra relación con Él y nuestra actitud ante las circunstancias.
Es un gran reto intentar resolver el problema intelectual del sufrimiento. Para las que estamos teológicamente bien informadas, nos resulta fácil apuntar a la soberanía de Dios, como la mejor forma de consolarnos en nuestro dolor. Pero, ¿qué pasa cuando esa información es insuficiente? ¿Qué pasa cuando afirmados creer en un Dios que está en control, y vivimos, preocupadas? ¿Qué pasa cuando señalamos a Dios como el autor de nuestro dolor, y vivimos resentidas y amargadas?
Es interesante cómo solemos vincular la soberanía de Dios con el sufrimiento. Como si un tema no pudiera estar separado del otro. Ciertamente este fue el caso de Rut y Noemí. Ellas sabían que detrás de todos los eventos de su historia estaba un Dios en control, pero ¿qué fue lo que hizo que Noemí se amargara contra Dios? ¿Qué hizo que la actitud de ambas fuera diferente?
Ciertamente Dios era el mismo para ambas, fueron ellas las que concibieron a Dios de diferente manera. ¿Cómo lo se? Por lo que el sufrimiento produjo en cada una de ellas. Su actitud nos habla de su teología. Noemí se llenó de amargura. Rut mantenía la esperanza, ¿por qué? Por que ellas se predicaron un evangelio diferente. Quizás Noemí se repetía vez tras vez el mensaje incompleto de un Dios soberano pero injusto, o al menos no lo suficientemente bueno como para privarla de felicidad al quitarle sus mas grandes amores. Ella se predicó un evangelio donde ella merecía un mejor trato de parte de Dios. Quizás por ser judía creía que tenía ciertos derechos o privilegios y que por lo tanto no merecía vivir lo que vivió. Dios dejó de ser justo para ella. Su teología le hablaba de un Dios no tan bueno como el que solía conocer cuando “todo iba bien.”
Por otro lado tenemos a Rut, que parecía conocer al Dios de Noemí ya que ella le dice a Noemí: “No insistas que te deje o que deje de seguirte; porque adonde tú vayas, iré yo, y donde tú mores, moraré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios” (Rut. 1:16). Rut era Moabita. Los moabitas eran una tribu descendiente de Moab, hijo de Lot, quien nació de una relación de incesto con su hija mayor (Génesis 19:37). Esto quiere decir que Rut era pagana, sin embargo por lo que podemos leer, ella había llegado a creer en el Dios de Noemí, al final de cuentas estuvo casada con un judío por 10 años. Esta realidad se ve manifestada en cómo responde ante el sufrimiento. Ella, en contraste con Noemí, acepto los designios de Dios de manera humilde. Quizás estaba consciente de que realmente no merecía nada y que todo lo que ella pudiera tener era simple gracia. Al final no actúa como si Dios le debiera algo, o como si creyera que Él era injusto al quitarle su esposo y dejarla sin descendencia. Vemos entonces que a pesar de estar expuestas a circunstancias igualmente difíciles, ambas respondieron de manera diferente.
¿Qué pensamos de Dios cuando sufrimos?
¿Qué pensamos de nosotras mismas cuando sufrimos?
C. S. Lewis expone en su libro: “El problema del dolor,” lo siguiente…
“Si la primera operación del dolor, y la más leve, destroza la ilusión de que todo está bien, la segunda destroza la ilusión de que lo que tenemos, ya sea bueno o malo en sí mismo, es nuestro y suficiente para nosotros. Todos hemos notado qué difícil es volver nuestros pensamientos a Dios cuando todo está bien. ‘Tenemos todo lo que queremos’ es un dicho terrible cuando ‘todo’ no incluye a Dios. Pensamos en Dios como una interrupción. Como dijo un amigo mío, ‘consideramos a Dios de la misma manera que un aviador considera a su paracaídas; está allí para las emergencias, pero espera nunca tener que usarlo’. Ahora bien, Dios que nos ha hecho, sabe lo que somos y que nuestra felicidad está en Él. Sin embargo, no la buscaremos en Él, mientras nos deje otro recurso donde podamos, aun aparentemente, encontrarla. Mientras aquello que llamamos ‘nuestra propia vida’ se mantenga agradable, no se la entregaremos a Él. ¿Qué puede entonces hacer Dios en beneficio nuestro, sino hacer ‘nuestra propia vida’ menos agradable para nosotros y quitar las posibles fuentes de falsa felicidad?”
Si nuestro dolor nos hace pensar en un Dios poco amoroso, entonces algo está mal con nuestra definición de “amor.” Si nuestros problemas nos hacen pensar en un Dios injusto, entonces lo que llamamos “justo” está muy lejos de la verdad. Si nuestro sufrimiento nos habla de un Dios que no es sabio, nuestro concepto de nosotras mismas está totalmente equivocado.
Por lo tanto el sufrimiento tiene la capacidad de recordarnos que lo que pensamos era una “buena vida” no es la mejor, y que donde creíamos encontrar la “felicidad”, era una distracción de quien realmente puede hacernos felices. Dios es quien debe definir lo que es bueno, justo, sabio y amoroso, ya que al final de cuentas es quien tiene el poder de serlo a plenitud. Lo creamos o no, lo entendamos o no. Podemos ser como Noemí y dejar que las circunstancias definan nuestra teología. O podemos ser como Rut, quien dejó que Dios fuera quien definiera sus circunstancias. Una aceptó los designios de Dios con amargura, pensando que merecía algo mejor. La otra, fue humilde, pudiendo así mantener la esperanza.
Al final la historia de Rut es solo una pieza mas en el rompecabezas de la redención. La imagen es una imagen llena de gracia. Todas las piezas son importantes, todas son necesarias. Algunas son confusas, muchas parecen no encajar, pero Dios no ha dejado de poner las piezas. Él conoce la imagen. Dejemos que Él arme la imagen de la Cruz en nuestra vida.
Fotografía por Unsplash.