Por Madai Sotomayor
Ian y Larissa Murphy estaban seguros del amor que se tenían el uno al otro, como muchas de las parejas que consideran casarse.En diciembre de 2006 planeaban unir sus vidas para siempre, no sabían que un accidente iba a cambiar sus planes.
Ellos se conocieron en la universidad en el año 2005, se enamoraron y enseguida comenzaron a salir por 10 meses. En septiembre de 2006 Ian y su papá iban juntos rumbo a Pittsburgh para trabajar. Ian hacía trabajos extras para ahorrar dinero y comprarle a Larissa un anillo de compromiso. Lamentablemente, no pudieron completar su viaje; ellos fueron impactados por una suburban en un aparatoso accidente, en el cual, como consecuencia, dañó severamente el sistema cerebral de Ian. Larissa recibió la llamada y durante el trayecto al hospital oraba fervientemente, tanto por Ian como por las repercusiones que el accidente tendría. Ian estuvo en cirugía por unas horas a causa del trauma que había sufrido en su cerebro. Dios lo salvó de la muerte, pero el daño cerebral continuaba dejando secuelas. Después de muchos exámenes y diversas operaciones, el cerebro de Ian empezó a responder nuevamente, poco después lo dieron de alta y lo enviaron a su hogar.
Larissa estuvo al lado de Ian durante el largo camino de rehabilitación, involucrada en sus terapias y su recuperación del habla. Ellos habían considerado el matrimonio poco antes del accidente, pero Dios había cambiado sus planes. Oraban y eran intencionales en el tema. Cuando Ian empezó a comunicarse con ella retomaron la dirección rumbo al matrimonio. El padre fue diagnosticado de cáncer en el cerebro y falleció antes del compromiso de Ian y Larissa. El 28 de agosto de 2010 fue el día que unieron sus vidas en matrimonio. Las operaciones continuaron y las visitas al médico también. Hoy día, Ian y Larissa viven junto con su pequeño Dietrich, de 3 años.
La historia de Ian y Larissa es una historia real, una historia que no es de Disney; una historia de pruebas, sufrimientos y amor real. Tenemos conceptos errados del amor y de lo que es o debería ser supuestamente. Tomamos su significado de lo que vemos en películas románticas o de lo que leemos en revistas. Creemos que el amor se trata de qué es lo que yo puedo recibir de la otra persona. Muchos de nosotros no lo diríamos en voz alta, pero nuestras decisiones muestran la inclinación de nuestro corazón. En ocasiones elegimos poner termómetros invisibles que miden el grado de amor dependiendo de qué tanto complacen nuestros deseos egoístas.
Esta es una de las razones por las cuales los matrimonios no funcionan y eligen el camino fácil al divorcio, llegan dos pecadores creyendo que serán completamente satisfechos por el otro pecador. Esta cosmovisión llega a la ruina. En cambio, el amor real y excelso lo podemos encontrar en la cruz.
Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos.5:8.
Prediquémonos nosotros mismos lo escrito en Filipenses 2:3-8
Antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:3-8 RV60
Volvemos a la pregunta, ¿existe el amor verdadero?
Cuando estamos con Cristo, nuestro amor al cónyuge debería ser como el de Él, que se dio a sí mismo en propiciación por nosotros. Un amor que no busca lo suyo, sino que pone al otro como el más importante. El testimonio de Ian y Larissa nos anima y nos reta a amar a nuestros cónyuges como Cristo lo hizo, nos recuerda que no nos pertenecemos a nosotros mismos, y que el amor real existe viéndolo desde el punto de vista de la Cruz.
Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa y sin mancha
En Efesios 5:22-27
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