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Por Juan Paulo Martínez. En la voz de Jorge Meléndez
“Pero el fruto del Espíritu es…benignidad.” – Gal. 5:22
Cuando le anuncié a mi esposa que escribiría un artículo sobre la bondad, me dijo de inmediato: —Cariño, te hace mucha falta escribir sobre eso.
Les diré algo sobre mi esposa: es muy bromista. Pero detrás de su broma existe una gran verdad, y es la de que todos necesitamos meditar más en la bondad. Practicar más la bondad. Comunicar más la bondad.
Gálatas 5.22 dice que la bondad es una de las virtudes del fruto del Espíritu. Esta afirmación refiere tácitamente otra realidad. La bondad -la bondad cristiana- solo se produce en el corazón regenerado. Esto quiere decir que un acto de bondad como ordinariamente se calificaría, por ejemplo, el dar pan a un necesitado no es fruto del Espíritu en sí mismo cuando proviene de un hijo de Adán. En estos casos se trata de la gracia común. De la misma gracia que hace que los malos alimenten a los suyos (Mt. 7.9) y que el sol salga sobre todos los hombres cada día (Mt. 5.45). No se trata, pues, de la bondad de Gandhi o del Dalai Lama. Se trata de la bondad que nace desde el corazón de Dios hacia el corazón de sus hijos, y que obra en nosotros a favor de los demás en el carácter y conciencia de Cristo.
La bondad como fruto del Espíritu es singular. La transliteración del término griego es “agathosune”, que proviene de “agathos”. Esta palabra significa «Bien». En este caso el término tiene una connotación moral. Es el principio de recibir y dar beneficio al prójimo. William Hendriksen dice que la bondad “es la excelencia moral y espiritual de toda descripción creada por el Espíritu. En el presente contexto, ya que es mencionada después de la benignidad, se refiere especialmente a la generosidad de corazón y de hechos.”
Efesios 5.9 dice que la luz de la santidad de Dios, o el fruto de la luz, produce en nosotros “solo cosas buenas, rectas y verdaderas” (NTV). La bondad se opone a “toda amargura, furia, enojo, palabras ásperas, calumnias y toda clase de mala conducta” (Ef. 4.31, NTV). No es posible producir bondad y al mismo tiempo cualquiera de estos pecados.
El fruto del Espíritu, la virtud de la bondad ocurre en la obediencia a la Palabra de Dios. No que siendo obedientes se produzca el fruto. Sino que la virtud del fruto es obediencia. Y esta obediencia surge de la misericordia de Dios hacia nosotros y se alimenta de nuestra santidad. De una voluntad regenerada que quiere amar y ser bondadosa para la gloria de Dios.
Tener bondad es ser generoso y amable como Jesús. Él practicaba las excelencias espirituales de modo perfecto. Nosotros, en la fe, podemos participar de esa virtud cada día cuando asistimos a los nuestros con el cariño regenerado y también cuando abrazamos amorosamente al prójimo en la calle, en la escuela o en el trabajo con nuestro calor humano impregnado del divino amor del Padre.
Donde hay amabilidad y generosidad cristiana hay bondad redimida. Es esta bondad la que precisa el mundo perdido para reconocer en nosotros a Jesús. Es por esto por lo que la bondad evangélica es tan distinta. Porque sale al encuentro del otro con la firme intención de ofrecer el mensaje de redención. Es una bondad que no viene sola, sino que trasciende el acto del obsequio único para convertirse en un acto misionero, integrador y valiente, de tipo permanente. El que tiene esta bondad siempre está abierto para los demás, así como Jesús lo estaba: “El que a mí viene no lo hecho fuera” (Jn. 6.37).
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Hola, por favor en dónde puedo encontrar los frutos que faltan: fe, mansedumbre y templanza