Después de amar a nuestras esposas, nuestra responsabilidad mayor es instruir y disciplinar a nuestros hijos de acuerdo a las Escrituras. Los padres no podemos dejar en las manos de nadie el desarrollo espiritual de nuestros hijos. Somos los padres quienes debemos inculcar en ellos devoción y reverencia al Creador, siendo nosotros el primer ejemplo.
La Escritura es más que solamente historias. A través de ella debemos enseñarles a nuestros hijos sobre la naturaleza pecaminosa que tenemos. Debemos notar que los padres estamos llamados a mostrarles por medio de las Escrituras el maravilloso e inmerecido regalo que hemos recibido por medio del sacrificio de Jesucristo. El Justo dando la vida por los injustos es la muestra más grande de amor que jamás recibiremos.
Existen verdades fundamentales que debemos instruir a nuestros hijos: la propiciación (apartar la ira por medio de un acto justo), la expiación (borrar una castigo merecido por medio de un sacrificio), la justificación (absolver y declarar justo) y la santificación (ser apartados para Dios). Estos son pilares de la fe cristiana, y los ayudarán a entender a Dios de una manera más profunda, forjando en sus corazones respeto y gratitud al Eterno.
Un ejemplo en la Palabra
Daniel 3 nos presenta la historia de tres jóvenes israelitas que vivieron en el tiempo de cautiverio en Babilonia siendo puestos a prueba por el rey Nabucodonosor. Viviendo ellos en tierra extraña, habían sido honrados por el rey con cargos importantes en su reino (Dn. 3:12). Pero un día el rey levanta una estatua y manda a todos aquellos que eran parte de su reino a postrarse delante de ella. Sadrac, Mesac y Abed-nego deciden no hacerlo, provocando la furia del rey en contra de ellos:
¿Estáis dispuestos ahora, para que cuando oigáis el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adoráis, inmediatamente seréis echados en un horno de fuego ardiente; ¿y qué dios será el que os libre de mis manos? Sadrac, Mesac y Abed- nego respondieron y dijeron al rey Nabucodonosor: No necesitamos darte una respuesta acerca de este asunto. Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado”, Daniel 3:15-18.
Nos encontramos en tiempos donde nuestra fe cristiana es puesta constantemente a prueba, donde este mundo sin Dios cada día se aparta más de los principios que Él ha establecido en su Palabra. Es bueno preguntarnos, ¿qué tipo de decisiones tendrán que enfrentar nuestros hijos dentro de 10 o 20 años? ¿De qué manera será retada su fe dentro de algún tiempo? ¿Podrán enfrentar su destino con la certeza que estos tres jóvenes lo enfrentaron en Babilonia?
Preguntas como estas nos deben hacer pensar en nuestra situación presente como mentores espirituales de nuestros hijos, sabiendo que lo que sembremos en sus corazones será lo que los ayude a permanecer en la fe en el tiempo de la prueba. La respuesta de estos tres jóvenes va más allá de simplemente retar la autoridad del Rey Nabucodonosor o de una emoción de momento: su respuesta lleva un profundo entendimiento en quien es Dios y su soberanía sobre todo. No me cabe duda, esta convicción fue inculcada por sus padres, la cual les permitió seguir honrando a Dios en una tierra extraña con principios de vida completamente diferentes a los de ellos.
Debemos vivir nuestro cristianismo en nuestro hogar, especialmente aquellos que tenemos la dicha de ser padres. Es ahí donde debemos mostrar la influencia que las Escrituras tienen en nuestras vidas. Somos responsables de instruir y guiar a nuestros hijos de acuerdo a ellas. Leamos, escudriñemos y compartamos las Escrituras con nuestros hijos. Oremos con ellos, transmitámosles los principios fundamentales de nuestra fe y brindémosles un ejemplo digno de imitar.
“Instruye al niño en su camino y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” Proverbios 22:6.
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