Por Diego Portillo
CINCO EFECTOS DEL EVANGELIO
Colosenses 1:3-6
El evangelio trata principalmente sobre Jesucristo, su persona y su obra (Rom. 1:3). Declara que todos los seres humanos estamos separados de la gloria de Dios a causa de nuestros pecados (Rom. 3:23), pero que Él vino al mundo para salvar a esos pecadores a través de su muerte y resurrección (1 Ti. 1:15; 1 Cor. 15:3-4). Este es el mensaje que los apóstoles predicaron (1 Cor. 15:11) y que nosotros también debemos compartir con todas las personas a nuestro alrededor siempre que tengamos oportunidad (Mr. 16:15).
En su acción de gracias, Pablo dice que los colosenses habían recibido el evangelio por la enseñanza de Epafras (Col. 1:7). Como es natural, el evangelio había causado efectos maravillosos en los hermanos colosenses, y en esta nueva entrada de nuestra serie examinaremos esos efectos, los cuales son y deben ser causados en todo lugar donde el evangelio verdadero, el evangelio de la gracia de Dios, llega.
Primero, el evangelio salva.
Eso lo podemos entender en la frase “vuestra fe en Cristo Jesús”. Producto de la predicación fiel del evangelio, los colosenses habían venido a la fe verdadera, la fe que salva, la fe en Cristo Jesús. Cuando los pecadores comprenden cuán perdidos están y lo imposible que es para ellos acercarse a Dios por sus propios medios y buenas obras, lo más probable es que sientan un profundo pesar. Pero cuando esos mismos pecadores comprenden que el SEÑOR hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros (Is. 53:6), lo más lógico es que corran tan fuerte como puedan a la cruz, y encuentren el perdón abundante que en Cristo les es ofrecido. Cuando comprendemos que al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él (2 Cor. 5:21), no nos queda más que alegremente poner toda nuestra confianza en Cristo Jesús como el único mediador entre Dios y los hombres.
Segundo, el evangelio causa amor fraternal.
Además de dar gracias por la fe de los colosenses, Pablo también agradece a Dios por el amor que tenéis por todos los santos. Uno de mis pasajes favoritos que ejemplifican esto es Efesios 2:11-22, en el cual se destaca que en Cristo, tanto judíos como gentiles son aceptados y unidos en un solo cuerpo. Algunos de los calificativos más maravillosos que se les da a los creyentes en ese pasaje son: conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.
Los santos de los que aquí se habla no son personas con un estándar moral inalcanzable. Cuando el Nuevo Testamento se refiere a los creyentes como santos, habla de todos aquellos pecadores indignos que por gracia solamente han sido apartados para formar parte de la gran familia de Dios en Cristo. En otras palabras, todos los verdaderos creyentes son los santos. Y a esos santos es a los que los colosenses expresaban amor, no sólo a los que estaban cerca de ellos, sino a los que estaban lejos (Col. 1:8).
Este amor fraternal es descrito maravillosamente en 1 Cor. 13:4-8, donde se dice que el amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá.
Aquí cabe hacernos las siguientes preguntas: ¿Ha causado el evangelio este amor en mí? ¿Tengo este tipo de amor a todos los santos, o sólo a los que me agradan? ¿Si Pablo escribiera una carta a mi iglesia local, incluiría en su acción de gracias el amor que nos tenemos unos a otros? Aunque ciertamente los colosenses no eran una iglesia perfecta, sí disfrutaban de este amor fraternal causado por el evangelio.
Tercero, el evangelio causa una esperanza real.
De hecho, esta esperanza que el evangelio había causado a los colosenses no solo era real, sino que es descrita por Pablo como la fuente de la cual los colosenses extraían ánimos para evidenciar su fe en Cristo y mostrar amor verdadero hacia todos los demás hermanos en la fe (fe y amor, a causa de la esperanza).
Es muy interesante que esta esperanza no depende del estado de ánimo de los colosenses. Como vimos en la entrada anterior, Colosas había perdido su relevancia comercial para el tiempo de Pablo. Por tanto, algo más que la situación emocional y económica debía alimentar esa esperanza.
¡Por supuesto! La esperanza de los colosenses estaba reservada para ustedes en el cielo. De esta esperanza se nos habla con más detalle en 1 Pedro 1:3-6: “¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva y recibamos una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para ustedes, a quienes el poder de Dios protege mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos. Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo” (NVI). Según Pedro, sus lectores están sufriendo, pero su esperanza no está en este mundo donde todo es corrupto a causa del pecado; al contrario, está reservada en el cielo, donde no puede ser contaminada por nada. Y de esa esperanza disfrutaban los colosenses por el evangelio.
Cuarto, el evangelio da fruto y crece.
En la explicación que Jesús da a sus discípulos de la parábola del sembrador, el Señor ejemplifica este efecto de la palabra, el evangelio. Jesús allí dice que la semilla que se siembra es la palabra del reino, lo cual, según lo señala el pastor John MacArthur, es el mensaje de cómo entrar al reino de Dios, lo referente a la salvación, es decir, el evangelio.((Biblia de Estudio MacArthur, Grupo Nelson, p. 1271)) Esta palabra verdadera del evangelio, produce el fruto apropiado en aquella tierra buena, la tierra labrada por el Espíritu Santo.
Si el evangelio es la semilla de salvación, se esperará obviamente que al germinar produzca salvación en aquel corazón que es como la buena tierra; eso es en el plano individual. Además, la comunidad de hermanos colosenses estaba experimentando ese fruto del evangelio en el plano comunitario. Recordemos que la palabra de Dios no regresa vacía, sino que cumple su propósito de salvar a los pecadores. Por lo cual, Pablo puede decir a los corintios que Dios, en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo conociera mediante la sabiduría humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen. (1 Cor. 1:21). Esa es la semilla del verdadero evangelio, la cual da fruto y crece en todo lugar al que llega; los colosenses son un ejemplo vivo de ello.
Quinto, el evangelio nos muestra la gracia de Dios en verdad.
Una frase conocida del reconocido teólogo R. C. Sproul reza más o menos así: “El evangelio no es buenas noticias a menos que primero se sepan las malas noticias”. Y Marcos 1:15 nos relata que cuando Jesús vino predicando, su mensaje consistía básicamente en dos palabras: arrepiéntanse y crean.
Hace unos días, mientras platicaba con un amigo, nos dábamos cuenta que la primera palabra presupone que estamos mal. Nadie diría a alguien “arrepiéntase” si no se ha cerciorado de que esa otra persona ha fallado verdaderamente. Por tanto, el evangelio tiene su efecto verdadero cuando se comparte con un entendimiento de la condición del hombre aparte de la gracia de Dios.
Cuando el hombre entiende que está muerto en sus delitos y pecados, que es esclavo de Satanás, está bajo la influencia del mundo, y es corrupto en su ser (Ef. 2:1-3), entonces el evangelio de la gracia de Dios será comprendido verdaderamente.
¿Qué mejor manera de conocer la gracia de Dios, que a través del mensaje que declara que el Señor será amplio en perdonar al pecador que se vuelve a Él en arrepentimiento y fe? ¿Qué mejor manera de conocer la gracia de Dios, que a través del mensaje de que el Padre ha decidido darnos vida cuando estamos muertos en delitos y pecados?
Sólo el evangelio de Dios que trata sobre Jesucristo, quien, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y quien, hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2:6-8), puede mostrarnos la gracia de Dios en verdad.
Que el Señor nos lleve a descubrir estos efectos del verdadero evangelio en nuestra vida, nuestra familia, nuestra iglesia, y todos los ámbitos de la vida.
¡Dios te bendiga!