NOTA: ESTE MENSAJE ESTÁ TOMADO DE LA AUTOBIOGRAFÍA DE C. H. SPURGEON, VOLUMEN UNO.
Es algo grandioso poder comenzar la vida cristiana creyendo en una doctrina buena y sólida. Algunas personas han recibido veinte “evangelios” diferentes en un número igual de años. Cuántos evangelios más aceptarán antes de llegar al fin de su camino, sería difícil de predecir. Le doy gracias a Dios porque me enseñó desde temprano el Evangelio y he estado tan perfectamente satisfecho con ese Evangelio que no quiero conocer ningún otro. El cambio constante de credo es una pérdida segura. Si un árbol de manzanas tiene que ser arrancado dos o tres veces al año, no se requiere construir una bodega muy grande para almacenar sus manzanas.
Cuando la gente siempre está cambiando sus principios doctrinales, muy probablemente no producirá mucho fruto para la gloria de Dios. Es bueno que los jóvenes creyentes comiencen con un firme entendimiento de esas grandiosas doctrinas fundamentales que el Señor ha enseñado en Su Palabra. Si yo creyera lo que algunos predican acerca de una salvación temporal y falsa, que sólo dura por un tiempo, escasamente estaría agradecido por ella. Pero cuando sé que a quienes Dios salva, Él los salva con una salvación eterna, cuando sé que Él les da una justicia eterna, cuando sé que los establece sobre un fundamento eterno de amor eterno y que Él los llevará a Su reino eterno, ¡oh, entonces sí me maravilla y me sorprende que una bendición así me haya sido otorgada a mí!
“¡Haz una pausa, alma mía! ¡Adora y asómbrate!
Pregunta: oh, ¿por qué tanto amor por mí?
La Gracia me ha contado entre el número
De los miembros de la familia del Salvador:
¡Aleluya!
Gracias, eternamente gracias, sean dadas a Ti.”
Yo supongo que habrá personas cuyas mentes se inclinan de manera natural hacia la doctrina del libre albedrío. Yo sólo puedo decir que mi mente también se inclina de manera muy natural pero hacia las doctrinas de la Gracia Soberana. Algunas veces, cuando veo en la calle a algunos de los personajes más malvados, siento como si mi corazón fuera a estallar en lágrimas de gratitud ¡porque Dios nunca me ha permitido actuar de la manera que ellos lo han hecho! He pensado que si Dios me hubiera dejado solo y no me hubiera tocado por Su Gracia, ¡cuán gran pecador hubiera resultado yo! ¡Hubiera corrido hasta los últimos límites del pecado y me hubiera zambullido en las propias profundidades del mal! No me habría detenido ante ningún vicio o insensatez, si Dios no me hubiese detenido. Siento que yo hubiera sido un verdadero rey de los pecadores, si Dios me hubiera dejado solo. No puedo entender por qué razón he sido salvado excepto sobre la base que Dios quiso que así fuera.
A pesar de todo mi esfuerzo, no puedo descubrir ningún tipo de razón dentro de mí que justifique que yo sea partícipe de la Gracia Divina. Si en este momento estoy con Cristo, se debe solamente a que Cristo Jesús puso Su voluntad en mí y esa voluntad era que yo debía estar con Él allí donde Él está y que yo compartiera de Su gloria. No puedo poner la corona en ninguna otra parte sino sobre la cabeza de Él, cuya Gracia poderosa me ha salvado de descender al abismo.
Contemplando mi vida pasada, veo que el amanecer de todo provino de Dios, efectivamente de Dios. Yo no utilicé ninguna antorcha para iluminar al sol, sino que el sol me alumbró. Yo no di comienzo a mi vida espiritual; no, yo más bien daba patadas y forcejeaba contra las cosas del Espíritu. Cuando Él me atrajo hacia Sí durante un tiempo, yo no corrí tras Él; había un odio natural en mi alma hacia todo lo santo y lo bueno. Los requerimientos de amor dirigidos a mí, se desperdiciaban; las advertencias se las llevaba el viento; los truenos eran despreciados. En cuanto a los susurros de Su amor, ellos eran rechazados como si fuesen menos que nada y vanidad.
Pero ahora puedo decir que estoy seguro que, en lo que a mí concierne, “Él solamente es mi salvación.” Fue Él quien hizo volver mi corazón y me hizo ponerme de rodillas ante Él. Ciertamente yo puedo decir, conjuntamente con Doddridge y Toplady:
“La Gracia enseñó a mi alma a orar,
E hizo que mis ojos derramaran lágrimas.”
Y llegando a este punto puedo agregar:
“Únicamente la Gracia me ha preservado hasta ahora,
Y no permitirá que me aleje.”
Puedo recordar muy bien la manera en que aprendí las doctrinas de la Gracia en un solo instante. Nací arminiano, como todos nosotros lo somos por naturaleza; todavía creía en las viejas cosas que había escuchado continuamente desde el púlpito y no veía la Gracia de Dios. Cuando venía a Cristo pensaba que yo lo estaba haciendo todo por mí mismo y aunque yo buscaba al Señor sinceramente, no tenía la menor idea que el Señor me estaba buscando a mí. Yo no creo que el joven converso esté consciente de esto al inicio. Puedo recordar exactamente el día y la hora cuando recibí por primera vez en mi alma esas verdades; cuando fueron grabadas en mi corazón con un hierro candente, como dice Juan Bunyan, y puedo recordar cómo sentí que había crecido súbitamente de ser un niño para convertirme en un hombre adulto; que había logrado progresar en el conocimiento de la Escritura al haber encontrado, de una vez por todas, la clave de la verdad de Dios.
Una noche de un día de la semana, cuando me encontraba en la casa de Dios, no estaba tan concentrado en el sermón del predicador, pues no creía lo que decía. Entonces me vino un pensamiento: ¿cómo llegaste a ser un cristiano? Yo busqué al Señor. Pero ¿cómo fue que comenzaste a buscar al Señor? La verdad pasó por mi mente en un instante como un relámpago: yo no hubiera buscado al Señor sin haber recibido previamente una influencia que me hiciera buscarlo. Yo oré, pensé yo, pero entonces me pregunté: ¿cómo fue que comencé a orar? Fui inducido a orar al leer las Escrituras. Y ¿cómo fue que comencé a leer las Escrituras? Es cierto que las leí, pero ¿qué fue lo que me llevó a leerlas? Entonces, en un instante, pude ver que Dios está en el fondo de todo y que Él era el autor de mi fe, y así la doctrina de la gracia completa se abrió ante mí y de esa doctrina no me he apartado hasta este día y deseo que mi confesión constante sea ésta: “yo atribuyo mi cambio enteramente a Dios.”
Una vez asistí a un servicio donde el texto era precisamente “El nos elegirá nuestras heredades” y el buen hombre que ocupaba el púlpito era algo más que un pequeño arminiano. Por lo tanto, cuando comenzó, dijo: “Este pasaje se refiere enteramente a nuestra herencia temporal, no tiene absolutamente nada que ver con nuestro destino eterno, pues, no queremos que Cristo elija por nosotros en asuntos relacionados con el cielo o el infierno, dijo. Es tan sencillo y fácil que cualquier hombre que tenga una partícula de sentido común elegirá el cielo y cualquier persona será lo suficientemente inteligente para evitar el infierno. No tenemos ninguna necesidad de una inteligencia superior o de un Ser más grande que elija el cielo o el infierno por nosotros. Eso se deja a nuestro libre albedrío y se nos ha dado suficiente sabiduría y los medios que son suficientemente correctos para juzgar por nosotros mismos.” Y por lo tanto, como dedujo muy lógicamente, no hay ninguna necesidad ni que Jesucristo, ni nadie más, elija por nosotros. Dijo que nosotros podíamos elegir nuestra herencia por nosotros mismos sin ayuda de nadie. “Ah,” pensé, “mi buen hermano, puede ser cierto que podamos, pero creo que necesitamos algo más que sentido común antes que debamos elegir correctamente.”
En primer lugar, permítanme preguntar, ¿acaso no debemos admitir, todos nosotros, una Providencia que gobierna todo y el decreto de la mano de Jehová en relación a los medios por los que venimos a este mundo? Esos hombres que piensan que, después, somos entregados a nuestro propio libre albedrío para elegir que esto o lo otro dirija nuestros pasos, deben admitir que nuestra entrada al mundo no fue por nuestra propia voluntad, sino que Dios tuvo que elegir por nosotros en ese momento. ¿Cuáles eran esas circunstancias en poder nuestro que nos llevaron a elegir a ciertas personas para que fueran nuestros padres? ¿Tuvimos algo que ver con eso? ¿No fue el mismo Dios quien designó a nuestros padres, el lugar de nuestro nacimiento y nuestros amigos?
¿No pudo Dios haber causado que yo naciera con la piel de un hotentote (pueblo nómada que vive en Namibia), traído al mundo por una madre sucia que me alimentaría en su “kraal” (choza redonda africana) y me enseñaría a inclinarme ante dioses paganos, de la misma manera que me pudo haber dado una madre piadosa, que cada mañana y cada noche se pusiera de rodillas para orar por mí? O, ¿acaso no hubiera podido Dios, si así lo hubiera querido, haberme dado a un libertino como padre, de cuyos labios yo pude haber oído un lenguaje espantoso, sucio y obsceno? ¿No pudo haberme colocado donde yo hubiera tenido un padre borracho que me habría recluido en un calabozo de ignorancia y me habría educado en las cadenas del crimen? ¿Acaso no fue la Providencia de Dios la que me dio la oportunidad feliz de que mis padres fueran Sus hijos y que se esforzaran por educarme en el temor del Señor?
John Newton solía contar una fantástica historia y se reía de ella también, acerca de una buena mujer que, con el objeto de demostrar la doctrina de la elección, decía: “Ah, señor, Dios debe haberme amado antes que yo naciera, pues de otra forma no podría haber visto nada en mí que se pudiera amar después.” Estoy seguro que eso es cierto en mi caso. Yo creo en la doctrina de la elección porque estoy absolutamente seguro que si Dios no me hubiera elegido, yo nunca lo habría elegido a Él. Y estoy seguro que Él me eligió antes que yo naciera, pues de otra forma Él nunca me habría elegido después. Él debe haberme elegido por razones desconocidas para mí, pues yo nunca podría encontrar alguna razón en mí mismo que justifique la razón por qué Él me miró con un amor especial. De tal manera que me veo forzado a aceptar esa grandiosa doctrina bíblica.
Recuerdo a un hermano arminiano que me decía que él había leído las Escrituras más de veinte veces y no había encontrado en ellas la doctrina de la elección. Añadió que las habría encontrado si hubieran estado allí, pues él leía la Palabra estando de rodillas. Yo le dije: “yo creo que tú lees la Biblia en una postura muy confortable y si la hubieras leído sentado en tu butaca habrías tenido una mejor posibilidad de entenderla. Ciertamente debes orar, y entre más ores mejor, pero hay una cierta superstición involucrada en pensar que hay algo en la postura que el hombre adopte para leer la Biblia. Y en cuanto a leer las Escrituras de manera completa veinte veces sin haber encontrado nada acerca de la doctrina de la elección, lo sorprendente hubiera sido que hubieras encontrado algo. Tú debes haber galopado en tu lectura a tal velocidad, que hubiera sido imposible que tuvieras una idea inteligible del significado de las Escrituras.”
Verdaderamente sería maravilloso ver un río que se alza sobre la tierra con todo su pleno cauce, ¿qué sería contemplar un vasto manantial del cual surgen espumeantes todos los ríos de la tierra, un millón de ellos nacidos juntos? ¡Qué visión sería! ¿Quién pudiera concebirlo? Y sin embargo el amor de Dios es esa fuente de la cual surgen todo los ríos de misericordia que a lo largo de todos los tiempos han alegrado a nuestra raza; todos los ríos de la Gracia en el tiempo aquí y en la gloria venidera. ¡Alma mía, ponte junto a esa fuente y adora y da grandeza, por toda la eternidad, a Dios nuestro Padre que nos ha amado!
En el principio, cuando este grandioso universo permanecía en la mente de Dios como los bosques por nacer están contenidos en la copa de una bellota, mucho antes que los ecos despertaran a las soledades; antes que las montañas fueran levantadas, mucho antes que la luz cruzara como relámpago a través del cielo, Dios amó a Sus criaturas elegidas. Antes que hubiera algún ser creado, cuando el éter todavía no era abanicado por el ala de un ángel, cuando no había absolutamente nada excepto Dios que estaba sólo, aún entonces, en esa soledad de la Deidad y en esa honda quietud y profundidad, Su corazón se movía con amor hacia Sus elegidos. Sus nombres estaban escritos en Su corazón y ya entonces eran muy queridos para Su alma. Jesús amó a Su pueblo antes de la fundación del mundo, ¡ya desde la misma eternidad! Y cuando me llamó por Su gracia, Él me dijo: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.”
Y luego, en la plenitud del tiempo, Él me compró con Su sangre. Él dejó que Su corazón se vaciara en una profunda herida abierta por mí mucho antes que yo lo amara. Sí, cuando Él vino a mí por primera vez, ¿acaso yo no lo menosprecié? Cuando Él tocó a la puerta y solicitó entrar ¿no lo corrí y lo agravié a pesar de Su gracia? Ah, puedo recordar que muy a menudo hice eso hasta que finalmente, por el poder de Su gracia eficaz, Él dijo: “Debo entrar, voy a entrar.” Y luego Él cambió mi corazón y me hizo amarlo. Pero hasta ahora yo lo habría resistido si no hubiera sido por Su gracia.
Bien, puesto que Él me compró cuando yo estaba muerto en pecados, ¿no se deduce de eso, como una consecuencia necesaria y lógica que Él tuvo que amarme primero? ¿Acaso mi Salvador murió por mí porque yo creí en Él? No. En aquel entonces yo no existía. En aquel entonces yo no tenía un ser. ¿Pudo entonces el Salvador haber muerto porque yo tenía fe, cuando yo mismo no había nacido? ¿Pudo haber sido eso posible? ¿Pudo haber sido eso el origen del amor del Salvador por mí? ¡Oh, no! Mi Salvador murió por mí mucho antes de que yo tuviera fe. “Pero,” dirá alguno, “Él vio por anticipado que tú tendrías fe, por lo tanto Él te amó.” ¿Qué vio anticipadamente acerca de mi fe? ¿Vio anticipadamente que yo obtendría esa fe por mí mismo y que yo creería en Él por mis propios medios? No. Cristo no pudo ver eso anticipadamente, pues ningún cristiano puede afirmar jamás que la fe vino espontáneamente sin el don y sin la obra del Espíritu Santo. Me he reunido con un gran número de creyentes y he hablado con ellos acerca de este asunto pero no he conocido a ninguno que pudiera poner la mano sobre su corazón y decir: “Yo creí en Jesús sin la ayuda del Espíritu Santo.”
Yo estoy atado a la doctrina de la depravación del corazón humano porque me veo a mí mismo depravado en mi corazón y percibo pruebas diarias que en mi carne no habita nada bueno. Si Dios entrara en un pacto con el hombre caído, el hombre es una criatura tan insignificante que tendría que ser un acto de condescendencia lleno de gracia de parte del Señor. Pero si Dios entrara en un pacto con el hombre pecador, ese pecador es una criatura tan ofensiva que tiene que ser un acto de Gracia pura, libre, rica, y soberana de parte de Dios. Cuando el Señor entró en un pacto conmigo, estoy seguro que fue solamente por Gracia, y solamente por Gracia. Cuando recuerdo que mi corazón era una guarida de bestias y aves inmundas y cuán terca era mi voluntad sin regenerar, cuán obstinada y rebelde en contra de la soberanía del gobierno divino, siempre me siento inclinado a tomar el lugar más humilde en la casa de mi Padre y cuando entre al cielo será para ir con los más pequeños de los santos y con los primeros de los pecadores.
El ya fallecido y lamentado señor Denham ha puesto al pie de su retrato un texto muy admirable: “La salvación es de Jehová.” Eso es precisamente un epítome (compendio de una obra extensa) del calvinismo; es su resumen y sustancia. Si alguien me preguntara qué quiero decir cuando hablo de un calvinista, yo respondería: “es alguien que afirma que la salvación es de Jehová.” No puedo encontrar en la Escritura ninguna otra doctrina fuera de esta. Es la esencia de la Biblia. “Él solamente es mi roca y mi salvación.” Díganme cualquier cosa contraria a esta verdad y será una herejía. Mencionen cualquier herejía y yo encontraré su esencia aquí, que se ha apartado de esta verdad grandiosa, fundamental, sólida como una roca, “Dios es mi roca y mi salvación.”
¿Cuál es la herejía de Roma sino añadir algo a los méritos perfectos de Jesucristo; introducir las obras de la carne para que ayuden a nuestra justificación? Y ¿cuál es la herejía del arminianismo sino añadir algo a la obra del Redentor? Cada herejía, cuando es llevada a un examen riguroso, se revelará como tal en este punto. Yo tengo mi propia opinión particular que no hay tal cosa como predicar a Cristo y a Él crucificado, a menos que prediquemos lo que hoy en día se llama la doctrina calvinista. El calvinismo no es otra cosa que el Evangelio. No creo que podamos predicar el Evangelio si no predicamos la justificación por la fe, sin obras; ni a menos que prediquemos la soberanía de Dios en Su dispensación de la Gracia; ni a menos que exaltemos el amor que elige y que no se puede cambiar, eterno, inmutable y conquistador de Jehová.
Tampoco pienso que podamos predicar el Evangelio a menos que lo basemos sobre la redención especial y particular de Su pueblo escogido y elegido, que Cristo llevó a cabo en la cruz. Tampoco puedo comprender un Evangelio que permite que los santos se aparten de manera definitiva después de haber sido llamados y deja que los hijos de Dios se quemen en los fuegos de la condenación después de haber creído una vez en Jesús. Yo aborrezco un Evangelio así:
“Si alguna vez sucediera,
Que las ovejas de Cristo pudieran apostatar,
¡Ay, mi alma débil y voluble,
Se perdería mil veces cada día!”
Si un santo amado de Dios pudiera perecer, todos perecerían. Si uno de los participantes del pacto se perdiera, todos se perderían. Y entonces no hay ninguna promesa del Evangelio que sea verdadera, sino que la Biblia es una mentira y no hay en ella nada digno de mi aceptación. Yo me volvería un infiel de inmediato, si yo creyera que un santo de Dios puede caer jamás de una manera permanente. Si Dios me ha amado una vez, entonces Él me amará para siempre. Dios tiene una mente directora: Él arregló todo en Su gigantesco intelecto mucho antes de hacerlo. Y habiéndolo establecido una vez, nunca va a alterarlo, “Esto será hecho,” dice Él y la mano de hierro del destino lo anota y sucede. “Este es mi propósito,” y permanece; ni la tierra ni el infierno pueden alterarlo. “Este es mi decreto,” dice Él, “promúlguenlo, ustedes santos ángeles. Arránquenlo de la puerta del cielo, demonios, si pueden (pero ustedes no pueden alterar el decreto), el cual permanecerá para siempre.”
Dios no altera sus planes. ¿Por qué habría de hacerlo? Él es Todopoderoso y por tanto puede hacer lo que le plazca. ¿Por qué habría de alterarlos? Él conoce todo y por tanto no puede errar en Sus planes. ¿Por qué habría de cambiarlos? Él es el Dios eterno y por tanto no puede morir antes de que Su plan se cumpla. ¿Por qué habría de cambiar? ¡Átomos de la tierra sin valor, cosas efímeras de un día! Ustedes insectos que se arrastran en esta hoja de laurel de la existencia, ustedes pueden cambiar sus planes, pero Él nunca, nunca cambiará los Suyos. ¿Me ha dicho Él que Su plan es salvarme? Si es así, yo estoy seguro para siempre:
“Mi nombre de las palmas de Sus manos
No podrá borrar la eternidad,
Grabado permanece en Su corazón,
Con las marcas de la Gracia indeleble.”
Yo no sé cómo se las arreglan algunas personas para ser felices cuando creen que un cristiano puede caer de la gracia. Debe ser una cosa muy loable en ellos poder sobrevivir cada día sin desesperar. Si yo no creyera en la doctrina de la perseverancia final de los santos, yo pienso que sería el más miserable de los hombres, pues no tendría ninguna base de consuelo. No podría decir, independientemente de la condición de mi corazón, que yo sería como una fuente de agua cuyo suministro no se iba a acabar. Más bien debería hacer la comparación con una fuente intermitente que se puede detener súbitamente, o un estanque acerca del cual yo no podría estar seguro que siempre estará lleno. Yo creo que los cristianos más felices y verdaderos son aquellos que no se atreven a dudar de Dios nunca, sino que aceptan Su palabra de la manera tan sencilla como es revelada y creen en ella y no hacen ninguna pregunta; simplemente tienen la certeza que si Dios lo ha dicho, debe ser así.
Yo doy mi testimonio voluntariamente que yo no tengo ninguna razón, ni siquiera la menor sombra de razón, para dudar de mi Señor y reto al cielo y a la tierra y al infierno que traigan alguna prueba de que Dios dice cosas falsas. Desde las profundidades del infierno llamo a los demonios y de la tierra llamo a los creyentes afligidos y atribulados y también apelo al cielo y reto a todo el ejército formado por quienes han sido lavados por la sangre y en esas tres categorías no se podrá encontrar a nadie que pueda dar testimonio en contra de la fidelidad de Dios o que debilite Su demanda de que Sus siervos confíen en Él. Hay muchas cosas que pueden ocurrir o no, pero yo sé que esto va a suceder:
“Él presentará mi alma,
Sin mancha y perfecta,
Ante la gloria de Su rostro,
Con gozos divinamente grandiosos.”
Todos los propósitos del hombre han sido derrotados, mas no así los propósitos de Dios. Las promesas de los hombres pueden ser incumplidas (muchas de ellas son hechas para romperse) pero todas las promesas de Dios serán cumplidas. Él es un hacedor de promesas pero nunca ha sido un incumplidor de promesas. Él es un Dios que guarda Sus promesas y cada uno de los miembros de Su pueblo comprobará que así es. Esta es mi confianza personal y agradecida, “Jehová cumplirá su propósito en mí” en mí, que soy indigno, y estoy perdido y arruinado. Él sin embargo me salvará. Y:
“Yo, en medio de la multitud lavada con la sangre,
Ondearé la palma y llevaré la corona,
Y seré un vencedor que grita de júbilo.”
Voy a un lugar que el arado de la tierra no ha removido nunca, que es más verde que los mejores pastos verdes de la tierra y más fértil que las más abundantes cosechas que se han visto aquí. Voy a un edificio de una arquitectura más imponente que cualquiera construida por los hombres (no es de diseño mortal) es “de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.” Todo lo que sabré y gozaré en el cielo me será dado por el Señor y diré, cuando al fin me presente ante Él:
“Toda la obra la coronará la Gracia
A través de días sin fin
Coloca en el cielo la última piedra,
Y merece toda la alabanza.”
Yo sé que hay personas que piensan que es necesario, para su sistema de teología, limitar el mérito de la sangre de Jesús. Si mi sistema de teología necesitara de una limitación así, yo la arrojaría a los vientos. Yo no puedo, no me atrevo a permitir que ese pensamiento encuentre albergue en mi mente. Parece un pariente cercano de la blasfemia. En la obra consumada de Cristo yo veo un océano de mérito. Mi sonda no encuentra fondo, mi ojo no puede avistar la costa. Debe haber suficiente eficacia en la sangre de Cristo, si Dios así lo hubiera querido, para haber salvado no sólo a todos en este mundo, sino a todos en diez mil mundos, si hubieran transgredido la Ley de su Hacedor. Una vez que se introduce la infinitud en este asunto y el concepto de límite queda eliminado. Teniendo como ofrenda a una Divina Persona, no es consistente concebir un valor limitado. Los límites y las medidas son términos inaplicables al sacrificio divino.
La intención del propósito divino fija los límites de la aplicación de la ofrenda infinita, pero no la cambia convirtiéndola en una obra finita. Piensen en todas las personas sobre los que Dios ya ha derramado Su gracia. Piensen en las incontables multitudes en el cielo; si fueran llevados allí hoy, encontrarían que es más fácil contar las estrellas, o las arenas del mar, que contar las multitudes que hay ante el Trono aun ahora. Han venido del este y del oeste, del norte y del sur y están sentados con Abraham y con Isaac y con Jacob en el Reino de Dios.
Además de los que están en el cielo, piensen en los salvos que están en la tierra. ¡Bendito sea Dios, Sus elegidos en la tierra se cuentan por millones! Creo que vienen días, días más brillantes que éstos, cuando habrá multitudes sobre multitudes que serán llevadas a conocer al Salvador y a gozarse en Él. El amor del Padre no es sólo para unos cuantos, sino para una compañía sumamente grande. “Una gran multitud, la cual nadie podía contar,” será reunida en el cielo. Un hombre puede calcular cifras muy elevadas. Pongan a trabajar sus computadoras, las más poderosas calculadoras y pueden hacer cálculos muy complicados. Pero sólo Dios y Dios únicamente puede contar la multitud de Sus redimidos. Yo creo que habrá más personas en el cielo que en el infierno. Si alguien me preguntara por qué pienso así, yo respondería, porque Cristo, en todas las cosas, “en todo tiene la preeminencia,” y yo no puedo concebir cómo Él podría tener la preeminencia si hubiera más personas en los dominios de Satanás que en el Paraíso. Además, yo no he leído en ninguna parte que habrá una gran muchedumbre en el infierno que nadie puede contar.
Me produce mucho gozo saber que las almas de los infantes, tan pronto como mueren, caminan rápidamente al Paraíso. ¡Piensa cuán grande multitud de ellos hay! Luego, ya están en el cielo incontables millones de los espíritus de hombres justos hechos perfectos, los redimidos de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas hasta este momento. Y vienen mejores épocas, cuando la religión de Cristo será universal:
“Él reinará desde un polo hasta el otro,
Con dominio ilimitado,”
Cuando reinos enteros se inclinen ante Él y naciones surgirán en un día y en los mil años del grandioso estado del milenio habrá suficientes personas salvas que compensarán todas las deficiencias de los miles de años transcurridos anteriormente. Cristo será Señor en todas partes y Su alabanza resonará en toda tierra. Cristo tendrá la preeminencia al final. Su cortejo será mucho más largo que aquél que acompañará la carroza del sombrío monarca del infierno.
Algunas personas aman la doctrina de la expiación universal porque dicen: “Es tan hermosa. Es una idea maravillosa que Cristo haya muerto por todos los hombres. Esta doctrina es adecuada,” dicen, “a los instintos de la humanidad. Hay algo en ella lleno de gozo y belleza.” Admito que lo hay, pero la belleza puede estar a menudo asociada con la falsedad. Hay mucho que yo puedo admirar en la teoría de la redención universal pero sólo voy a demostrar qué suposición está necesariamente involucrada en ella. Si Cristo hubiera tenido en la cruz, la intención de salvar a todos los hombres, eso quiere decir que Él pretendía salvar a esos que estaban perdidos antes de Su muerte. Si la doctrina es verdadera (que Él murió por todos los hombres) entonces Él murió por algunos que estaban en el infierno antes que Él viniera a este mundo, pues sin duda ya había entonces millones de millones allí que habían sido arrojados a ese lugar por sus pecados.
Va de nuevo, si hubiera sido la intención de Cristo salvar a todos los hombres, cuán deplorablemente Él ha sido decepcionado, pues tenemos Su propio testimonio que hay un lago que arde con fuego y azufre y a ese abismo de dolor han sido arrojadas algunas de las mismas personas que, según la teoría de la redención universal, fueron compradas con Su sangre. Esa concepción me parece a mí, mil veces más repulsiva que cualquiera de esas consecuencias que se dicen asociadas con la doctrina calvinista y cristiana de la redención particular. Pensar que mi Salvador murió por hombres que estaban o que están en el infierno, parece ser una suposición demasiado horrible para que yo la considere. Imaginar por un instante que Él fue el Sustituto de todos los hijos de los hombres y que Dios, habiendo castigado primero al Sustituto, después castigó a los propios pecadores, parece estar en conflicto con todas mis ideas acerca de la justicia divina.
Que Cristo hubiera tenido que sufrir una expiación y dar una satisfacción por los pecados de todos los hombres, y que luego algunos de esos mismos hombres tuvieran que ser castigados por los pecados que Cristo ya había expiado, me parece que es la iniquidad más monstruosa que pudo haber sido imputada jamás a Saturno, a Jano, a la diosa de los ladrones, o las más diabólicas deidades paganas. ¡Dios no permita que alguna vez pensemos eso de Jehová, el Justo y Sabio y Bueno!
No hay ninguna alma viviente que sostenga más firmemente las doctrinas de la Gracia que yo y si alguien me preguntara si me da vergüenza que me llamen calvinista, yo respondo: no quiero que me llamen de ninguna otra manera que cristiano. Pero si me preguntan ¿sostienes tú las perspectivas doctrinales que sostuvo Calvino? Yo replico que en general las sostengo y me alegra confesarlo. Pero lejos está de mí ni siquiera imaginar que Sión no contiene dentro de sus murallas a nadie que no sea un cristiano calvinista, o que nadie que no comparta nuestro punto de vista, es salvo. Se han dicho las cosas más atroces acerca del carácter y de la condición espiritual de Juan Wesley, el príncipe moderno de los arminianos.
En relación a él yo sólo puedo decir que si bien es cierto que detesto muchas de las doctrinas que él predicó, sin embargo por el hombre en sí tengo una reverencia que nada tiene que pedir a sus seguidores. Y si se necesitara agregar dos apóstoles al número de los doce, no creo que se puedan encontrar dos hombres más idóneos que Jorge Whitefield y Juan Wesley.
El carácter de Juan Wesley está más allá de toda crítica en cuanto a su abnegación, celo, santidad y comunión con Dios. Él vivió muy por encima del nivel ordinario de los cristianos comunes y fue alguien “del cual el mundo no era digno.” Creo que hay multitudes de hombres que no pueden ver estas verdades del calvinismo, o, por lo menos, no pueden verlas de la manera que las presentamos, y que sin embargo, han recibido a Cristo como su Salvador y son tan amados por el corazón del Dios de la gracia como el calvinista más ortodoxo en el cielo o fuera del él.
No creo que difiero con ninguno de mis hermanos hiper-calvinistas en relación a lo que creo, pero tengo diferencias con ellos en relación a lo que ellos no creen. Yo no sostengo nada menos de lo que ellos sostienen, pero sí sostengo más que ellos y pienso que un poco más de la verdad revelada en las Escrituras. No sólo hay unas pocas doctrinas cardinales con las cuales podemos conducir nuestro barco hacia el norte, hacia el sur, este u oeste, pero conforme estudiamos la Palabra comenzamos a aprender algo acerca del noroeste y del noreste y todo lo demás que está entre los cuatro puntos cardinales. El sistema de la verdad revelada en las Escrituras no es simplemente una línea recta, sino dos. Ningún hombre alcanzará una perspectiva correcta del Evangelio hasta que sepa cómo ver esas dos líneas simultáneamente.
Por ejemplo, yo leo en un libro de la Biblia, “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.” Sin embargo, otra parte del inspirado Libro me enseña que “no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.” Veo en un lugar a Dios presidiendo en misericordia sobre todas las cosas y sin embargo no puedo evitar ver que el hombre actúa como se le da la gana y que Dios ha dejado sus acciones, en gran medida, a su propio libre albedrío. Ahora, si yo declarara que el hombre es tan libre de actuar que no hay control de Dios sobre sus acciones, yo me estaría acercando peligrosamente al ateísmo.
Pero, si por otro lado yo declarara que Dios gobierna de tal manera sobre todas las cosas que el hombre no es lo suficientemente libre para ser responsable, me estaría aproximando casi simultáneamente al antinomianismo o al fatalismo. Que Dios predestina y que sin embargo el hombre es responsable, son dos hechos que muy pocos pueden ver claramente. Se cree que ambos términos son inconsistentes y contradictorios entre sí. Si luego yo encuentro que la Biblia enseña en una parte que todo ha sido ordenado previamente, eso es verdad. Y si encuentro, en otra parte de la Escritura, que el hombre es responsable por todas sus acciones, eso también es verdad. Es únicamente mi insensatez la que me lleva a imaginar que estas dos verdades se pueden contradecir mutuamente alguna vez. Yo no creo que esas doctrinas puedan ser ligadas alguna vez para hacerlas una sola sobre algún yunque terrenal; pero ciertamente serán una sola doctrina en la eternidad. Hay dos líneas que son casi tan paralelas que la mente humana que las sigue hasta el punto más lejano nunca descubrirá que convergen. Pero ciertamente convergen y se encontrarán en un punto en la eternidad, cerca del trono de Dios, de donde surgen todas Sus verdades.
A menudo se afirma que las doctrinas que creemos tienden a llevarnos al pecado. He oído que se afirma de la manera más categórica que esas doctrinas elevadas que nosotros amamos y que nosotros encontramos en las Escrituras, son doctrinas licenciosas. Yo no sé quién tendrá la dureza de hacer esa afirmación cuando ellos pueden ver que los hombres más santos han sido creyentes de esas doctrinas. Yo le pregunto a quién se atreve a decir que el calvinismo es una religión licenciosa, ¿qué piensa del carácter de Agustín, o de Calvino, o de Whitefield, que en épocas sucesivas fueron los grandes exponentes del sistema de la gracia? O ¿qué dirá de los puritanos, cuyos escritos están llenos de esas doctrinas?
Si alguien hubiera sido un arminiano en aquellos días hubiera sido considerado el más vil hereje viviente. Pero ahora se nos mira como a herejes y ellos son considerados ortodoxos. Hemos regresado a la vieja escuela. Podemos identificar nuestra ascendencia hasta los apóstoles. Es esa vena de gracia inmerecida que corre a través del cuerpo de sermones de los bautistas, la que nos ha salvado como denominación. Si no hubiera sido por eso, no estaríamos donde nos encontramos hoy. Podemos extender una línea dorada hasta el propio Jesucristo a través de una santa sucesión de poderosos padres, y todos ellos sostuvieron estas gloriosas doctrinas. Y podríamos preguntar en relación a ellos: “¿Dónde encontrarías hombres más santos y mejores en todo el mundo?” Ninguna doctrina está tan calculada para preservar al hombre del pecado como la doctrina de la Gracia de Dios. Quienes la han llamado “una doctrina licenciosa” no han sabido absolutamente nada acerca de ella.
Pobres criaturas ignorantes, muy poco comprendían que su propio material que es muy vil, es la doctrina más licenciosa bajo el cielo. Si conocieran la gracia de Dios en verdad, pronto verían que no hay nada que preserve de la mentira como el conocimiento que somos elegidos de Dios desde la fundación del mundo. No hay nada como la creencia en mi perseverancia final y en la inmutabilidad del afecto de mi Padre que me puede mantener cerca de Él por medio de un motivo de simple gratitud. Nada hace a un hombre más virtuoso que la creencia en la verdad de Dios. Una doctrina llena de mentiras pronto engendrará una práctica llena de mentiras. Un hombre no puede tener una creencia errónea sin tener cada día una vida llena de errores. Yo creo que una cosa engendra naturalmente a la otra. De todos los hombres, aquellos que tienen la piedad más desinteresada, la más sublime reverencia, y la devoción más ardiente, son los que creen que han sido salvos por Gracia, sin mediar obras, por medio de la fe y eso no de ellos, pues es un don de Dios. Los cristianos deberían de prestar atención y ver que siempre es así, para que de ninguna manera Cristo sea crucificado de nuevo para ellos mismos y no sea expuesto a vituperio.
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