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Por César Custodio. En la voz de Jorge Meléndez
“Pero el fruto del Espíritu es… paciencia.” – Gal. 5:22
La real academia define la palabra paciencia como la “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”, lo cual resulta interesante ya que deja en el humano el peso de poder controlar su resultado. Si bien es cierto que existen muchas formas y métodos en los cuales se pueden, hasta cierto punto, controlar las reacciones, todos tienen el mismo problema de fondo, su éxito radica en el poder de decisión de la persona.
El reto es imposible ya que, aunque el hombre sin Cristo pueda aparentar tener tiempos o temporadas momentáneas de control sobre sus reacciones, el problema radica en el corazón. Así que, no importa qué método se use, el problema siempre estará ahí.
Pablo, -sí el gran Pablo- expresa en la carta a los Romanos su humanidad pecaminosa e incapacidad personal de la siguiente manera: “Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”
Este enunciado nos muestra una tremenda verdad expresada por uno de los hombres más influyentes de la fe cristiana. Todo lo que intentamos con nuestra voluntad, tarde o temprano reflejará nuestra verdadera condición: nuestra naturaleza humana pecaminosa. No es lo mucho que queramos hacer el bien, ni los métodos, meditaciones y demás las que provocarán hacer el cambio. La realidad es esta: no podemos cambiar por nosotros mismos, no importa cuántas veces, ni cómo lo intentemos.
Esto es un problema con una única solución, el glorioso evangelio de Jesucristo y su poder regenerador en nuestras vidas. En Ezequiel 36:26 encontramos esta promesa, “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.” Promesa que se cumple por medio del sacrificio de Jesucristo.
Dios no nos promete que hará mejor nuestra naturaleza humana, o que reparará nuestros corazones quebrantados. No, la promesa es que nos dará nuevos corazones y espíritus rectos. Nuestra naturaleza pecaminosa es demasiado depravada para ser reparada.
Es importante establecer esto en nuestras vidas y constantemente recordarnos de esta realidad ya que esto nos pondrá en una perspectiva real del fruto del Espíritu. Si entendemos bien esto seremos agradecidos con aquel que “arrancó” nuestro corazón de piedra y nos dio un corazón de carne.
Es por eso que es el fruto del Espíritu (Dios mismo) no nuestros propios actos. Somos dichosos en ser meramente canales para la manifestación del fruto del Espíritu para testimonio, servicio y beneficio de otros. Mientras más entendemos esta verdad, más humildes y agradecidos seremos cada día.
En Romanos 2:4, cuando Pablo nos habla sobre el justo juicio de Dios vemos que hemos sido alcanzado por medio de Su benignidad y paciencia, las cuales son características que le pertenecen exclusivamente a ÉL. La paciencia de un Dios justo que por amor espera por aquellos que han de responder a su llamado es una muestra del carácter de Dios. Cuánta misericordia puede mostrar un Dios Santo por aquellos que alcanza.
Esto le da una perspectiva correcta a la “paciencia” que debemos ejercer con otros. Regularmente pensamos que la paciencia es el esfuerzo personal que debemos hacer para entender a otros en su proceso de cambio, si es así, esto es un esfuerzo meramente humano que, aunque a veces parezca espiritual, no lo es. La verdadera paciencia es aquella que nace de Dios la cual nos guía en los momentos o situaciones difíciles y nos da paz, ya que nos hace saber que Dios tiene el control de todo.
Dios va desarrollando en nosotros paciencia para otros mientras más nos dejamos guiar por Él. Su poder y bondad para nuestras propias vidas son necesarias para que, así como las otras virtudes del fruto del Espíritu, la paciencia cada día sea más visible en nuestras vidas. Cuando nuestra perspectiva es clara sabemos que las pruebas son la manera de Dios para perfeccionar la paciencia. “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” Santiago 1:2-4
Mientras más crecemos en la fe, más la paciencia debe manifestarse en nuestras vidas y reflejar el carácter de Cristo. Seamos agradecidos, busquemos sus propósitos y recordemos sus promesas, las cuales son una extensión de su amor, la misma extensión que debemos tener por otros.
Manténte atento o atenta a la serie. Esperamos que la disfrutes y la compartas con tus hermanos de la iglesia, tus familiares, tus amigos y tus conocidos.
Pregunta:¿Estás siendo paciente con los demás o aún necesitas que Dios trabaje contigo para que seas más paciente? Déjanos un comentario presionando el botón.
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Super impactante testimonio; gracias por compartir y testificar la postura correcta de la Iglesia en medio de estos tiempos actuales.