Nos hemos visto inmersos en un concepto sobre el Espíritu Santo moldeado más a la ideología humana que a la verdad reflejada en las escrituras. La influencia de la corriente humanista nos a dado una concepción basada en experiencias e imaginaciones, o aún manifestaciones extravagantes y desordenadas que podemos ver en muchas iglesias hoy. Aún con este peligro tan floreciente en la cristiandad de hoy, no es nuestra meta en este artículo profundizar sobre dichas prácticas. Pretendemos pues, intentar dar una mayor claridad desde las escrituras sobre la obra del Espíritu Santo en la vida de los creyentes y que podamos reconocer su manifestación.
“La mejor manera de contrarrestar una mentira es con la verdad”.
El Espíritu Santo es el tercer miembro de la gloriosa Trinidad y ahora mora en nosotros, en aquellos que aman a Cristo (Juan 14:17). Demos un vistazo ahora a las Escrituras: “Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador (Espíritu Santo) no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; 9 de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque yo voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que Él toma de lo mío y os lo hará saber”. — Juan 16:7-15
Podemos analizar el siguiente texto como un sumario que nos provee Juan sobre la manera de obrar en los creyentes, veamos:
Como introducción podemos decir que, el Espíritu Santo viene cuando Jesús es levantado, es decir que su propósito en nuestras vidas va ir conforme a la obra de Cristo (v. 7).
El Espíritu Santo lleva a admitir errores, demostrando la culpabilidad en nosotros y convence a aquellos que tratan de engañarle con moralidad o altruismo propio. Él demostrará que el mundo es culpable de pecado (v.9), recordemos la predicación de Pedro hacia aquellos que crucificaron a Jesús (Hechos 2:14-36) y después que terminó el sermón, el Espíritu atravesó sus corazones en arrepentimiento por lo que habían hecho, el crimen más grande de la humanidad (Hechos 2:37).
El Espíritu convencerá a la humanidad de justicia (v.10), no de nuestra justicia moralista, sino de la justicia de Cristo. La rectitud triunfante de Cristo es la evidencia para nosotros de que Él es nuestro Salvador, el siervo justo de Dios quebrantado para justificar a muchos llevando nuestras iniquidades y pecados. ¿Y su justicia donde se vio respaldada? En su perfecta resurrección y su regreso glorioso a la diestra del Padre. En Cristo hay perfecto alivio del sentido de culpabilidad por el pecado, al mirar la justicia de Cristo podemos decir… ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros (Romanos 8:33-34).
Sólo el Espíritu Santo nos puede convencer de ello, la justicia de Cristo nos es imputada para justificación y salvación, su ascensión prueba que el rescate fue aceptado y la justicia por la cual somos justificados fue consumada (Isaías 53:11).
El Espíritu nos provee la seguridad que encontramos en la victoria de Cristo sobre el príncipe de este mundo, si detallamos el verso “el príncipe de este mundo es juzgado”, puede ser comparado con el texto que dice… ahora el príncipe de este mundo será echado fuera (Juan 12:31); ambos textos se refieren a que el dominio del príncipe de este mundo, es decir Satanás o su poder para esclavizar y arruinar a los hombres, está destruido. ¡Sí! completamente sin falta alguna, Cristo lo “juzgó” o lo venció y entonces “fue echado fuera” (Hebreos 2:14; 1 Juan 3:8; Colosenses 2:15). Podemos entonces sentirnos plenamente seguros al saber que en la cruz de Cristo tenemos el perdón de nuestros pecados, que hemos sido libres de los grilletes de esclavitud por Satanás y tenemos salvación del juicio (v.11).
Aquel Espíritu de verdad no hablará de su iniciativa propia (v.13) sino como Cristo mismo, “lo que oye”, lo que le fue entregado para comunicarnos. El Espíritu Santo es nuestro Guía, nos muestra el camino, nos ayuda y está influyendo constantemente en nuestras vidas. Ser guiados a una verdad es más que conocerla apenas; no es tener una noción tan sólo en nuestra cabeza, sino su deleite, su sabor y su poder en nuestros corazones.
El Espíritu glorifica a Cristo (v.14), no en su persona propia, porque esto fue hecho por el Padre cuando éste lo exaltó a su diestra, sino ante los ojos y en la estimación de los hombres. Con este propósito él había de “tomar de lo de Cristo”—toda la verdad acerca de Cristo—“hacerlo saber a los hombres”, o hacer que ellos lo disciernan en su propia luz. La de la enseñanza de lo que Cristo mismo es, de lo que enseñó e hizo en la tierra; es la obra del Espíritu en la vida de cada creyente.
“Así todo el propósito de la misión del Espíritu es el de glorificar a Cristo, no a los hombres”
Veamos qué nos dice la carta a los Romanos respecto al Espíritu Santo. “Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, más el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: !!Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. — Romanos 8: 9-18
El Espíritu que mora en nosotros trabaja hasta llevarnos a la siguiente afirmación, no vivimos según los deseos, pensamientos o emociones de la carne (v.9). No poseemos una mente encaminada al mal, nuestra mente está en continua renovación en Cristo, nuestro actuar no milita según nuestros deseos pecaminosos, ahora nuestra santificación se ve reflejada en nuestros actos. Poseemos un nuevo corazón con nuevos afectos hacia Cristo, amamos la verdad y santidad que antes ignorábamos. ¿Cómo responde un muerto al pecado? Pues simplemente no responde, no actúa frente a su seducción le ignora, si es que estamos muertos al pecado, tal debería ser nuestra respuesta (v.10). ¿Cómo podemos saber que somos de Cristo? Si hemos de dar los frutos de su Espíritu.
Las obras del Espíritu en el creyente se enfocan más en dirección de ver frutos y carácter de Cristo reflejados en la cotidianidad, que en emociones imaginarias y expresiones corporales sin sentido u orden, o experiencias casi fantásticas. No descartando que el cristianismo no es un terreno insípido sin emoción alguna ¿O acaso que podemos sentir al saber que Dios nos ha perdonado en Cristo y por él tenemos vida eterna?
Si bien el pecado aflige aún nuestro cuerpo, en Cristo nuestro Espíritu vive a causa de su Justicia, y como tal debemos vivir “no según la carne” y sus obras, si no renovándonos en la esperanza de aquel que “vivificará nuestros cuerpos mortales por su Espíritu”, esto la gloriosa y esperada vida eterna en Cristo (v.11).
Podemos notar la resaltante diferencia entre la carne y el Espíritu, el Espíritu nos llevará siempre a tal batalla, nuestra vida debe estar más condicionada a saber cuáles son aquellas “obras de la carne” con las que luchamos. Porque si por el Espíritu no hacemos morir las obras de la carne, entonces el pecado, que es obra de la carne, nos matará (v.13).
El Espíritu nos da la plena certeza que somos hijos de Dios redimidos por la gracia de su Hijo (v.16) aptos por su obra para presentarnos ante él como justos, limpios y sin mancha alguna; y podemos decir con total confianza: “¡Abba Padre!” (v.15). El Espíritu nos da la certeza que somos hechos coherederos juntamente con Cristo, de la herencia más sublime existente, la de Dios Padre; pero no olviden el condicional siguiente “si es que padecemos juntamente con él” es decir, con Cristo (v.17).
No hay manera de recibir una recompensa sólo por estar sentados en la butaca los domingos, los hijos se conocen por sus frutos del Espíritu y al padecer, recuerda que no estamos solos, por eso dice “juntamente”, su Espíritu estará con nosotros hasta recibir con alegría y gozo la gloria venidera (v.18).
De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras.
“Y de la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad” este es el poder por el cual podemos hacer morir el pecado en nosotros, por el cual podemos orar con plena confianza y dirección hacia lo que Dios espera que le pidamos, su perfecta voluntad; por aquel podemos sabemos saber que somos sus hijos y que recibiremos su recompensa al mantenernos en Cristo.
Podemos también añadir como una advertencia final para lo que somos participes del Espíritu Santo. “Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, por el cual fuisteis sellados para el día de la redención”. — Efesios 4:11
Este versículo se refiere a los creyentes, quienes contristan al Espíritu al practicar incongruencia con su obra, aquellos cuyos actos desvelan una contrariedad a lo que somos llamados a hacer, es decir los practicantes de las obras de la carne. ¿Se puede ver la obra del Espíritu en nosotros?
¿Qué podemos concluir?
Velemos por no atribuirle a Espíritu Santo obras que él no realiza, no dejemos que nuestra pensamiento este influenciado por nuevas tendencias y apreciaciones humanas. La Biblia es nuestra autoridad máxima y solo a ella podemos apelar. Un concepción clara sobre el Espíritu Santo y su ministerio nos ayuda honrarle de la manera que Dios nos lo ha revelado en la Biblia, y no vernos inducidos a deshonrarle con prácticas y atribuciones incorrectas.
Soli Deo Gloria.
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